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El nuevo ciclo electoral que se avecina con el adelanto en Castilla y León, al que seguirá convocatoria en Andalucía, va a convertir la segunda mitad de la legislatura en uno de los bienios más turbulentos desde la Transición. Las escasas posibilidades de llegar a ... acuerdos en asuntos tan relevantes como el Consejo General del Poder Judicial o la nueva renovación parcial del Tribunal Constitucional se van a alejar aún más. Tampoco es arriesgado prever que la vida parlamentaria, que ya atraviesa una de sus épocas más desabridas, desembocará en una batalla sin cuartel.
El sombrío diagnóstico es compartido por las fuerzas políticas sin distinción de colores. Es consustancial a las épocas electorales que se eleve la temperatura del debate político, pero la particularidad en esta ocasión es que el punto de partida ya tiene una alta graduación. Es inevitable que la campaña en Castilla y León, y después la de Andalucía, van a tener un marcado acento nacional. Como lo tendrán los comicios autonómicos y municipales que se celebrarán a continuación, en mayo de 2023.
El PP no esconde que esa es su estrategia porque quiere convertir las sucesivas convocatorias electorales en rampas de lanzamiento para Pablo Casado hacia la Moncloa. Aspira a ganarlas todas, como ha pronosticado su secretario general, Teodoro García Egea: «Me comprometo a que todas las elecciones que convoquen a partir de ahora las gane el PP. Esa es la meta que tenemos a partir de ahora».
Se trata, apuntan en la dirección del partido, de generar un clima triunfal para su líder que instale en la sociedad una sensación de inevitabilidad de su victoria cuando llegue la hora de las generales. Las perspectivas electorales juegan a su favor dado que todos los sondeos en Castilla y León y Andalucía apuntan a un holgado triunfo de los populares.
En este escenario de confrontación el acuerdo para la renovación del Consejo General Poder Judicial, pendiente desde hace más de tres años, se antoja más improbable que nunca. El PP no se puede permitir ni un atisbo de acercamiento al PSOE. Sería, por una parte, munición para Vox, y, por otra, un mensaje contradictorio a su electorado más recalcitrante. Casado, además, nunca ha mostrado el menor entusiasmo por ese pacto, y en un escenario electoral mucho menos. En su estrategia de enfrentamiento con Pedro Sánchez en todos los ámbitos ese desacuerdo es una pieza fundamental.
Del mismo modo, el relevo de cuatro magistrados del Tribunal Constitucional cuyo mandato vence en junio tampoco tiene fácil encaje. El Gobierno debe nombrar dos, pero los otros dos corresponden al Consejo General del Poder Judicial, en el que la mayoría conservadora puede demorarlos 'sine die'. Se vislumbra, pues, otro bloqueo que echaría por tierra las esperanzas gubernamentales de que la corte de garantías tenga una mayoría progresista después de más de una década de control conservador.
Las de Castilla y Leon, y después las de Andalucía, son convocatorias autonómicas en las que, sin duda, se la juegan los presidentes Alfonso Fernández Mañueco y Juan Manuel Moreno Bonilla. Pero si alguien va a poner toda la carne en el asador en este ciclo electoral ese es Pablo Casado. El líder del PP necesita victorias rotundas de su partido para apuntalar su liderazgo, cada vez más contestado por la interminable pugna con Isabel Díaz Ayuso y por la agresiva deriva que ha imprimido a su estrategia opositora para disgusto de algunos barones, con Alberto Núñez Feijóo a la cabeza.
Casado pretende demostrar que el enfrentamiento que mantiene desde finales de agosto con la presidenta madrileña no le pasa factura en las urnas, un peaje que, sin embargo, los sondeos ya otean. El pulso, afirman en la calle Génova, no puede traducirse en un desgaste electoral ni para la marca PP ni para Casado. El líder de la oposición, avanzan en la dirección popular, se va a volcar en Castilla y León, que, además de ser su tierra, es el primer test para las generales después de las elecciones madrileñas, en las que el protagonismo absoluto fue para Díaz Ayuso y su papel quedó desdibujado.
Pedro Sánchez no se enfrenta a semejante reto. El PSOE asume que no va a ganar, pero está convencido de que el descalabro de Madrid no se va a repetir en Castilla y León porque su implantación territorial es superior y porque con el mismo candidato, Luis Tudanca, ganaron las autonómicas de 2019 aunque no pudieran gobernar.
Vox tiene todo por ganar. Cuenta con un solo procurador pero aspira a la docena para impedir la mayoría absoluta de Fernández Mañueco y, quizá, cogobernar y poner en un brete nacional al PP.
Por Héctor Barbotta
En enero de 2019, Andalucía fue pionera en poner en marcha una coalición de gobierno entre el PP y Ciudadanos que seis meses después, tras las elecciones autonómicas y municipales de ese año, proliferó en ayuntamientos y comunidades autónomas de todo el país. Tres años después, tras las estrepitosas rupturas de Madrid, Murcia y, recientemente, Castilla y León, el andaluz es el único gobierno autonómico superviviente entre populares y liberales.
En el Palacio de San Telmo atribuyen la solidez de la coalición a la absoluta confianza mutua que los miembros del Gobierno han sido capaces de construir durante este tiempo.
Tras la firma del pacto de investidura entre el PP y Cs, con el apoyo parlamentario de Vox, se tomaron dos decisiones que se revelaron claves para la buena marcha del Ejecutivo: una fue el encargo que Moreno hizo a su consejero de Presidencia, Elías Bendodo, de que garantizase la estabilidad del Gobierno mediante la construcción de una relación de confianza con el líder naranja y vicepresidente de la Junta, Juan Marín. La otra fue la de asumir desde el PP las relaciones con Vox, incluidas labores de mediación cuando los puentes entre el socio de gobierno y el socio parlamentario quedaron rotos.
Bendodo y Marin fijaron una reunión de enlace semanal que se viene celebrando desde entonces y en la que se abordan todos los temas, no sólo los que afectan al Gobierno sino también a los respectivos partidos. Otra de las decisiones que Moreno trasladó a los suyos, y que se ha acatado a rajatabla, fue la de no escatimarle al vicepresidente ni una pizca de protagonismo. El presidente de la Junta, que también habla con Marín frecuentemente, tiene sintonía con la líder nacional de Cs, Inés Arrimadas, con la que conversa de forma periódica.
Si Moreno se resiste a apretar el botón electoral es porque la actual fórmula de gobierno PP-Cs es mucho más cómoda que el eventual escenario de un ejecutivo compartido con Vox. Para lo populares es tan importante sacar una ventaja decisiva sobre el PSOE como evitar que su socio desaparezca del mapa político. Darle a Marín todo protagonismo posible no es un acto de generosidad, sino parte de una estrategia política.
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