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Isabel Díaz Ayuso es todo un personaje. Ha roto esquemas y puede presumir de una de las carreras políticas más meteóricas que se recuerdan, sin éxitos reseñables y meteduras de pata memorables. Una desconocida fuera de Madrid hasta hace 22 meses, se ha convertido en el icono del PP más radical y el salvavidas de Pablo Casado para reflotar su proyecto al frente del partido.
Admiradora de la otrora líder de los populares vascos, María San Gil, su personaje histórico es Isabel la Católica, se ríe de la imagen de «tontita» que se ha labrado a golpe de comentario y asume resignada el bulo de que fue la responsable en las redes sociales de la cuenta de 'Pecas', el perro de Esperanza Aguirre. No son invenciones otras afamadas intervenciones que levantaron densas polvaredas. La última: «Los hombres sufren más agresiones que nosotras». Aunque dicha en medio del pandemónium del adelanto electoral y el concurso de mociones de censura pasó casi inadvertida.
Hacer chanzas y chascarrillos de su discurso es el recurso barato para caricaturizarla. Mas debajo de la hojarasca hay un proyecto político. Se dice que detrás está la mano de Miguel Ángel Rodríguez, estrecho y polémico colaborador de José María Aznar. Hasta se apunta que el propio expresidente mece la cuna. En el mundo de las sombras todas las especulaciones germinan. Pero el hecho incuestionable es que desde la madrileña Puerta del Sol ha marcado la agenda política nacional con una efectividad superior a la de su jefe en el partido. La puerta de la Moncloa ha temblado ante los embates del ariete madrileño. Pedro Sánchez acudió a la Presidencia de la Comunidad, donde fue recibido con protocolo de jefe de Estado extranjero, para apaciguar los ánimos por sus heterodoxas medidas contra la pandemia. Una gestión que le ha deparado choques estrepitosos con el Gobierno.
Por eso mismo es una diosa para muchos en un Madrid de terrazas llenas, tiendas abiertas, y donde el toque de queda es una anécdota. Hosteleros, comerciantes, taxistas y otros gremios ponen velas en su altar. Su tozudez para mantener casi incólume la actividad económica han hecho que la segunda y tercera ola de la covid hayan pasado inadvertidas en la vida cotidiana. Las cifras de la pandemia y las quejas de los expertos no hicieron mella en su voluntad aperturista.
Ha acuñado el madrileñismo, quién lo iba a decir de una jacobina, como hecho diferencial. Ha alimentado una suerte de nacionalismo central que ha enraizado en una ciudadanía harta del nacionalismo periférico. Madrid, dijo al anunciar el adelanto electoral, es la «capital de la libertad. Disfrutamos de una libertad y unos derechos que no se tienen en toda España, esta forma de vivir a la madrileña es única».
Ahí entra otro cimiento de su discurso, el libre albedrío. Nada más convocar las elecciones lanzó su eslogan de campaña «libertad o socialismo», contraposición que provoca sarpullidos entre los que recuerdan que «socialismo es libertad» fue el lema de campaña del PSOE en 1977. La presidenta se ha erigido en abanderada de la libertad frente a los afanes absolutistas que endosa a la izquierda.
Heterodoxia política, ultraliberalismo económico, nacionalismo madrileño y batalla sin cuartel con el Gobierno. Una receta con la que, si nada lo tuerce, va a ganar de calle las elecciones del 4 de mayo. Se escucha en la calle, las encuestas lo vaticinan y se comprueba con el nulo deseo de sus adversarios de medirse en las urnas. ¿Alcanzará la mayoría absoluta? Es la incógnita.
No es de extrañar, por tanto, que Casado haya atado su destino al de su amiga. Se conocen desde que la joven periodista entró a principios de siglo en las Nuevas Generaciones del PP. Él era el líder de la fuerza juvenil de Madrid; ella, militante de base. Siguieron caminos paralelos al abrigo de Esperanza Aguirre y la FAES. Luego, Casado se fue con Aznar y llegó al Congreso; Ayuso se fogueó en la áspera política madrileña y Cristina Cifuentes la hizo viceconsejera.
Tres años mayor que el líder del PP, estaba en su núcleo duro cuando se hizo con el liderazgo del partido en julio de 2018. Por voluntad digital de Casado fue la candidata para las autonómicas. No era conocida y los presagios eran oscuros. Los confirmó. Ganaron los socialistas y obtuvo el peor resultado de los populares en Madrid, pero fraguó en una alianza con Ciudadanos y Vox que la sentó en el despacho que antes ocuparon Aguirre y Cifuentes.
Los remilgos hacia la extrema derecha no van con ella. Mantiene una relación fluida con el partido de Santiago Abascal y ha dicho que su sitio está «al lado de Vox, no enfrente». Para repelús de algunos colegas en el club de barones populares, en el que es la nota discordante, no tendría empacho en gobernar con la ultraderecha. El PP de Madrid es distinto al del resto de España y Ayuso, su mejor exponente.
Sería un volantazo al giro prometido por Casado desde que rompió con Vox en octubre pasado durante la moción de censura que presentó Abascal contra Pedro Sánchez. Un movimiento que suscitó las alabanzas internas. Pero Ayuso calló. El líder del PP en ese escenario, bastante probable por otra parte, tendrá que elegir entre reafirmarse en el eterno viaje al centro o dejar que las palabras se las lleve el viento.
Pero ya llegará el momento de cruzar ese río turbulento. Hasta entonces, Ayuso será la estrella del PP. La dirigente gris, hasta hace nada una habitual en la esquina de las fotos en la que nadie repara, tiene en sus manos buena parte del destino del PP. Si lleva a buen puerto la operación su futuro no está escrito, y Casado lo sabe.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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