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Y el poder se impuso al amor. Sánchez fue fiel a sí mismo. No defraudó. Se ha debatido cinco días entre su pasión por Begoña Gómez y su pasión por la Moncloa. Y al final, según lo previsto, anunció que se queda con la Moncloa. ... Él se queda, según dice sin pudor, con más fuerza y ganas que antes pero su vodevil deja a la sociedad exhausta. Con la resaca de una puesta en escena, con un decorado y unos extras de lujo: la nación en su conjunto y 48 millones de ciudadanos atónitos, alucinados y desconcertados. Bien es cierto que el PSOE o, al menos, los más cafeteros del partido han colaborado decisivamente como una claque bien pagada para que la comedia pareciera real. No nos dejes. Merece la pena. No pasarán. Gritos y susurros para hacer creíble que el teatro era real. Que se lo estaba pensando. Que estaba muy afectado. Que no podía soportar más el acoso de la derecha y la ultraderecha; que los jueces estaban haciendo lawfare con el presidente. Pedro quédate. Seguro que se va. Su punto débil es Begoña, decían otros. Pero el que realmente dijo la verdad fue Óscar Puente : « Es el puto amo». Efectivamente, si ya tenía antes controlado lo que queda del PSOE, ahora lo tiene a sus pies. Lustrando las botas de aquel a quien se lo deben todo. El vodevil convertido en tragicomedia, jugando de forma irresponsable con las emociones, las instituciones, el equilibrio y la separación de poderes. Se ha superado a sí mismo. Pedro Sánchez ya no tiene fronteras morales ni políticas. Excepto las que le exijan Otegi y Puigdemont. Con este reparto, ¿que puede salir mal?
Si Sánchez, en lugar de responder a sus atávicas pulsiones narcisistas, de mando, dominio y poder, fuera un político homologable al nivel de la democracia y civilización política que vivimos en Europa, se hubiera ido. No por las inapropiadas y presuntamente reprobables actividades empresariales de su esposa, sino porque ocho meses después de perder las elecciones y entregarse al avispero de una investidura en manos de un fugado y de un abertzale imprevisible, con el salto mortal de la amnistía, es imposible gobernar para la nación española. Solo podía gobernar para dar satisfacción a quienes quieren volar la Constitución. Y ni siquiera le dejaban tener presupuestos. Esta situación demandaba en clave de política democrática y responsable una reflexión y un cambio de rumbo. Quizás no una dimisión, pero sí una ruptura con el bloque de la investidura y un gobierno en minoría buscando apoyos puntuales con el centro derecha. Pero la propia situación de un país enfrentado, descuajeringado institucionalmente, hipertenso, con el tráfico de influencias, la corrupción y el nepotismo rodeándole como una manda de tiburones a un náufrago, le impedía buscar una solución de estado. Así que ha decidido huir hacia adelante. El personaje quiere llevar la tragicomedia hasta el final, sin límites, sin contrapesos. Pero probablemente no llegará a tierra firme y se quedará en la orilla.
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