La doctrina del 'shock' de Naomi Klein señalaba que el personal recibe mejor el impacto de una decisión negativa si viene precedida de una amenaza extrema. Hoy recibimos con cierta tranquilidad un borrador de ley de amnistía tras superar la estupefacción producida tras la lectura ... del texto acordado entre PSOE y Junts (o antes con ERC). Lo hacemos también porque la redacción delata que detrás hay letrados y no políticos, de manera que lo que se dice viene sostenido por una impresión de seguridad jurídica.
Hay política en la afirmación principal: todo esto es por el bien general, citado en hasta cinco ocasiones, y en la intención derivada: devolver la resolución del conflicto político a los cauces de la discusión política. Pero a partir de ahí todo suena a seguridad y sentido, dentro del sinsentido que haya podido ser acordado ya: la amnistía es posible y legal, se ha hecho más veces, también en Europa, los organismos europeos la consideran, pone en valor la Constitución y la actuación en su momento de las Cortes –¿el 155?–, así como el Estado de derecho, demuestra que nuestra democracia es sólida y generosa, no afecta a la división de poderes ni al principio de la igualdad de trato, es proporcional y adecuada, defiende la presunción de inocencia de los policías encausados, no indemnizará ni restituirá multas de los ya condenados, y no deja meter otras causas ajenas a la cuestión ni delitos de otra entidad (terroristas, trato inhumano o resultado de muerte), aunque sí la malversación de recursos públicos, la prevaricación y la usurpación de funciones públicas siempre que se hiciera en el marco y en favor del proceso secesionista (de 2012 a hoy). Súmesele que no se hace ahora un relato de parte de lo sucedido, estrambóticamente volcado a dar la razón a los 'indepes' (como hicieron los antes citados documentos políticos). Lo dicho, hasta los sapos parecen aquí apetitosas ancas de rana.
¿Podría haber sido de otra manera? No, lógicamente. Bastante lío hay montado como para que el borrador de la ley estuviera trufado de disparates argumentales o de desafueros jurídicos. Es pulcro, aunque no resuelva –no puede– desarrollos futuros que lo pondrán en solfa: determinar el interés general como argumento (y no lo que todos sabemos: los apoyos para una investidura), esquivar actuaciones judiciales hasta su lenta aprobación más allá del Senado, alguna consideración europea al asunto de mal uso de los caudales públicos y otras cuestiones que hoy todavía no se nos ocurren.
De momento, en la forma y contenido –sapos deglutidos aparte–, el borrador es la antítesis de los documentos ya conocidos. Pero eso no nos debe apartar de la esencia del debate. Aquí no se discute si es legal o europea la amnistía, o si tiene además buena intención, sino si es acertada políticamente la iniciativa, su objetivo real, el momento, la manera y los apoyos con que se ha llevado a cabo. De eso es de lo que se trata, y por eso la pulcritud del texto sigue dejando la pelota en el mismo lugar: en el de la política y en el de la opinión pública.
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