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FLORENCIO DOMÍNGUEZ
Domingo, 17 de octubre 2021, 00:17
La proyección de la película 'Maixabel' en la cárcel de Pamplona atrajo a decenas de reclusos, pero a ninguno de los miembros de ETA que cumplen condena en la prisión navarra. Ni siquiera acudió José Javier Arizkuren Ruiz, 'Kantauri', el que fuera jefe del aparato ... militar etarra hasta su detención en 1999. La autocrítica de su pasado no figura entre las opciones de la mayoría de los terroristas encarcelados.
En 1992 ser preso de ETA y que te enviaran a Nanclares te convertía automáticamente en un sospechoso, tanto que 'Txikierdi', que fue trasladado el 10 de noviembre de aquel año a la prisión alavesa, tuvo que dar explicaciones en público para disipar sospechas de arrepentimiento. El Gobierno estaba en aquel momento concentrando presos disidentes en Nanclares y en las filas de ETA se habían encendido las señales de alarma. Se abrió un debate interno para cerrar el paso a la disidencia y reforzar la disciplina interna.
José Antonio López Ruiz, 'Kubati', que cumplía condena como miembro que había sido del 'comando Goierri', advertía sobre los signos que precederían al apocalipsis etarra cuando llegara el fin de los tiempos: «Sabéis a qué nos llevaría el aceptar los permisos, pedir los grados, los traslados, etc. Pues nos llevaría al más increíble caos. Seríamos totalmente serviles y jugarían con nosotros como juegan con los comunes». «Sabéis dónde terminaría nuestro afán por los grados y los permisos, en una carrera sin frenos hacia la reinserción que propugna el enemigo», añadía. En la misma línea, aunque mucho más escueto, se pronunciaba 'Josu Ternera' desde una cárcel francesa: la aceptación de los grados «nos introduciría en una dinámica liquidacionista del proceso». En las filas de ETA, desde los años sesenta, liquidacionista era una de las peores cosas que te podían llamar. Era casi tan malo como decirte español o arrepentido. Palabras mayores para identificar los pecados capitales en los que ningún etarra podía incurrir.
ETA llegó a estudiar entonces la posibilidad de abordar a algún preso que saliera de permiso y obligarle a huir a Francia, aunque no quisiera, con el objetivo de forzar al Gobierno a bloquear los beneficios penitenciarios de los disidentes.
Los presos de ETA se afanan hoy por hacer todo aquello que conducía al «más increíble caos» y lo hacen con la bendición del propio 'Kubati', ahora desde la calle. Piden traslados, la reclasificación de grados, los permisos y se disputan los destinos penitenciarios. Veteranos dirigentes de ETA cuyo nombre de guerra inspiraba temor hacen ahora rogativas en prisión para que les den un destino carcelario y les permitan pasar el mocho de la fregona por los pasillos del módulo, limpiar las cocinas o vender refrescos en vasos de plástico y sardinas de lata, pero sin lata, en el economato. Les vale cualquier cosa que facilite la progresión de grado y las ventajas que eso conlleva. Pero no hay destinos para todos.
Salvo una decena de etarras irredentos, el resto de los terroristas encarcelados ha asumido que han de olvidarse de salir como héroes porque eso no va a ocurrir aun cuando les hagan homenajes, que tienen que cambiar de chip y que la regla es hacer lo que sea para ver la calle cuanto antes. Y eso incluye todo lo que antes era una traición a los principios de ETA y simbolizaba la derrota de la banda. Firman lo que les pongan delante, moderan su comportamiento y ponen buena cara a los funcionarios, sin ganas, eso sí, para conseguir ventajas penitenciarias. Lo hacen sobre todo sin convicción, porque solo un grupo reducido ha interiorizado el daño causado. La mayoría evita hacer una autocrítica de su actividad terrorista.
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