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El discurso de investidura de Alberto Núñez Feijóo logró crear, durante casi dos horas, en el Parlamento nacional un clima ambivalente de tensión y sosiego; calma y fatalidad, tranquilidad y desasosiego. La modulación reposada y sin alzar la voz, ni improperios, que utilizó el candidato ... para desgranar su oferta de pactos de estado, se enlazaba en breves pausas dramáticas con una descripción descarnada del riesgo que acecha a la nación española si cae en la coacción de las minorías secesionistas o se deja llevar por la deriva iliberal hacia la autocracia.
Con Feijóo se evidenció con claridad que las formas pueden ser tan importantes como el mensaje. Y, de hecho, su estilo consiguió que el hemiciclo no superara en ningún momento un nivel aceptable de decibelios dejando espacio para la atención a un programa alternativo al de su competidor, cuyo retrato, sin apenas nombrarlo, como político poco fiable, dispuesto a sacrificar los medios en beneficio de su interés, dejó trazado en su intervención. «Tengo principios, palabra y límites». Con esta frase categórica se presentó Feijoo al Parlamento y a quienes, como recordó, nunca votaron ningún programa de partido que incluyera la amnistía ni la autodeterminación. Quizás un brindis al sol porque la disciplina partidaria hace prácticamente imposible que la coherencia se imponga al partidismo.
Para el candidato popular, el precio planteado por Puigdemont para lograr los votos o abstenciones que le faltan para la mayoría y la presidencia, es un precio inasumible porque es inviable ética y jurídicamente. El tono y el talante conciliador, ofreciendo grandes acuerdos para reproducir cuarenta años después el clima de la Transición, se contraponía sin elevar el diapasón con un diagnóstico inclemente sobre los efectos de ceder a las exigencias del independentista fugado. Feijoo, detalló que una amnistía inconstitucional quiebra el estado de derecho, el principio de igualdad, la separación de poderes, debilita a las FSE, cuestiona a las mismas Cortes y la propia intervención del Rey ante el referéndum ilegal de Cataluña.
La preguntas retóricas pero certeras sobre la intención de dejar que Bildu y ERC gobiernen España dejaron en silencio la Cámara por unos instantes. Y el rosario de renuncios y contradicciones de los propios socialistas, ministros y cargos orgánicos, pocos meses atrás, las engarzó el candidato gallego con una oferta de crear un clima de concertación para volver a afrontar un futuro en común «a partir de lo que nos une». La preocupación por la polarización política estuvo planeando y fue, junto a la voluntad de preservar la igualdad y la libertad de los españoles, el eje de sustentación del discurso político y moral del candidato del PP. «No a disfrazar mentiras como cambios de opinión»; No al engaño, si a la palabra dada y a respetar el valor de las palabras», casi susurraba Feijóo antes de proponer un pacto por la Justicia que devuelva la independencia a los jueces y esté al servicio de los ciudadanos y no al de los políticos. Una realización encorsetada y plana del acto por RTVE impidió en muchos momentos ver, en planos cortos, el impacto emocional en los bancos del bloque sanchista de las reflexiones del candidato. Ese guante de seda y puño de hierro dejó al final un dictamen pertubador antes de que el presidente en funciones tome la palabra. «Nunca debiéramos haber llegado a este punto de degradación política», se lamentó.
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