Pere Aragonès interviene este sábado en un acto en Barcelona. E. P.

Con el cuchillo en la boca

Entre líneas ·

La política española se ha atrincherado en una lamentable hiperventilación y una guerra de bandos

Alberto Surio

San Sebastián

Domingo, 17 de marzo 2024, 00:37

El elefante catalán vuelve a estar en el centro de la habitación. La verdadera partida política de la legislatura de Sánchez se libra en Cataluña el 12 de mayo. Quitar la mayoría absoluta al independentismo y lograr la Generalitat para Salvador Illa tendría efectos vigorosos ... para el PSOE a la hora de afrontar los comicios europeos. El contexto en la Unión Europea es muy complejo: dos guerras abiertas sin salidas a corto plazo y un malestar por la desigualdad. Un caldo de cultivo idóneo para la antipolítica. Por eso, la victoria del PSC y su proyecto de «reencuentro» proporcionaría una gran inyección de moral interna que, paradójicamente, podría terminar desestabilizando la legislatura de Sánchez si el independentismo pierde la hegemonía en Cataluña.

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La partida entre Junts y ERC revela un pulso trascendental. Se dirime qué tipo de soberanismo tiene más apoyo social, si el que juega de nuevo con el anclaje del factor emocional y quiere volver a situar a Carles Puigdemont como la figura clave de un agravio o quienes apuestan por la negociación para abrir una etapa diferente. Si Junts se queda fuera de juego de la sala de máquinas podría tener la tentación de provocar la caída de Sánchez y dar vía libre a un Gobierno del PP. Pero eso también tendría serias consecuencias internas en la política catalana.

Mientras tanto, el otro foco informativo de la semana ha estado en Madrid en torno a los escándalos de corrupción y como se entrecruza su utilización en la guerra PSOE-PP. A veces da la impresión de que ya no importan los hechos ni las verdades. Importa solo la contienda política más desaforada, el cruce de insultos, los bandos que cierran filas alrededor de los suyos y cierran los ojos ante las denuncias de los 'otros'. La política española está en ese estado tan primario y simplificador de dos trincheras. Un territorio de punto muerto con los Presupuestos prorrogados.

Los últimos días han confirmado que esa atmósfera viciada, un tanto irrespirable, con un ventilador puesto en marcha en torno a la corrupción que desacredita la política democrática y perjudica a las instituciones. Es una práctica irresponsable que todos utilizan, aunque la pasada legislatura la derecha se anticipase en esa hiperventilación de una manera muy activa.

Todo se ha acelerado tras conocerse el 'caso Koldo' y sus derivadas, un elemento tóxico para el Gobierno de Sánchez. El PP quiere cobrarse la revancha respecto a la moción de censura de 2018 que descabalgó a Mariano Rajoy con el relato de la corrupción y cree que ahora ha encontrado un filón en las presuntas mordidas escandalosas del que fuera antiguo asesor del exministro de Transportes, José Luis Ábalos. La gravedad de esta causa no pierde un ápice de intensidad con las revelaciones sobre el supuesto fraude fiscal de la pareja de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, presumible comisionista en la compra de mascarillas durante la pandemia. No hay reproche penal a ejercitar de intermediario comercial, pero hacerlo con una necesidad básica en un contexto tan dramático resulta obsceno e inmoral aunque ella lo quiera convertir en una perversa operación de destrucción personal urdida por el 'malvado' Sánchez. Ayuso juega a convertirse en mártir y el cierre de filas va a terminar por arrastrar al PP.

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En todo caso, asistimos a una gresca en la que se han desbordado algunas líneas rojas de la crítica. Se lleva el cuchillo jamonero en la boca. Todo se enreda y todo se ensucia. Tendrá que ser la justicia la que determine si hubo o no delitos tributarios o conflictos de intereses. Pero llevarlo todo al escaparate guerracivilista de la destrucción abona el campo al populismo más reaccionario. En su 'guerra cultural' contra la democracia liberal, el 'trumpismo' tiene sus discípulos en España en un sector extremista de la derecha más conservadora. Deberían importar los hechos y las verdades, no las consignas prefabricadas, ni los insultos más gruesos, ni los bandos que cierran filas alrededor de sus 'verdades' y de las 'mentiras' del adversario. En la Historia de España, la hiperventilación siempre ha terminado muy mal.

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