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En Cataluña, que un dirigente cambie de partido no es algo inusual. Elisenda Alamany, la nueva secretaria general y portavoz de Esquerra, conoce de primera mano esta frontera difusa entre unas y otras formaciones: tiene 41 años y se ha fogueado ya en cuatro opciones ... políticas diferentes.
Empezó en 2007 como concejala en Castellar del Vallès (Barcelona) en una coalición cercana a la CUP, fue dirigente de los comunes y su portavoz en el Parlament, impulsó un partido llamado Nova y ha acabado en ERC, donde desde hace apenas un mes es la número dos. Ella es la encargada de relevar a la otrora todopoderosa Marta Rovira, que se ha apartado de la primera línea y se ha ido a vivir a Ginebra, donde estuvo años huida de la justicia española por el 'procés'.
Alamany, como Rovira, hará tándem en la cúpula republicana con Oriol Junqueras, presidente de la formación, elegido en un convulso congreso interno que ha dejado las casi centenarias siglas de Macià y Companys fracturadas y enfrentadas. Junqueras ganó la presidencia con el 52% de los votos. O lo que es lo mismo, con el 48% de la militancia en contra. Esta es la primera labor de la nueva secretaria general: recoser el partido. Cerrar heridas y tratar de evitar escisiones.
De momento, la dirección republicana está actuando con una cierta prudencia. La purga más sonada ha sido la de la portavoz Marta Vilalta. Falta por saber qué pasará con Josep Maria Jové, el presidente del grupo en la Cámara catalana y negociador jefe con los socialistas. Teresa Jordà, que también era del sector 'rovirista', se mantiene como número dos en el Congreso, tras Gabriel Rufián.
Alamany (Sabadell, 1983, filóloga de formación) tiene experiencia en moverse en arenas movedizas. En 2019, cesó como diputada de los comunes en el Parlament. Meses antes había abandonado la portavocía del grupo parlamentario. Fue el final de una guerra interna entre corrientes y sectores del partido. La nueva jefa republicana estuvo a punto de ser la número dos de Catalunya en Comú haciendo tándem con Xavier Domènech, pero Ada Colau, con quien mantuvo un duro enfrentamiento, vetó su nombramiento. La guerra endogámica fue parecida a la que se libró en Podemos: Colau y su marido contra Alamany y su pareja, entonces todos ellos dirigentes de los comunes.
La hoy colíder republicana retó a la dirección de los comunes promoviendo una corriente interna, de signo independentista, que culminó en escisión con su salida y la de Joan Josep Nuet. Fundó la plataforma Sobiranistes y más tarde la convirtió en un partido, Nova, que acabó integrado en ERC. En los comunes, echaron pestes cuando dio el portazo. El calificativo más repetido entre sus antiguos compañeros fue el de que iba sobrada de «ambición».
ERC aprovechó para pescar en río revuelto y de paso ampliar la base republicana en el caladero soberanista del entorno de Podemos y los comunes. Fue similar a la operación llevada a cabo entre 2012 y 2015 en el PSC: Toni Comín –hoy en Junts–, Ernest Maragall o Joan Ignasi Elena se sumaron a las filas de Junqueras cuando el PSC titubeaba con el referéndum. Tras su fichaje, Alamany entró como número dos del partido en el Ayuntamiento de Barcelona, junto a Maragall. Su tarea estaba en el ámbito municipal como futura alcaldable cuando se jubilara el veterano hermano del histórico regidor de la caoital de la Olimpiadas, hasta que Junqueras pensó en ella para coger las riendas del partido.
Presidente de Esquerra desde 2011, el expresidente de la Generalitat necesitaba presentar caras nuevas no vinculadas a la etapa anterior, que dieran un cierto aire de renovación a su candidatura. Pero al mismo tiempo, para el cargo de secretaria general requería de una dirigente bregada en batallas internas. Joven y experimentada a la vez.
En la operación pueden buscarse también razones ideológicas. Alamany representa a esa nueva ERC que quiere Junqueras, en la que las fronteras con los comunes o la CUP no estén del todo definidas. La nueva jefa republicana fue cercana a Xavier Domènech, líder de los comunes que dejó el partido de forma abrupta y hoy dirige un 'think tank', junto al ex cargo de la CUP Quim Arrufat, que aboga por la unidad de las izquierdas soberanistas; una alianza entre ERC, los cuperos y los comunes, tres partidos a la baja en el terreno electoral y que están redefiniendo sus estrategias.
La nueva secretaria general, cuando solo era la líder del partido en Barcelona, se mostró partidaria de entrar al gobierno municipal del socialista Jaume Collboni. Ella misma negoció con el alcalde los términos del pacto. ERC convocó una consulta entre la militancia para refrendar la decisión de la agrupación de Barcelona, pero tuvo que suspenderla cuando vio que podía perder. Las bases se movilizaron de forma masiva contra la dirección, reventaron la jornada de votación y la consulta se aplazó 'sine die'. Era junio del año pasado. Dos meses antes de que la militancia republicana votara a favor de investir a Illa a cambio de la financiación «singular» para Cataluña.
La consulta sobre Barcelona es una de las primeras patatas calientes de su mandato. Le definirá como líder del partido. Y marcará el estilo de hacia dónde va la formación en lo que a los pactos se refiere. Antes de ser secretaria general, Alamany defendía con uñas y dientes la entrada en el gobierno de la capital. Ahora está por ver, porque Junqueras, desde su reelección, ha tratado de marcar distancia con los socialistas y lucha contra el estigma de ser un partido venido a menos electoralmente, que hace seguidismo del PSOE en Madrid y del PSC en Cataluña. Los Presupuestos del Estado y los catalanes, además de Barcelona, serán las primeras decisiones de calado de la nueva cúpula republicana en la que brilla Alamany.
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