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Quién sabe si fue casualidad o una intencionada declaración de intenciones –en su caso casi siempre parece esto último– que Isabel Díaz Ayuso se plantara este viernes en el aniversario de la Constitución en el Congreso con un rutilante vestido rojo que sobresalía en medio ... de la grisura de los ternos masculinos. El rojo, el color de España, de la sangre, de la guerra, de las pasiones –también las políticas–... y de sus acérrimos rivales socialistas. La baronesa madrileña se rozó en la celebración, sin cruzar saludo, con el presidente Sánchez y el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, a los que acusa de hacer tándem para buscarle la ruina con la causa abierta a su novio por fraude fiscal. El que no estaba el día de fiesta en el Salón de los Pasos Perdidos, por viaje ministerial a Bruselas, era, en realidad, quien sobrevolaba la última gran representación en la siempre concurrida y punzante escena madrileña: Óscar López.
Ayuso, madrileña de Chamberí, 46 años –un lustro más joven que su nuevo rival en competición–, quintaesencia modernizada del PP castizo que presume de no vivir acomplejado por la moralidad de las izquierdas, activismo político chutado en vena, espera a López en la esquina. En la esquina del ring sobre cuya lona solo podrá quedar uno, porque ella es quien es, representa lo que representa, y él no es Juan Lobato, sino la encarnación, pasadas las idas y venidas, del sanchismo alrededor de Sánchez. «Todo el mundo sabe que no es un candidato», ha recibido en 13 TV la presidenta de la comunidad a su oponente, «el recadero» del presidente del Gobierno. Por si quedaban dudas de su desdeño y de que la contienda la asume entre ella y La Moncloa por ministro interpuesto.
En el PP creen que la candidatura de alguien tan identificado con el jefe del Ejecutivo sitúa la liza, si es que se consuma en las autonómicas de mayo de 2027, en el terreno que más seduce a la líder del partido en Madrid: la refriega con el sanchismo al que atribuye las cuitas propias y los males de todo el país y que tan óptimos resultados le ha reportado en las elecciones de 2021 –adelantadas en una maniobra fulgurante para cortocircuitar el ensayo de pinza de los socialistas con Ciudadanos– y de 2023. Ayuso y Sánchez, chulapos ambos, se retrolimentan: ella para proyectarse de Madrid al cielo –político– y él para erosionar los liderazgos primero de Pablo Casado y ahora de Alberto Núñez Feijóo. «España me debe una, hemos sacado a Pablo Iglesias de La Moncloa», se regocijó la baronesa territorial cuando el entonces vicepresidente la retó en las urnas hace tres años. Ayuso aguarda ahora el duelo al sol –por la Puerta del Sol– con Óscar López.
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