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A lo largo de estos siete años al frente del Gobierno, he tenido que enfrentarme a decisiones muy difíciles. Ante crisis inimaginables como la pandemia ... de la covid-19, la invasión de Putin a Ucrania y sus efectos sobre los precios, emergencias climáticas y ahora una guerra comercial… Siempre he adoptado la misma actitud». Pedro Sánchez podría haberse limitado a anunciar un plan de medidas económicas el jueves, cuando compareció en la sala de las grandes ocasiones en el Palacio de la Moncloa después de que Donald Trump declarara la guerra comercial al mundo. Pero no fue así. Tiró de épica personal para lanzar un mensaje político.
Entre las virtudes de su gestión previa, el presidente del Gobierno blandió el «espíritu de equipo», la «vocación de diálogo» o el «compromiso social», pero también otra que lo define: la capacidad de ver «oportunidades donde otros solo ven obstáculos». No hablaba, formalmente, de su propia encrucijada política, sino de la coyuntura que atraviesa el país y de la posibilidad de aprovechar la crisis para relanzar y reorientar sectores económicos golpeados por los nuevos aranceles, como el de los componentes de automóviles, hacia actividades que ahora van a tener alta demanda, como el de la seguridad y defensa o, dicen en el Gobierno, la transición ecológica. Los socialistas también creen que esta crisis encierra una oportunidad para ellos.
El escenario abierto tiene la ventaja de que se amolda al relato sobre el que Sánchez cabalgó para mantenerse en La Moncloa incluso con pactos incómodos para su electorado: el de que el auge de la ultraderecha, que Trump encarna como nadie, es una amenaza real. Como ocurrió en la pandemia, aspira además a que la UE esté dispuesta a dar a esta turbulencia una respuesta más 'keynesiana' y socialmente menos dolorosa que la «neoliberal» aplicada a la financiera de 2008, lo que le permitiría seguir alimentando el discurso de que la socialdemocracia ha roto el cliché de que la derecha gestiona mejor la economía.
Pero, sobre todo, el presidente del Gobierno tiene la ocasión de volver a zambullirse en aguas en las que, dicen los suyos, se mueve bien –las crisis globales– en un momento de dificultad en el que el Ejecutivo ya asume, de puertas adentro, que será imposible por segundo año consecutivo aprobar los Presupuestos y con cada votación en el Congreso convertida casi en una ruleta rusa. Por lo pronto, esta crisis ya ha permitido rebajar la tensión política de las últimas semanas. Con buena parte de sus socios, que no comparten los compromisos adquiridos respecto al gasto en defensa, y con el PP. Al menos, de momento.
En Moncloa admiten estar sorprendidos por el tono y la mano tendida de Alberto Núñez Feijóo, del mismo modo que los populares reconocen la actitud cordial del ministro de Economía, Carlos Cuerpo, al que Sánchez ha decidido dar la batuta de la interlocución con los grupos parlamentarios y las comunidades autónomas. En esta ocasión, las críticas de los populares han estado más dirigidas a la formación de Santiago Abascal, la única que no ha cargado contra las medidas de Trump, que al Gobierno. Y, sin embargo, en Moncloa ponen en duda que la tregua vaya a durar mucho.
«Lo que tiene que hacer el PP es romper con Vox», argumenta un ministro. La tesis del Gobierno es que Feijóo ha demostrado ya no ser capaz de sacudirse las presiones de la extrema derecha, a la que su formación necesita en las autonomías en las que gobierna para aprobar Presupuestos, y del ala dura de su propio partido. «No sabemos si lo de ahora se lo cree de verdad o es que está asustado porque esto tiene impacto en agricultores, en empresarios, en su electorado», dicen.
Como primera prueba de fuego, apuntan a la comparecencia de Cuerpo, este miércoles, en el Congreso y a su reunión del jueves con las comunidades autónomas. En todo caso, ya echan en cara al PP que, al tiempo que se sentaba a hablar, publicara en las redes sociales mensajes como este «¿Qué os hace pensar que las ayudas del Gobierno contra los aranceles de Trump van a llegar?» o que, de tapadillo, se haya dedicado a insinuar que el papel otorgado al ministro de Economía –al que se reconoce que se quiere dar mayor proyección política– se debe a la caída en desgracia de la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, tras episodios como el de su enfrentamiento con Yolanda Díaz por la tributación del SMI o sus polémicas declaraciones sobre la sentencia del 'caso Alves', que esta semana provocó el rechazo unánime de las asociaciones de jueces y fiscales y del CGPJ.
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