Miriam González Durántez
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Miriam González Durántez
La opinión pública la descubrió hace años como la española que compartía vida y política con Nick Clegg, el ex viceprimer ministro británico entonces al mando de los liberales demócratas. Pero tras el sambenito que siempre ha llevado con naturalidad, Miriam González Durántez (Toledo, 1968) ... atesora una carrera propia en la que combina su especialidad en Derecho europeo con proyectos de estímulo cívico como Inspiring Girls y, ahora, España Mejor, la asociación con voluntariado que ha entregado ya en el Congreso sus propuestas sobre vivienda y ética de gobierno.
–¿El país al que ha regresado está peor que el que dejó?
–La constante es que siempre tenemos más potencial que el que conseguimos realizar, lo que es frustrante. Cuando nos ayudan todo va bien, pero en el momento en que nos quitan esa muleta las cosas a nivel público empiezan a ir peor que en otros sitios.
–¿A qué lo atribuye?
–A un sistema político que no acompaña a todo ese potencial que tenemos como individuos, como empresas. Tenemos el foco público puesto en cosas que no necesariamente son las prioritarias, todo es lento, todo está orientado a que los que llegan al poder se mantengan; y no solo el actual Gobierno. Los partidos se han convertido en agencias de colocación.
–Si le pregunto dónde se sitúa políticamente, ¿usted es de centro?
–A mí no me gusta mucho esa denominación, parece que eres equidistante. Yo me defino como liberal con minúscula, no de ese liberalismo que se entiende muy mal en España, como algo de derechas cuando en otros países es percibido como más a la izquierda. Para mí lo fundamental del liberalismo es devolver el poder a los ciudadanos, con garantías y controles. Y el progreso de la sociedad.
–Y por contraste, ¿qué serían entonces los extremismos?
–Me preocupa tanto el de derechas como el de izquierdas, e incluso aquel que no tiene etiqueta. Describen a ese tipo de persona que no mira la realidad ni los datos y que tiene un argumentario emocional y vago; no vago de ambiguo, sino de no trabajárselo. Gente que quiere soluciones fáciles a problemas complejos que implican el esfuerzo mental de verlos en todas sus dimensiones.
–Acaban de presentar un informe sobre vivienda. ¿Es la bomba de relojería de esta sociedad?
–No es la única. Tenemos el reto de poner la productividad y el crecimiento en el centro de la agenda política con una perspectiva sostenible; y tenemos un problemón en educación. Pero sí, la vivienda es un problema. Empezando por el hecho de que los partidos no han aceptado su responsabilidad, porque eso implica reconocer que se han hecho cosas desacertadas mucho tiempo. Nosotros ciframos en 700.000 las viviendas que se necesitan en alquiler asequible en un margen de 3 a 8 años. Con estas dimensiones, el Estado debe pasar de financiador a facilitador, movilizador, de todos los recursos disponibles; eso le liberaría para poder hacer lo que es realmente suyo, ocuparse de las personas en riesgo de exclusión social. Esto no es como la película, que el Estado lo tenga que hacer todo todo el tiempo.
–Eso da pie a cuestionarle por qué futuro tiene esta legislatura, en la que el Gobierno necesita a todos sus socios todo el tiempo…
–Pues no lo sé. Existe una gran fragmentación política y si tiras los dados electorales otra vez, a lo mejor hay pequeñas variaciones, pero no como para otra legislatura que no requiera acuerdos. Me frustra eso de 'ah, no, no, yo no quiero hablar con fulanito'; si esto lo digo en una empresa, estoy fuera a las 24 horas. No sé por qué hemos normalizado que la falta de diálogo hipoteque las soluciones a los problemas. Este sistema da muchísimo poder a los políticos, que pueden permitirse pasarse años sin rendir cuentas. Y muchísima gente está desencantada, desmotivada.
–¿Qué rasgos tiene esa desafección?
–Lo que más me preocupa es que se empieza a percibir que la democracia ya no es el punto de confluencia. y no vale solo quejarse. Si el tiempo que pasamos en el bar diciendo que todo va fatal estuviésemos haciendo cosas positivas, el país sería mucho mejor.
–Usted comenzó su labor profesional en Bruselas. ¿Estamos ante una UE a la defensiva?
–Totalmente, y muy perdida. Llevamos haciendo las mismas cosas demasiado tiempo. El mundo ha cambiado y no hemos tenido la agilidad de cambiar con él. Hay países que ya han saltado hacia una economía tecnológica, de inteligencia artificial. Europa no ha hecho esa transición y ahora va ser muy difícil hacerla. Hemos aceptado que nuestros hijos y nuestros nietos vivan con tecnología que no va a ser europea, y eso es muy serio. A Europa lo ocurre un poco lo que a España, que no tira.
–Tras residir años en Reino Unido, se instaló en EE UU, que vuelve a encarar unas elecciones decisivas. ¿Le beneficia a Kamala Harris tener enfrente a alguien como Donald Trump? ¿Es una candidata decepcionante para las mujeres?
–No, esa imagen de mujer en el poder es buenísima, independientemente de si estás de acuerdo con todo lo que dice o no. Su mérito es que ha logrado que haya una contienda que tenían perdida. Pero las elecciones se deciden por unos 100.000 votos en uno o dos estados y los demócratas lo tienen muy difícil. Si es reelegido Trump, la situación será complicadísima para Europa. Lo único positivo es que la UE solo reacciona cuando el problema es muy gordo, no solo gordo.
–Terminemos de nuevo en lo doméstico. Se ha mostrado crítica con el papel de Begoña Gómez…
–(Interrumpe) No con ella, con el sistema. Nosotros hemos puesto sobre la mesa un código ético de gobierno con 99 compromisos muy facilitos. Si hablamos de los conflictos de interés, está muy claro lo que falta. Y si ningún partido le ha puesto nombre es porque realmente ninguno está interesado en tener límites a cómo ejercen el poder. Nos falta regular, por ejemplo, las apariencias de conflicto. También las situaciones profesionales de los familiares de los políticos están demasiado limitadas, hay que considerarlas todas. Y no tenemos mecanismos preventivos: lo pillas después. Tenemos a ese asesor del Gobierno que no tenía que haberlo sido. ¿Alguien ha explicado por qué estaba ahí, quién lo sabía y no alertó, o cómo vamos a cambiar las normas para que no vuelva a ocurrir?
–Se refiere a Koldo García.
–Sí, pero no solo. Aquí no pasa nada nunca. Se cambia el foco mediático y el agujero desaparece.
–Este caso y el de Gómez, ¿son indicativos, por tanto, de males endémicos del sistema?
–Perdemos demasiadas energías en las circunstancias personales. Lo importante es cómo cambiar el sistema para que situaciones que se han producido no vuelvan a hacerlo nunca más. Siempre hay que tratar de ir a mejor y atornillar las normas. Lo que no puede ser es que se hayan descubierto irregularidades por acción, por omisión, por error… y no actuemos. Esto viene de la presión social. El último y mejor instrumento de garantía en ética política es que la sociedad esté vigilante.
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