La guarida de Yassine Kanjaa está a medio camino entre la capilla de San Isidro, donde empezó todo, y la iglesia de La Palma, donde acabó. La calle Ruiz Tagle se sitúa en el casco antiguo, en una barriada de casas bajas y pequeños negocios. ... Un lugar tranquilo, de aceras empedradas y arriates con plantas y árboles en el corazón de Algeciras. En el número 10 hay una puerta roja entreabierta de la que pende una vieja cadena. Al otro lado, el inframundo. Una vivienda en ruinas de dos plantas que los okupas se han repartido en una suerte de corrala. Arriba, Aimar. Abajo, al fondo de un pasillo angosto en el que no caben dos personas, Yassine. Y en medio, Mohamed, un chaval al que parece que todo esto le ha pillado allí por casualidad.
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Las paredes están desconchadas, enmohecidas, y la suciedad se acumula por todas partes. En una pequeña habitación llena de trastos asoma la cabeza desvencijada de un viejo peluche de Ferdinando, el toro que no quería ser bravo. En la pared cuelga una 'mishaba', una especie de rosario para rezar el 'tabish' (una oración repetitiva para adorar a Dios), que hace solo unas horas Yassine Kanjaa estrechaba entre sus manos, según cuentan sus compañeros de vivienda.
Mohamed abre la puerta con cara de no haber pegado ojo en toda la noche. La policía registró durante la madrugada la zona de la casa que él compartía con Yassine Kanjaa. O más bien donde Yassine lo acogía. Ambos nacieron en el mismo pueblo, a 10 kilómetros de Tánger. Él llegó el martes a mediodía a Algeciras para tratarse de una discapacidad que sufre en su brazo derecho. El interior de la vivienda está desordenado -«la Policía», dice-. Mohamed explica que «va y viene» cada vez que lo requiere su tratamiento y que Yassine Kanjaa lo acoge en su morada porque sus madres so vecinas del pueblo. Pero apenas lo conocía, dice. «Solo lo veía fumar, comer y dormir». Y también «rezar con el corán y con el móvil». Cuando le preguntó cuándo o cómo había llegado a España, Yassine zanjó la conversación respondiendo: «No es asunto tuyo». Al parecer, no trabajaba. Ni él ni Aimar saben cómo se ganaba la vida.
La zona donde ambos dormían es un habitáculo de menos de 50 metros lleno de trastos y colchones. Tiene una pequeña cocina que se cae a trozos y un baño que está fuera y que comparten con el morador de la planta superior, Aimar, otro joven marroquí que conoce a Yassine Kanjaa desde hace algo más de un año, cuando se convirtieron en compañeros de vivienda.
Al principio la convivencia iba bien, según cuenta. Yassine Kanjaa era un chico normal con el que se cruzaba a diario y con el que compartía alguna cerveza en la puerta de la casa. Hasta hace «dos o tres meses». Ahí empezó el cambio. «Empezamos a verlo raro últimamente. Todo el mundo hablaba de que no estaba bien de la cabeza», relata el joven. «Decía cosas -continúa- que no tenían sentido. Aquí todos somos musulmanes, pero él hablaba cosas raras de Dios, del diablo y cosas así. Daba miedo».
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Antes, cuenta Aimar, Yassine Kanjaa tomaba drogas, fumaba y se emborrachaba de vez en cuando. Pero se quitó «el tabaco, la bebida, todo», afirma el joven. «Cualquier cosa decía que estaba prohibida. Si te pelabas de una forma diferente, decía que estaba prohibido». Sus amigos, apunta, dejaron de ir a verlo tras la mutación. Se había convertido en un tipo huraño, solitario y con muy mal carácter. «Entraba, salía, hablaba mucho de Dios, pero no iba a la mezquita. Estaba loco, aunque yo no pensaba que podía hacer algo así, algo tan terrible», añade.
En la casa solían quedarse otros compatriotas que se encontraban de paso. Yassine Kanjaa había tenido problemas últimamente con dos de ellos. «Justamente ayer -por el miércoles, el día de los ataques- le dijo a un compañero: 'A ti te voy a cortar el cuello'. Y todo porque creía que se estaba riendo de él. Yo escuché un ruido, me asomé y lo vi con el machete en la mano. El chico salió corriendo y se escapó», describe Aimar, que se muestra convencido de que no es un terrorista: «No es un ataque yihadista. Cuando estás con alguien y tú te empiezas a reír y él te dice: 'De qué te ríes, te voy a matar'... Eso no es normal. Se ponía furioso, amarillo. Es su paranoia, su mente, pero es propio de un psicópata, un loco, pero no de un yihadista». Cuando se le pregunta si cambió físicamente, responde: «Sí, se dejó barba, pero no sé dónde quieres llegar con eso...».
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