Las izquierdas catalanas se dan una tercera oportunidad. Después de ganar las primeras autonómicas en 1980 y de dejarse robar la cartera por Pujol, a finales de 2003 y luego en 2006 se pusieron de acuerdo para cuestionar aquel régimen. Vinieron a coincidir pronto con ... Zapatero en la Moncloa, que les prometió acordar todo lo que pidieran, y después con la formidable crisis mundial de 2008 que les sacó también del poder. Artur Mas huyó hacia adelante convenciendo al personal de que la culpable de aquella catástrofe sistémica era una España ladrona y no sus políticas antisociales, con las que disputaba exitosamente incluso con el Partido Popular. Él propuso aquello del Concierto Económico catalán e inició oficialmente, en 2012, el 'procés'. Ahora, agotadas -o, al menos, desgastadas- las energías de los 'indepes' más contumaces, se repite la escena. Tercer tripartit.

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¿Problemas? Los mismos de antes: los de dentro y los de afuera. Los de dentro los vimos ayer: la desconfianza congénita, ontológica, entre los socios. El portavoz del PSC les explicó pacientemente lo dañino de creerse las únicas izquierdas o los únicos catalanistas, después de escuchar a sus futuros aliados cómo les negaban ambas cualidades. Así pasó con el primer tripartit de Maragall, cuando Esquerra se dio de baja a pesar de haber colado toda su mercancía en aquel siniestro pacto del Tinell, en sus coqueteos franceses con la ETA, en sus fracasos y desacuerdos con la financiación autonómica -sellada al final con CiU- o con el redactado hipernacional del nuevo Estatut. Las controversias con el texto forzaron su salida del Ejecutivo, nuevas elecciones, nuevo tripartit -el de Montilla- y de nuevo ERC descreyendo en la práctica de lo que había firmado. La crisis y algunas polémicas, junto al desatino de la reforma del Estatuto, acabaron con todos ellos.

El problema hacia afuera también suena parecido. Sánchez, como ZP en su día, les compra lo de la fiscalidad privativa, pero seguro que se encuentra con un cepillado del acuerdo como aquel. El Concierto a la carta tropezará previsiblemente con las fuerzas españolas, las propias de las izquierdas, y todo será culpa de la pérfida españolidad, insensible con una Catalunya dispuesta a la pluralidad si se le reconoce su excepcionalidad y su supremacía sobre el resto de mortales. Se inflamarán las pasiones a ambos lados de la Marca Hispánica y vuelta la burra al trigo.

Ayer se convirtió en president el único personaje que no parecía asistir a un 'happening'. De aspecto aburrido, tiene demostrada su tenacidad y su paciencia, acreditativos necesarios en el circo político catalán desde hace unos años. Sus posibilidades son más bien escasas, por lo que tiene dentro y fuera de casa. Su socio principal local sigue sin saber qué quiere ser de mayor y su correligionario español cuelga de un hilo, precisamente catalán (el del huidizo y sus seguidores). Lo tiene difícil, y tendrá primero que convencer a los españoles que no juega con ventaja, pero la mayoría de los ciudadanos catalanes se merecen la oportunidad de ser considerados normales.

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