Si Pedro Sánchez se había propuesto encontrar el alma del Gobierno, que su vicepresidenta Yolanda Díaz tanto echaba de menos estos días atrás, difícilmente la podía hallar con su monocorde, fría, aburrida y rutinaria intervención que ha abierto este mediodía el Debate del Estado de ... la Nación. La chocante aparición de Gabriel Rufián encorbatado y formal parecía ser un indicio de que la sesión apuntaba más a una clase de economía con diluvio de datos, gráficos y medidas que a un debate político, emocional, ideológico que es lo que en realidad ha caracterizado los casi tres años del Gobierno de coalición del social-populismo. Indultos, Sáhara, Memoria, polarización política... de momento han quedado en el cajón.
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En el preámbulo de su intervención, Sánchez ha efectuado un voluntarioso intento de buscar esa empatía social que tanto le reprochan no cultivar. Se citó como un sufridor más de los precios, de la inflación, de los autónomos que tienen que renunciar a sus proyectos. Angustia. Sufrimiento. Hipotecas difíciles de pagar. Hijos que cuesta sacar adelante. Los muertos de la covid. Lo duro que es llegar a fin de mes. «Lo sé. Me hago cargo». Pero ese tono sin matices, sin calor, como si estuviera recitando las cifras de empleo o lo una encuesta del INE, impedían que la vibración saliera del hemiciclo. Como decía Yolanda Diaz, a este Gobierno, y sobre todo a éste presidente, le sobran tecnicismo, frialdad, y le falta sensibilidad. Solo cuando se refiere a la oposición en que distingue a la derecha en democrática y no democrática o cuando se le afirma la mandíbula recordando que el CGPJ sigue sin renovarse, se quiebra su impavidez y apunta una ligera agitación. Quizás Sánchez ha intentado rescatar el alma perdida de su Gobierno de coalición con Podemos, recurriendo sistemáticamente a la dialéctica de los másdesfavorecidos frente a las empresas de beneficios millonarios; o a la «mayoría social» frente a los que quieren sacar rédito de la difícil situación que atraviesa el país. Polarizando. Haciendo guiños a «aquellos para quienes gobernamos». De hecho, cuando la bancada socialista ha elevado al máximo el decibelio de sus aplausos ha sido ante el anuncio de impuestos especiales a las empresas energéticas y, además, a las financieras. Los más vulnerables frente a los poderosos. Ese fue el cogollo y la médula del mensaje presidencial.
Tampoco era sencillo compatibilizar la gravedad de la situación económica y lo mal que lo está pasando la gente con la brillante gestión del Gobierno. Pero el presidente lo combinó sin inmutarse. El punto de fuga del argumentario era relativamente previsible: Putin. Y para reforzar el discurso, una oleada de datos, gráficos, cifras y estadísticas comparando la crisis financiera del 2008 con la actual. El papel lo aguanta todo. Y para redondear el discurso la retórica de la esperanza, saldremos más fuertes, este país puede con todo. Incluso, contra el miedo al futuro que para Sánchez no es el efecto de una economía que teme al otoño, sino de los que ponen palos en las ruedas y quieren sacar partido de la crisis. Feijóo, en el escaño prestado, ni se inmutaba.
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