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Juan Cano
Sábado, 29 de octubre 2022, 01:17
José Antonio Moreno (61 años) es inspector de la Policía Nacional y actualmente manda la Brigada de Seguridad Ciudadana de Puertollano (Ciudad Real), una comisaría con un centenar de efectivos para atender una población que roza los 50.000 habitantes. Un lugar razonablemente tranquilo donde ... despachar servicios rutinarios y encarar la recta final hacia la jubilación. Hasta que el teléfono suena y pasa de una apacible jornada de trabajo en su despacho a un infierno de tiros.
José Antonio, el inspector que manda los radiopatrullas de Puertollano, pero que tiene sangre de Goes (Grupo de Operaciones Especiales, hermano pequeño del GEO, al que perteneció durante años), se metió en la línea de tiro del francotirador de Argamasilla de Calatrava (6.000 habitantes), que abatía todo lo que se asomaba al alcance de la mira telescópica del rifle Remington 30-06 que su padre tenía para matar jabalíes y venados.
Alfonso (52 años) había discutido esa mañana precisamente con su padre. José Luis (61), un agricultor que araba el campo con su tractor y que, al parecer, trató de mediar, fue su primera víctima. Alfonso le descerrajó un disparo que le alcanzó en una pierna y se atrincheró armado con el Remington. Su padre huyó campo a través hasta toparse con el teniente de alcalde de Villamayor de Calatrava, Antonio López, que casualmente pasaba por allí en su coche, al que le dejó dos agujeros en la carrocería.
Serían las 11 de la mañana cuando sonó el teléfono del inspector de Puertollano. «Los propios policías locales -los primeros en llegar al lugar para atender el suceso- llaman a la centralita y nos informan de que están siendo tiroteado y necesitan ayuda urgente», cuenta José Antonio, que bajó a la puerta de la comisaría para ver quién acudía al servicio. Cuando llegó a la entrada, un coche patrulla estaba a punto de salir con un policía y una agente en prácticas. José Antonio y otro funcionario en formación destinado en la oficina de denuncias decidieron acompañarlos.
Los seis kilómetros que separan la comisaría del lugar del tiroteo se pasaron en un suspiro. Al llegar, encontraron dos coches camuflados de la Guardia Civil parapetados mientras el francotirador abría fuego a discreción «con un arma larga de gran potencia», describe el inspector. «Nos ubicamos detrás de ellos. A la derecha, en una zona de campo en barbecho, veo a un hombre haciendo gestos, con la mano levantada, pidiendo ayuda». Era el agricultor, que se estaba desangrando.
El relato parece sacado de una escena de guerra más que de un paraje de la campiña manchega. «En esa misma zona, a 20 o 30 metros, veo a dos policías locales, inmóviles, y detrás de ellos, a unos 15 metros, a dos guardias civiles. Estaba disparando constantemente contra ellos, sólo paraba para recargar el arma».
Los cuatro policías nacionales se bajaron y se parapetaron detrás del coche patrulla. Las ramas de un olivo los dejaban fuera del alcance del francotirador. Pero había que hacer algo. «Evalué la situación y vi que la prioridad era evacuar al herido y proteger a los cuatro compañeros que estaban en precario y podían recibir algún impacto», continúa.
Al ser una zona de campo arado, comprendió también que no podía llegar hasta ellos con un utilitario, por lo que se acordó del todoterreno que había en comisaría y pidió que se lo trajeran urgentemente. «Mis compañeros querían venir conmigo, pero no se lo permití. Había que minimizar riesgos».
José Antonio se subió al todoterreno y lo condujo prácticamente tumbado, manteniéndolo siempre de frente a la posición donde estaba atrincherado el francotirador -había unos 200 metros de distancia- para que el bloque motor le protegiera de las balas. «Como estaba acostado, no lograba verme. Pero tal y como llego al lugar donde estaba el herido, en el momento en que giro el todoterreno para parapetarlo, empieza a tirar contra el lateral del vehículo». Dos proyectiles atravesaron el respaldo de su asiento, sin alcanzarle.
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El inspector abrió fuego de cobertura con una escopeta y se lanzó por la puerta contraria para llegar hasta el agricultor. Desde ahí indicó a los dos policías locales y a los guardias civiles que reptaran hacia el vehículo. Primero llegaron los agentes municipales. Uno de ellos le hizo un torniquete al herido, pero ya había perdido demasiada sangre. Ni siquiera tenía fuerzas para hablar. Sólo los miraba.
«Intentamos meterle en el todoterreno para sacarlo de allí. Si no lo asistían inmediatamente, iba a ser cuestión de minutos. Pero el individuo seguía disparando y ni siquiera nos dejaba subirlo al vehículo. Conseguimos introducir medio cuerpo, pero tal y como hacíamos la maniobra, uno de los policías locales recibió un disparo en el glúteo», detalla el inspector, que reflexiona: «Podíamos haber elegido parapetarnos y permanecer resguardados o intentar salvarle la vida a ese hombre. Y, como policías, escogimos lo segundo».
En esas, llegaron hasta ellos los dos guardias civiles. «Las constantes vitales del agricultor eran nulas, así que nuestra prioridad pasó a ser el policía local herido en el glúteo, porque él mismo decía que se estaba desangrando. Con la mala suerte de que el otro agente se asomó para ver dónde estaba el francotirador y le dio en la cabeza».
En ese momento, José Antonio comprendió que ya no podían salir de allí sin ayuda y así lo comunicó por radio. «Era imposible. Como viera asomar algo fuera del todoterreno, disparaba. Pero también disparaba indiscriminadamente al vehículo». No sabe con certeza cuántas veces apretó Alfonso el gatillo del rifle, aunque el inspector aporta un dato que sirve para hacerse una idea: sólo los vehículos tienen más de una veintena de impactos.
Los responsables de la Guardia Civil que estaban a cargo del operativo improvisaron una solución para rescatarlos: había un furgón blindado de la empresa Loomis en Aldea del Rey, a unos 15 minutos de distancia. El Instituto Armado contactó con la compañía para que lo pusieran inmediatamente a disposición del dispositivo. Ese vehículo los salvó.
El furgón, conducido por agentes de la Benemérita, se colocó de parapeto entre el francotirador y el todoterreno. José Antonio cargó al herido de mayor gravedad (el policía local que había recibido el disparo en la cabeza) y, con ayuda de un guardia civil, lo llevó hasta el furgón: «En ese momento, el francotirador intensificó los disparos y, como veía que no causaba efecto, comenzó a apuntar a los bajos del vehículo. Uno de esos proyectiles alcanzó al guardia que me ayudaba en una pierna».
Se subieron a la carrera en el furgón, salvo el policía local que había recibido el disparo en el glúteo, que se quedó dentro del todoterreno. «Por suerte, el individuo pensó que habíamos salido todos de allí. Yo comuniqué por radio que había que volver inmediatamente a por el compañero. Cuando todo estaba a punto de finalizar, el radiopatrulla que teníamos allí llegó hasta el todoterreno y evacuó también al agente».
En esas, se hizo de nuevo el silencio. Ya no se oían disparos. La Guardia Civil acababa de abatir al francotirador.
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