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Melchor Sáiz-Pardo
Madrid
Viernes, 3 de enero 2020
El ‘pacto del abrazo’ que alumbrará el futuro Gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos tiene unos antecedentes muy convulsos. La relación de amor y odio entre el futuro presidente Pedro Sánchez y su vicepresidente Pablo Iglesias ha tenido muchos más sinsabores que alegrías. La hemeroteca, como si fuera el registro del WhatsApp de una pareja bastante mal avenida, ha dejado constancia de que las broncas vienen desde el inicio. O lo que es lo mismo, desde el salto de los morados a la política con mayúsculas en 2014.
El relato de este noviazgo, con tintes de ‘Pimpinela’, incluye descalificaciones personales, ataques a sus respectivos partidos o promesas nunca cumplidas. Arremetidas que se han repetido durante seis años hasta que, de la noche al día, el pasado noviembre todo se arregló con una promesa de boda en Moncloa.
Un matrimonio del que Sánchez abjuraba si ambages en septiembre de 2014, poco después del despegue de Podemos en las Europeas de aquel año. «Ni antes ni después el PSOE va a pactar con el populismo». «El final del populismo es la Venezuela de Chávez, la pobreza, las cartillas de racionamiento, la falta de democracia y, sobre todo, la desigualdad», dijo en referencia al entonces recién nacido partido cuya única cara visible era el propio Iglesias, cuyo rostro aparecía hasta en las papeletas electorales. El líder del PSOE de aquellas no se mordía la lengua al hablar del que va a ser su mano derecha en el Ejecutivo al que acusaba de hacer de la «mentira su forma de hacer política».
La relación tocó su momento más bajo con una bronca pública y monumental en el hemiciclo, que parece imposible que la pareja haya logrado superar. Por entonces, Sánchez lo intentaba con Albert Rivera. Fue el 2 de marzo de 2016, con el Podemos más fuerte que ha habido en el Congreso, durante la sesión fallida de investidura de Sánchez. Aquel día Iglesias no solo le negó cualquier apoyo para llegar a la Moncloa con Ciudadanos como socio, sino que le acusó de «miserable» al usar la «memoria de las víctimas del terrorismo», al tiempo que acusó al que será su presidente de pertenecer a un partido de «crimen de Estado» y que tiene un «pasado manchado de cal viva» en referencia a los GAL.
Sánchez, decapitado por su partido en octubre de 2016, se fue alejando de Rivera, pero las aguas, ni mucho menos, se calmaron. El socialista no bajó el tono cuando volvió a recuperar el control del PSOE en mayo de 2017. Es más, poco a poco se le fue calentando la boca hasta el punto de hacer la que, probablemente, sea, pasado el tiempo, su declaración más embarazosa. «España no se merece el cambio que está proponiendo Podemos, con Iglesias como vicepresidente controlando el CNI y con el apoyo directo o indirecto de los independentistas», le dijo el presidente todavía en funciones a Susanna Griso durante en una entrevista en un autobús de campaña en noviembre de 2017.
La relación durante meses siguió pasando más por bajos que altos, aunque la moción de censura contra Rajoy en verano de 2018 les acercó, si bien ni mucho menos, como ahora, al altar. Hubo un agradecimiento público de Sánchez a Iglesias, aunque las chispas volvieron a saltar a los pocos meses cuando el primero se enteró por los medios de que el segundo se había ido a la cárcel de Lledoners con la intención de intentar atraer a ERC al acuerdo sobre los Presupuestos. Entonces, el líder del PSOE tuvo que recordar al que será su vicepresidente que no estaba en el Gobierno (todavía) y que no podía pactar nada con nadie.
Durante el último año, y antes de que las campanas de boda sonaran solo dos días después de las Elecciones Generales del pasado noviembre, las casas de apuestas lo fiaban casi todo a una ruptura definitiva después de los visto durante la fallida investidura del candidato socialista en julio y la advertencia de Iglesias a Sánchez: «si obliga a votar otra vez a los españoles no será presidente nunca».
El principal escollo para lograr un acuerdo con UP es que Pablo Iglesias entre en el Gobierno. No se dan las condiciones para ello. Tenemos grandes discrepancias en materias de Estado que paralizarían la acción del Ejecutivo. Necesitamos un gobierno cohesionado.#InvestiDudaARV pic.twitter.com/KcYloCcGhL
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) July 18, 2019
La negativa de Unidas Podemos de investir a Sánchez y de nuevo la atmosfera preelectoral desataron un verano y un otoño tórridos en el que ambos llegaron a devolverse los ‘rosarios maternos’ y a amagar con no verse jamás en la vida.
Entre julio y noviembre los reproches, fueron continuos. Desde entrevistas a tuits envenenados: que si «iglesias es el principal escollo» para un acuerdo de Gobierno (Sánchez); que si «en política me fío hasta donde me fío» (Iglesias sobre la promesa de Sánchez de no pactar con el PP); que si «un Gobierno no funcionaria con dos líderes de dos partidos con tantas discrepancias» (Sánchez); que si «no nos vamos a dejar pisotear ni humillar» (Iglesias)… o el famoso «no dormiría tranquilo con Unidas Podemos en el Gobierno» (Sánchez).
Y en esas estaban cuando el 12 de noviembre un abrazo lo borró todo por sorpresa y abrió las puertas a este matrimonio (¿de conveniencia?).
Pedro Sánchez comete un error histórico de enormes dimensiones forzando otras elecciones por una obsesión con acaparar un poder absoluto que los españoles no le han dado. Hace falta un presidente que entienda el multipartidismo. España ha cambiado y no va a retroceder.
— Pablo Iglesias (@Pablo_Iglesias_) September 17, 2019
La habitual locuacidad del portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, tanto en las redes sociales como en sus intervenciones, hace extremadamente fácil encontrar ataques durísimos al mismo PSOE al que con su abstención va a aupar al Gobierno. La hemeroteca es inacabable pero hay una perla que reluce más que el resto. Fue el 17 de diciembre de 2017 en un mitin en Sant Carles de la Ràpita (Tarragona), durante la campaña electoral para las autonómicas catalanas del 21-D, convocadas por Mariano Rajoy tras la aplicación del 155.
Catalunya en Comú-Podem ofreció por entonces a ERC reeditar, con el PSC y ellos mismos, el tripartito que gobernó la comunidad desde 2003 hasta 2011. «En Esquerra no pactamos ni con carceleros ni con expoliadores», les respondió Rufián en referencia al apoyo de los socialistas a la aplicación del 155 y la intervención de la Generalitat.
Con el paso de los meses, ni mucho menos, se ha moderado. En septiembre, en la última sesión de control al Gobierno, acusó a Sánchez de «intentar pactar con la derecha que prometió frenar», además de llamarle «incompetente» e «irresponsable» por fracasar en la formación de Gobierno el pasado verano.
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