Secciones
Servicios
Destacamos
A María Jiménez, gaditana aún en la treintena, experta de referencia en violencias políticas y profesora de universitarios, Francisco Franco se le hizo de cuerpo presente a través de aquella historia de la Transición con la que Victoria Prego sentó a familias enteras en torno ... a la televisión a mediados de los 90. Es el suyo, así, un recuerdo de la niñez más asociado a un tiempo de esperanza que a las tinieblas de la Guerra Civil.
Erik Martínez Westley, hijo de 1978, del año en que el refrendo de la Constitución selló el cambio imparable hacia la democracia, también supo del dictador en casa. En un hogar trufado de relatos de los dos bandos y con un progenitor, el periodista José Antonio Martínez Soler, que temió por su vida tras ser secuestrado por elementos afines al régimen. Ocurrió en marzo de 1976, con Franco ya muerto. La víctima tuvo en su mano, tiempo después, acceder a la identidad de sus torturadores. Prefirió seguir hacia delante en aquella España que empezaba a respirar. Y Erik creció viendo en el despacho paterno la foto del «desencanto, de la 'real politik'», aquella instantánea en blanco y negro en Madrid de Eisenhower contemporizando con el entonces jefe del Estado español.
Estos episodios y otros afloran en las páginas de 'Franco para jóvenes' (Catarata), el libro que han escrito a cuatro manos padre e hijo y con el que pretenden precisamente eso, hacer pedagogía para las generaciones que, por el natural paso del tiempo, empiezan a no tener ya ningún lazo familiar directo con lo que significaron la contienda fratricida y la oscuridad represiva de cuatro décadas de franquismo. Pero que tampoco saben cabalmente, en su paso por la escuela, sobre el pasado reciente.
El volumen se publicó antes de que Pedro Sánchez anunciara la conmemoración, con un centenar de actos, del cincuentenario de la muerte por consunción del dictador, un programa que el presidente del Gobierno defiende para conjurar el peligro de que la pérdida de la libertad pueda «volver a ocurrir».
Pero su intencionalidad política está bajo sospecha: la oposición de derechas malicia una «cortina de humo» para tapar una debilidad parlamentaria cada vez más acuciante y las causas por presunta corrupción; e incluso los socios de investidura han expresado sus recelos por el aroma a ventajismo. Al fondo de la polémica resuena uno de los posibles ecos con los que cabe enfocar el retrovisor: qué conocen de este medio siglo y de todo lo que lo precedió las generaciones más jóvenes, con el desafío de la transmisión de los valores de una convivencia sólida entre diferentes como antídoto contra los extremismos.
«A mí estudiar la historia del franquismo, aunque haya sido tarde, me ha dado paz y tranquilidad. La falta de información genera ansiedad; tenerla sosiega y empodera. Hay unos hechos, datos, que no necesitan calificativos. Son tan indefendibles que para qué voy a discutir con nadie», argumenta Martínez Westley, licenciado en Económicas y Literatura española y con una carrera forjada en Estados Unidos.
«La Guerra Civil, la represión franquista, la violencia en la Transición y el terrorismo no forman parte ni del currículum educativo ni del emocional» de los más jóvenes, constata María Jiménez, quien apunta, más allá del relato factual de lo que colectivamente nos pasó, a «una falla» enquistada que explicaría en buena medida esa desconexión. Esa desmemoria.
«Detrás de la correlación de hechos no aparece reflejado el sufrimiento de las víctimas. La Transición, concebida como el avance de nuestro país hacia la democracia, se construyó sobre la ocultación de ese padecimiento», advierte. El resultado es que, despojada la tragedia histórica de su dimensión más humana, la contienda de 1936, el franquismo y, en lo más reciente, el terror de ETA se perciben en las aulas como «relatos de ficción, totalmente abstractos».
Algo de ese «error repetido» puede intuirse en la ilustrativa radiografía que compone un informe sobre el conocimiento de estudiantes y trabajadores de 16 a 30 años confeccionado en 2022 por el instituto de investigación CIMOP para la Asociación de Descendientes del Exilio Español y con financiación del Gobierno. Menudeaban impresiones como que la Guerra Civil fue la rebelión del pueblo contra Franco, que éste falleció tras la contienda o que quienes marcharon fuera del país fueron los franquistas. Cómo pararse a pensar en la imprescindible empatía hacia las víctimas, sin distinción, a la que alude Jiménez cuando ni siquiera se disciernen acontecimientos elementales.
En 2000, un cuarto de siglo después de la muerte del dictador, el CIS elaboró una encuesta en la que el 46% de los sondeados pensaba que el franquismo tuvo «cosas buenas y malas» y más de la mitad, que persistían los rencores del pasado, pero la cual también exhibía un apabullante «orgullo» compartido -el 86%- por cómo se hizo la Transición. Ese complejo caminar de la dictadura a la democracia levantado sobre «el prestigio político y social del olvido» -señala Jiménez- y sin que llegara a afrontarse «un duelo» genuino: «Se terminó el franquismo y nadie era franquista», sostiene la profesora de la Universidad de Navarra.
«Yo quería ganarme el centro», justifica Martínez Westley sobre su motivación para escribir un libro que le ha ayudado a entender por qué se perdonaron «cosas terribles» -su padre lo hizo con su secuestro- y por qué algunos «renunciaron también a sus privilegios»; a enfatizar el valor de crecer sabiendo, pero libre de odios y prejuicios; y a defender un espacio, que cree mayoritario, que denuesta a Franco mostrándose sensible con las víctimas y tolerante con el que piensa distinto.
«Si los jóvenes no saben, estamos más expuestos; si saben, hay más gente preparada para identificar los síntomas», resume ante el 'revival' de ecos franquistas en redes sociales y, con carácter más global, ante el auge de los nacionalismos de ultraderecha y los populismos. Para Jiménez, es injusto que las generaciones que optaron por pasar página carguen sobre las nuevas el peso de enjugar su ignorancia, mientras echa en falta acuerdos básicos porque «la polarización está afectando a la memoria». Y aunque las circunstancias históricas nunca sean miméticas, aconseja educar desde una perspectiva moral ante los riesgos, siempre latentes, del «odio, la exclusión» y «la legitimación de la violencia política».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.