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El coordinador general de Izquierda Unida, Antonio Maíllo, la calificó el miércoles como la crisis «más grave» vivida entre los socios del Gobierno de coalición ... desde el comienzo de la legislatura. Pero el incendio provocado por la noticia de que el Ministerio del Interior había seguido adelante con la compra de 15 millones de balas a la empresa israelí IMI Systems, pese a haber prometido el pasado octubre que se cancelaría en cumplimiento de la promesa de no contribuir a financiar la «masacre» de Gaza, no ha sido la única turbulencia a la que ha tenido que hacer frente la alianza entre el PSOEy Sumar y las dos partes asumen que probablemente tampoco será la última.
La lucha por la hegemonía en el espacio a la izquierda de los socialistas azuza a Yolanda Díaz a mantener una actitud beligerante en cuestiones sensibles para su electorado y complica la convivencia interna. Ya no es solo la permanente presión de Podemos con las aceradas críticas, desde dentro y desde fuera del Parlamento, del triunvirato que conforman Ione Belarra, Irene Montero y, pese a su falta de responsabilidades orgánicas, Pablo Iglesias. Tras años acogotada por los adalides de la ya apolillada 'nueva política', Izquierda Unida, con Maíllo al frente, reclama su protagonismo.
Sólo en lo que va de año, la vicepresidenta segunda, con la que siempre se esperó desde el PSOEpoder mantener una relación más pacífica que la que marcó los compases de la legislatura pasada con Unidas Podemos, ha escenificado ya tres choques serios con el ala socialista del Gobierno. Primero fue la confrontación con el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, por los ritmos de implementación de la reducción de la jornada laboral –que este martes aprobará ya el Consejo de Ministros como proyecto de ley– , después el encontronazo con la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda por la tributación del Salario Mínimo Interprofesional. Y esta semana, la brecha con Fernando Grande-Marlaska.
Quizá la reacción de Sumar a la formalización, supuestamente avalada por la Abogacía del Estado, del contrato con la empresa israelí habría sido menos airada si no hubiera venido precedida de la deglución, la víspera, de otro enorme sapo, la aprobación en Consejo de Ministros de un plan, presentado por el propio Sánchez, para aumentar en 10.471 millones de euros el gasto militar a fin de alcanzar el 2% del PIB este año. Pero las aguas ya bajaban revueltas y el asunto tocaba el nervio de la izquierda.
Que fuera, esta vez, IU –históricamente contraría a la pertenencia de España a la Alianza Atlántica y con una larga tradición belicista– quien más lejos llevara su protesta con la amenaza de abandonar el Ejecutivo, en el que ocupa el Ministerio de Juventud e Infancia, no es casual.
Los socialistas se mueven entre la comprensión y el malestar con las exhibiciones públicas de desacuerdo de sus socios e insinúan que Díaz se ha entregado a una estrategia de fuegos de artificio para dirimir asuntos que bien podrían abordarse en privado por tratar de reforzar la autoridad perdida en su propia coalición de partidos. El caso es que, hasta ahora, la vicepresidenta segunda ha logrado que el jefe del Ejecutivo resuelva siempre a su favor. Quizá porque sabe qué batallas puede dar y cuáles no. En el caso del gasto en defensa, compromiso de España con la OTAN y los socios de laUnión Europea, por ejemplo, se conformó con presentar un documento con observaciones para que quedara constancia de su discrepancia.
En cualquier caso, nadie contempla el fin de la coalición. El amago de IU, por boca del diputado y líder del PCEEnrique Santiago, apenas tardó el pasado miércoles unas horas en diluirse. Desde la propia formación asumen que tienen más que perder si de una manera u otra contribuyen a la caída del «único Gobierno de coalición progresista» en Europa en un contexto de auge de la ultraderecha. Y desde el PSOE se muestran contundentes. «La ruptura del Gobierno es imposible», dice un ministro del núcleo duro. «Vamos en el mismo barco».
Díaz ha acuñado una frase comodín que le sirve para invitar al PP a dejar de salivar con cada nueva refriega interna: «La coalición goza de muy buena salud». Una mala salud de hierro.
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