La inexplicada e incomprensible decisión de Pedro Sánchez de recluirse a reflexionar durante cinco días sobre su continuidad como presidente del Gobierno comunicándolo por «carta a los ciudadanos» lo es aún más tras su comparecencia para anunciar que sigue en el cargo. Una iniciativa insólita ... de la que dio cuenta al Rey antes de comenzar el retiro y cuya conclusión le hizo saber al finalizarlo, con lo que quiso dotarla de un protocolo institucional al más alto nivel sugiriendo que su ausencia podía ser definitiva. La medida, adoptada en un cónclave familiar en La Moncloa mientras el comité federal del PSOE y miles de personas coreaban «Pedro, quédate» como una jaculatoria nada menos que en defensa de la democracia, supone un alivio para su partido y sus socios, y evita al país precipitarse en una espiral de inestabilidad aún mayor. Pero si la conmoción a la que se ha visto sometida la vida nacional no parecía justificada con las razones esgrimidas para el insólito retiro –una mezcla, con aire populista, de disgustos personales y supuestos peligros para las libertades por una pretendida alianza de oscuros intereses de «la derecha y la ultraderecha»–, los motivos alegados para permanecer en el cargo dejan muchas incógnitas sin resolver.
El dirigente socialista apeló a la movilización del sábado en Madrid, una exhibición de solidaridad que mostró tanto el cariño que suscita en su formación como el pánico por la falta de una alternativa en el caso de que en un momento dado opte por echarse a un lado. Es uno de los riesgos de un hiperliderazgo tan acusado, sobre el que el PSOE deberá reflexionar. Sánchez también aludió a la necesidad de avanzar en la «regeneración» de la democracia y la «consolidación de los derechos y libertades» que estarían amenazados, sin especificar sus planes al respecto. Es de esperar que lo haga en el Parlamento y, si propone cambios legales en materias tan sensibles, busque también un sincero acuerdo con la oposición. Como bien subrayó, «el fango» lleva demasiado tiempo colonizando la vida pública. Acabar con él y promover el «juego limpio» es una ineludible tarea de todos a la que no puede ser ajeno su propio partido.
El 'shock' al que se ha visto sometido el país, que ha eclipsado la campaña electoral en Cataluña, comenzó después de que un juez abriera diligencias previas a Begoña Gómez, esposa del presidente, por sus relaciones profesionales con empresas que se han acabado beneficiando de decisiones del Gobierno. Sánchez, que aludió ayer a una «campaña de descrédito», tiene la oportunidad de desmontarla con aclaraciones que se resiste a dar. El presidente prometió «seguir con más fuerza». Como mucho, lo hará con la inercia del desconcierto entre los suyos, y con los demás grupos de la investidura tratando de obtener réditos en el menor tiempo posible, temerosos de que se repita la crisis escenificada estos días. Tiene motivos para sentir que hay españoles que cuestionan la legitimidad de su mandato. Incluso actitudes partidarias que parecerían abonar esa idea. Pero tras sus cinco días de reflexión ha podido perder también el respeto de muchos ciudadanos a los que les resulta excesiva su dramatización egocentrada. El victimismo al que ha recurrido para dar paso a una continuidad sacrificial no alcanza para mejorar la calidad de la democracia. La regeneración va unida al consenso como objetivo y condición ineludible para desterrar el «barro», no a la confrontación ni al «punto y aparte» anunciado tras su retiro. Tampoco para la regeneración vale todo. Desde ayer Sánchez es otro, tanto en España como en Europa. Otro con un punto de flaqueza acusado. Es más imprevisible y suyo.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.