Poco antes de que 179 diputados de ocho formaciones políticas dieran su apoyo a la investidura de Pedro Sánchez cumpliendo al pie de la letra el guión escrito en Bruselas, Patxi López puso el broche a la jornada parlamentaria con un toque lírico, declamando en ... el atril que, frente al catastrofismo de la oposición, los socialistas defenderán la alegría. Cualquiera lo diría después del agresivo y particular discurso que le atizó al resignado Núñez Feijoo. Más que defender la alegría fue un ejercicio de victimismo hiperbólico remachando en el mismo clavo que su jefe Sánchez la víspera: el origen de todos los males es la derecha y el socialismo es el muro de contención con sus principios y su trayectoria.
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El problema es la credibilidad de los principios después del giro de 180 grados con la amnistía. Alguien podría decir que son los principios de Groucho. Estos son mis principios, si no ten gustan, tengo otros. Pero, al mismo tiempo, esa cintura moral y jurídico-política de Sánchez y su grupo, le van a permitir flotar en la tormentosa legislatura que nos espera. Hay un salto al vacío del temerario presidente que, de momento, ya anuncia con la ejecución de la ley de amnistía y los compromisos para vigilar las sentencias judiciales (lawfare) un choque con el poder judicial que está en pie de guerra defendiendo su independencia y autonomía. La partida será muy dura y sólo puede quedar en pié uno de los contrincantes. O Sánchez somete a la judicatura o los jueces le doblan el brazo. ¿Pedro, tú sabes que es una nación?, le preguntó Patxi López cuando se enfrentaron en las primarias.
A estas alturas todavía no conocemos lo que Sánchez entiende por nación, pero del alcance de esa mutación en la arquitectura constitucional que le exigen los independentistas catalanes y vascos, dependerá lo que quede al final de la nación española. Y esa partida no va a ser fácil porque el camino estará plagado de obstáculos, no solo en la oposición política y en la justicia sino, probablemente, en el propio PSOE. El reelegido presidente tiene sobre su cabeza la espada de Damocles que le enseñó la portavoz de Junts, Miriam Nogueras, advirtiéndole de que ni le compra el comodín de Vox, ni van a conformarse con algún sucedáneo de soberanía cultural o lingüística. En su favor, Sánchez, cuenta que una vez instalado en la Moncloa él marcará los tiempos y los ritmos. No es fácil que en la gran partida de mus en la que se juegan como amarracos, los impuestos, la soberanía, la Constitución, todos asuntos muy serios, sus socios se atrevan a lanzarle un órdago y dejarle en minoría. Pero Puigdemont es imprevisible y quiere ganar a ERC.
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