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Alberto Núñez Feijóo vio cumplido el martes su deseo de presentarse a la investidura. La misma intención que había expresado la noche del 23 de julio tras ganar por primera vez unas elecciones generales. «Con toda humildad pero también con toda determinación me hago ... cargo de iniciar el diálogo para formar Gobierno de acuerdo con la voluntad mayoritaria de los españoles expresada en las urnas», proclamó desde el balcón de la sede nacional en la calle Génova, acompañado por la cúpula del PP.
Los números siguen sin darle, pero tras recibir el encargo de Felipe VI el líder gallego trabajará las cuatro semanas que tiene por delante –se someterá a la confianza del Congreso el 26 y 27 de septiembre– para tratar de ahormar una mayoría parlamentaria que le lleve a la Moncloa.
La estrategia de intentar una investidura pese al riesgo más que plausible de que fracase tiene riesgos a los que no son ajenos en las filas populares. Hay quien opina que deben manejar las expectativas con cuidado para no acusar después mucho desgaste al sumar un nuevo fracaso parlamentario –hace apenas diez días el PP perdió la Presidencia de la Cámara baja en favor de la socialista Francina Armengol–. En Génova lo saben. Lo aprendieron a las malas el 23-J cuando el resultado final se quedó lejos, muy lejos, del objetivo marcado. Ni hubo una victoria holgada –se habían marcado 160 diputados como mínimo y obtuvieron 137– ni una suma suficiente con Vox, como aseguraban sus 'trackings' internos.
De ahí que todos los dirigentes que se han pronunciado estos días coinciden en que encajar todas las piezas del puzle no será un tarea fácil. «Pero tenemos que intentarlo hasta el último aliento», reconocen en la cúpula. Tampoco ha sido fácil recabar los 172 votos con los que Feijóo se presentó ante el Rey y para los que ha trabajado desde la misma noche electoral. Entonces nadie confiaba en que Vox comprometiera el respaldo de sus 33 diputados sin exigir entrar en el Gobierno, como había hecho en comunidades y ayuntamientos.
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El voto a favor del parlamentario de UPN, en cambio, estaba garantizado desde el principio. No tanto el de Coalición Canaria, con quien el PP cogobierna en las islas y a quien el PSOE cortejaba también para no depender del sí de Junts y que le bastara con su abstención en una hipotética investidura de Pedro Sánchez. Los populares consiguieron amarrar por escrito el respaldo de los nacionalistas a cambio de cumplir con 25 medidas de la llamada 'agenda canaria'.
Al candidato del PP le faltan todavía cuatro votos si quiere franquear las puertas Moncloa, pero tendrá difícil arañarlos. La actual aritmética parlamentaria –sumada a la rotunda negativa del PNV a participar en cualquier ecuación en la que esté el partido de Santiago Abascal– hace que la investidura esté abocada al fracaso. «Mi distancia para un Gobierno estaría a tan solo cuatro diputados de la mayoría absoluta; el PSOE, después de perder, está a la distancia de una amnistía, de un referéndum de independencia y de oficializar la desigualdad de los españoles», defendió Feijóo poco antes de ser ungido candidato a la Presidencia del Gobierno, en alusión a las exigencias que están planteando a Sánchez los independentistas catalanes.
En la búsqueda de esos apoyos se embarcará el político de Os Peares a partir de mañana, con la ayuda de la secretaria general y portavoz del PP en el Congreso, Cuca Gamarra. Su intención es iniciar una ronda de contactos con todos los grupos parlamentarios, a excepción de EH Bildu, su línea roja, y Esquerra, que ha declinado acudir a la cita. Sobre la mesa está invitar a Sánchez a una reunión formal, como ya hizo después del 23-J y en Ferraz replicaron entonces que no lo habría hasta después de que el Rey designara candidato. «Si piden una reunión, lo valoremos, y también quién acude a la misma», dicen fuentes socialistas.
El dirigente gallego tiene que buscar los apoyos hasta debajo de las piedras y, por ello, ha levantado incluso el veto a Junts, formación de la que renegaba por estar liderada por un prófugo de la justicia y de la que hoy pondera que es un «partido cuya tradición y legalidad no está en duda». En Génova admiten, no obstante, que es «materialmente imposible llegar a acuerdos» con el partido de Carles Puigdemont e insisten en que los límites siguen estando en la Constitución.
Descartada la vía del PNV y la de Junts, aunque ambas opciones se estirarán todavía un tiempo, al PP solo le queda la presión a su principal adversario. Los populares han vuelto a poner el foco en el PSOE, no tanto porque crean que sea posible una grieta en sus filas, sino porque creen que esa presión incomoda y desgasta a sus rivales. «Lo que nos parecería edificante [...] es que los dos grandes partidos fuéramos conscientes del momento extraordinario que afrontamos y que superáramos nuestros legítimos intereses partidistas y nos pusiéramos de acuerdo en una agenda transformadora», afirmó el jueves el vicesecretario de Cultura del PP, Borja Sémper.
Para los socialistas, todos estos cantos de sirena responden a la «desesperación» que hay en Génova porque la investidura de Feijóo, con sólo 172 votos garantizados, está abocada al fracaso frente a los 178 votos a favor que Sánchez cree que podría conseguir para la suya (para la que aún no hay fecha). Una investidura fallida a la que se aferran, sostienen en el PSOE, para no precipitar la caída inmediata de su líder.
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