Cristian Reino
Lunes, 23 de octubre 2023, 00:18
En política, todo está conectado. La legislatura catalana depende de lo que ocurra con la investidura española: Pedro Sánchez necesita los votos de los independentistas (ERC y Junts), de la misma manera que Pere Aragonès requiere del apoyo parlamentario de los socialistas catalanes. Y sin ... lo uno, no hay lo otro. Vasos comunicantes.
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El presidente de la Generalitat ha cumplido recientemente su primer año al frente de un Gobierno catalán en solitario, con el único respaldo de los 33 escaños de ERC (sobre un total de 135). Aragonès fue investido en mayo de 2021 con los votos de ERC, Junts y la CUP. Los cuperos se desmarcaron a las primeras de cambio del Govern. Junts rompió hace un año, molesto porque los republicanos pactaran la gobernabilidad española con Sánchez, justo lo que ahora negocia Puigdemont.
A pesar de la soledad del Govern de Aragonès, en el entorno presidencial tratan de trasladar un balance satisfactorio. Creen que la ruptura con los junteros ha dado «tranquilidad» al Ejecutivo y le ha permitido girar a la izquierda. La oposición acusa a este Gobierno de debilidad y de falta de rumbo. Le piden elecciones.
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En el equipo de Aragonès replican que han sido capaces de aprobar dos presupuestos y que el president de ERC, el primero desde Josep Tarradellas, ya ha gobernado más tiempo que Carles Puigdemont o Quim Torra, sus dos antecesores. Su objetivo es «agotar la legislatura en solitario». Para ello, tendrá que mirar de nuevo hacia el PSC y los comunes, que fueron quienes aprobaron el último presupuesto autonómico. Pero para que los socialistas vuelvan a tender la mano, tienen que fructificar las negociaciones y que Sánchez salga investido.
Este escenario, en cualquier caso, es un caramelo envenenado para los republicanos, toda vez que para que haya investidura tiene que haber amnistía. Lo que abre la puerta a que Carles Puigdemont pueda ser el próximo candidato a la presidencia de la Generalitat, reduciendo las posibilidades del actual jefe del Ejecutivo autonómico de repetir en el cargo. Tanto en su entorno, como en el de Oriol Junqueras, afirman que el próximo candidato de ERC a la presidencia será Aragonès. Niegan que haya una pugna por optar a la presidencia y que la bicefalia, al estilo PNV, se ha consolidado. Que cada uno ha asumido su rol.
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Aragonès ha multiplicado sus apariciones públicas y pide su protagonismo en las negociaciones de investidura: la semana pasada presentó su propuesta de referéndum –su gran apuesta personal– y compareció en el Senado rodeado de presidentes autonómicos del PP. Ni Artur Mas, ni Carles Puigdemont ni Quim Torra, sus tres antecesores soberanistas, acudieron nunca a la Cámara alta. Jordi Pujol, Pasqual Maragall y José Montilla, sí, pero con una diferencia: debatían de alguna manera sobre el encaje estatutario de Cataluña. Aragonès defendió la separación.
De momento, a los republicanos les da auténtico pavor la idea de adelantar los comicios. ERC ha encadenado dos serios correctivos en las urnas, primero en las municipales y más tarde en las generales. En las primeras, perdió 300.000 votos, en las segundas, 400.000. Pasó de ser la primera fuerza en 2019, a la tercera, pero en votos obtuvo incluso menos que el PP.
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«Los resultados no han sido buenos», admiten en el equipo de Aragonès. «La gestión tiene poco premio», argumentan. Aunque confían en no completar todo un «ciclo electoral» (locales, generales y autonómicas) con derrotas consecutivas. En la formación republicana ya se empiezan a abrir las primeras grietas internas. Por primera vez desde 2017, se escuchan voces críticas con las decisiones de la dirección.
La solitud del Govern alcanza todos los ámbitos. Para aprobar las cuentas, debe intentar volver a seducir al PSC y a los comunes. Para la carpeta soberanista, el presidente de la Generalitat apela a Junts y la CUP, pero estos dos ya le han cerrado las puertas. Puigdemont se ha negado a hacer frente común para negociar en Madrid la investidura de Sánchez. Y además, tanto Junts como la CUP rechazan la propuesta de pacto de claridad para intentar negociar un referéndum que plantea el dirigente republicano.
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