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Paula De las Heras y Cristian Reino
Barcelona
Jueves, 19 de enero 2023, 11:48
El gesto de Pere Aragonès durante los actos de recepción en la cumbre hispano-francesa que ayer se celebró en Barcelona fue muy gráfico. El presidente de la Generalitat aprovechó la ocasión para decir cara a cara a Pedro Sánchez que el 'procès' sigue vivo, ... explicar a Emmanuel Macron que Cataluña quiere ser un «socio europeo» y tomar las de Villadiego antes de que los dos mandatarios se plantaran frente a la brigada del regimiento de Barcelona y, como marca el protocolo en este tipo de encuentros, comenzara a sonar el himno nacional. Pero el Gobierno cree que poner el foco en ese episodio sería quedarse en lo anecdótico y perder la imagen completa.
Minutos antes del plante, mientras esperaba la llegada de los presidentes español y francés, el jefe del Ejecutivo catalán había tenido que aguantar desde la explanada del Museo de Arte Moderno, en el que iba a tener lugar el encuentro bilateral, el sonido de la bocinas que llegaba desde las faldas del Montjuic donde se manifestaban a favor de la independencia cerca de 6.500 personas, según la Guardia Urbana, y donde al líder de su partido, Oriol Junqueras, acababan de llamarle «traidor». Es ahí, en la división del secesionismo, donde, según Moncloa, hay que fijar la atención y donde está la prueba de que, pese a las gesticulaciones, el 'procés' ha muerto y su política de apaciguamiento ha funcionado.
«Cataluña está ya en otra cosa –insisten en el Gobierno–; la preocupación es el crecimiento económico, la creación de empleo...». El propio Sánchez restó toda importancia a la escenificación del president, que, nada más despedirse de él, se marchó al Palacio de la Generalitat para recordar que, aunque su apuesta sea el diálogo, el independentismo no está dispuesto a renunciar a la autodeterminación y lanzarle desde allí una advertencia: «Mientras siga ignorando esta realidad, habrá conflicto político».
Sánchez reconoció que le hubiera gustado que Aragonès se quedara a los himnos pero, lejos de reprochar su actitud, agradeció su presencia en los saludos y aprovechó para lanzar una pulla al PP. «En otras cumbres bilaterales no hemos contado ni con la presencia del presidente autonómico», dijo en alusión a la decisión del presidente gallego, Alfonso Rueda, de enviar a su consejero de Hacienda a la cumbre hispano-alemana celebrada en octubre en La Coruña o la de Isabel Díaz Ayuso de no asistir a la hispano-polaca en Alcalá de Henares en mayo de 2021. Sánchez fue incluso más allá al situar la mayoría social del país entre la manifestación celebrada ayer por los secesionistas y la convocada mañana en Madrid por la derecha, a la que acudirán cargos del PP, Vox y Cs, contra sus pactos con el independentismo.
«Lo importante a efectos de normalidad institucional era que Aragonès estuviera en la línea de saludo; lo ha hecho y ha estado departiendo con total normalidad», repetían una otra vez ayer los colaboradores del jefe del Ejecutivo. Al presidente catalán, es cierto, se le pudo ver charlando de manera cordial tanto con Sánchez como, antes de que este llegara, con el inspector general del Ejército, Manuel Busquier, o el secretario general de la Presidencia, Francisco Martín, que acudió al acto acompañando a las alcaldesas de Barcelona, Ada Colau, y de L'Hospitalet de Llobregat, Núria Marín.
Lo que es una incógnita es lo que pueda pasar en adelante si, como apuntan las decisiones del juez Pablo Llarena, de la Fiscalía y de la Abogacía del Estado, la reforma del Código Peñal diseñada mano a mano con ERC para beneficiar a los encausados del 'procès' acaba convertida en agua de borrajas por una interpretación rigurosa de la norma. Sobre todo, en un clima de competición electoral entre los republicanos y Junts per Catalunya por las municipales del 28 de mayo. Pero en el Gobierno aseguran no albergar ningún miedo al respecto. Ni por el clima social ni por su gobernabilidad. «Tenemos ya los Presupuestos aprobados», subrayan.
El ruido generado por el secesionismo, en todo caso, ya tuvo este jueves un efecto negativo para Sánchez, que cree tener en el buen manejo del ámbito internacional uno de sus puntos fuertes. La cumbre con Francia no era una reunión cualquiera sino, según se esmeraron en subrayar desde Moncloa, un hito que eleva a cotas máximas las relaciones entre ambos países. El acuerdo de amistad firmado es solo equiparable al que los que el país vecino mantiene con Alemania y con Italia o al que España protagoniza con Portugal. En él, se contempla incluso que un miembro del Gobierno de cada uno de los países sea invitado al Consejo de Ministros del otro «al menos una vez cada tres meses y por rotación». Pero, en buena medida, eso quedó eclipsado por la cuestión catalana.
En la Moncloa, sin embargo, esgrimen la comparación entre el Consejo de Ministros celebrado en una ciudad condal completamente blindada en diciembre de 2018, ya con Sánchez en la Moncloa, y la calma que se respiraba este jueves como un mensaje político lo suficientemente potente. El líder socialista llegó a afirmar, de hecho, que la elección de Barcelona como anfitriona ambién tuvo que ver con su apuesta por «la convivencia y la concordia». «Que el primer tratado de cooperación con Francia se llame Tratado de Barcelona es una muestra de respeto, consideración y admiración a la ciudad», recalcó. «No solo estamos firmando un tratado entre dos países, sino lanzando un mensaje inequívoco de europeísmo con el fortalecimiento de nuestro proyecto común».
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