A Pere Aragonès le gustan las series. Pero dicen los suyos que la ruptura en canal de su Gobierno, precipitada en diez días en los que Cataluña ha vuelto a la ebulición y el frenesí, «no es 'House of cards'». Que desde el señorial Palau ... de la Generalitat no se ha urdido una trama pretendidamente maquiavélica para acabar prescindiendo de Junts, ese molesto pariente de la posconvergencia con la que ERC libra un pulso extenuante por la autenticidad del independentismo y por el poder institucional que ha cobijado y alentado el 'procés' en la última década. Simplemente, el president decidió que más vale una vez rojo que ciento amarillo. Que no podía consentir que sus socios le torpedearan desde dentro amenazándole con una cuestión de confianza. «Era o aguantar y tragar o decir hasta aquí». Y Aragonés, con fama de ejecutivo aunque el dilema suponga un desgarro, fulminó al vicepresidente de Junts en su Govern, Jordi Puigneró.
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Solo el president, ese tipo de rostro aniñado, maneras amables y temperamento cerebral alejado, según cuentan, de las pulsiones más intelectuales de Oriol Junqueras, sabe si su órdago fue un arrebato o si llegó a calibrar desde el mismo instante en que lo lanzó dónde podía terminar: en el portazo de la mayoría de las bases de Junts, recalentadas por la radicalidad de Carles Puigdemont y Laura Borràs, que le deja gobernando en solitario con 33 de los 135 escaños del Parlament; menos del 25%, un porcentaje más exiguo, por comparar, que el que atesora en el Congreso el PSOE de Sáchez que depende de los votos de ERC.
En las horas previas al escrutinio militante de Junts, el entorno de Aragonès sostenía que «lo mejor, por responsabilidad, es que se queden». Las sagas políticas del independentismo se tenían ganas y «nadie que le conozca» podía pensar que el dirigente de ERC iba a someterse a la tutela telemática de Puigdemont. Siempre hay alivio en los divorcios de las parejas ya rotas. Pero si sus hasta ahora socios hubieran votado a favor de continuar en el Govern, Aragonès también podría haber explotado la debilidad de los junteros y la herida de la derrota de Borràs y del expresident fugado en Waterloo.
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Paula De las Heras Lourdes Pérez
Ahora los tiene a todos enfrente -divididos, pero dispuestos a no dejar respirar a su Gobierno monocolor-, y el órdago se ha transformado en el desafío de su vida. El precoz político de Pineda de Mar -cumplirá los 40 el 16 de noviembre-, nieto de un alcalde en la España franquista y en la ya democrática, heredero de una familia acaudalada gracias al negocio turístico y que redondeó en Harvard sus estudios de Derecho e Historia Económica, se juega su ser o no ser. O, lo que es lo mismo, la supervivencia del Ejecutivo hoy en precario que gobierna a los casi 8 millones de catalanes en la legislatura de las crisis, reventada el viernes por los apenas 6.465 militantes de Junts.
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«Fácil no será», se preparaban en el equipo de Aragonès antes de que se consumara el veredicto de sus socios, con una constatación anticipada -«No, no vamos a gobernar con el PSC»- que desnuda el infernal tablero en el que va a tener que maniobrar el president: procurarse apoyos desde fuera de los socialistas y los comunes sin parecer sumiso y cautivo ante la todavía caldeada parroquia secesionista, todo a ocho meses de las elecciones municipales de mayo. Uno de los cargos de Junts que estará llenando cajas a estas horas sigue reconociendo a Aragonès como un independentista auténtico, de primera hora, desde que se afilió a las juventudes de ERC con 16 años. Pero ese gen secesionista ya no le basta como salvoconducto cuando «ha incumplido el pacto de Gobierno y ha entregado un cheque en blanco a Sánchez».
Fue aquel Aragonès juvenil el que cultivó la relación con el entonces profesor Junqueras, del que acabó siendo lugarteniente en la Consejería de Economía durante los críticos episodios del 'procès' de hace un lustro. Y fue Aragonès, que se salvó de la quema de la justicia, quien manejó junto al ministro de PP Cristóbal Montoro la intervención del autogobierno catalán bajo el insólito paraguas del artículo 155 de la Constitución. El president, sí, está bregado en los retos. La duda es cuánto y hasta cuándo en esta Cataluña sin 'procès' pero aún bajo el 'procès'.
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