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«Hay una izquierda que cae bien pero no hace nada. Y luego está Pablo Iglesias». Así resume José Romera, militante de Podemos Fuenlabrada, el sentir general de los primeros clientes de la Taberna Garibaldi, el bar que el exvicepresidente del Gobierno abrió este martes ... junto a dos socios en el popular barrio madrileño de Lavapiés. Cambiando el «patata» por «el puñito, que es lo que les jode», son pocos los que durante la espera de dos horas en la puerta no sucumbieron a la tentación de fotografiarse delante de la fachada que 24 horas había sido vandalizada con pintadas anarquistas.
«Ayer acabaron con las reservas de cerveza», bromean pacientes sobre la fiesta privada que Iglesias y sus dos socios –el cantautor Carlos Segovia y el poeta Sebastián Fiorilli– celebraron la noche del lunes mientras un camión descarga bebidas. No es hasta las dos menos diez cuando finalmente sube la verja. «Esto es histórico», afirma orgulloso un matrimonio de Cádiz, fans declarados del fundador de Podemos y felices de haber sido los primeros en cruzar el umbral. Compañeros de los círculos de Arganzuela y Alcorcón hacen turnos para hacerse un selfi con Raffaella Carrà y Pepa Flores, elevadas a iconos pop del comunismo al que aspira la taberna.
En este «bar de rojos», en palabras de Iglesias, caben todos –militantes, jubilados, vecinos, turistas y periodistas– y Fiorilli, el único de los tres socios presente a mediodía, no da abasto repartiendo tapas frías. «En los últimos 40 años de la historia de España Pablo Iglesias ha sido el político más perseguido, machacado y que mejor ha reaccionado. Ha sabido retirarse y lo ha hecho por su mujer y sus hijos», elogia Ángel, que junto a su mujer Sol, han bajado a ver el ambiente «y los cotilleos», añade ella.
Un grupo de jubilados chilenos residentes en España comparte mesa con un joven al que acaban de conocer. «Hemos venido por curiosidad y solidaridad», señala Patricia Lillo. Esta maestra que militó en las juventudes comunistas y muy identificada con la Izquierda Unida de Julio Anguita es hoy votante de Podemos. Y pese a la ilusión que dice respirar en el bar, se lamenta que sus hijos, educados en nuestro país, también hayan tenido que emigrar por trabajo. «Somos los viejos nostálgicos, espero no perder nunca mi identidad y mi razón de ser, porque mis nietos van a vivir el regreso de la ultraderecha», se lamenta. También se resigna Mario Ocampo, que huérfano políticamente cuando el Partido Socialista abandonó el marximo, encontró en la formación morada un movimiento que «sin tener nada lo quiere recuperar todo».
Todavía es pronto para saber si la taberna del expolítico, tertuliano, profesor y ahora hostelero será «el último bastión de la libertad del proletariado», como deseó Iglesias citando a Karl Kautsky. Pero lo que ha quedado claro es que los círculos morados que surgieron de las asambleas del 15-M han encontrado su rincón de nostalgia. Tras asaltar los cielos, siempre les quedará este bar.
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