Ander Azpiroz
Martes, 30 de agosto 2016, 17:03
Tras un mes de actividad anodina, los pasillos del Congreso han vuelto a vuelto a funcionar esta tarde a pleno rendimiento. Lo han hecho tras un periodo vacacional que ha sido el objeto de conversación de muchos de los diputados, tanto por sus lugares de ... destino como por algunos de los bronceados. Incluso, varias de sus señorías han retomado el curso apoyadas en muletas o con aparatosas escayolas que invitan a pensar en percances veraniegos a cuenta de deportes de riesgo.
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Tras el periodo de asueto, a toca regresar a la realidad. Y, al menos la realidad política, es de bloqueo institucional. Pese al previsible resultado de la investidura de Mariano Rajoy, la Cámara baja ha sido un hervidero de políticos y periodistas entre los que ha sobrevolado la cuestión de si saltará la sorpresa y el candidato del PP logra arañar de algún lado los seis votos que le faltan hasta la mayoría absoluta.
La mayoría de los diputados ha optado por el silencio al respecto. Sí se ha parado con la prensa el republicano Joan Tardá para dejar caer un "vamos a ver que nos cuenta la derecha". La popular Celia Villlabos también se ha detenido. En su caso para vaticinar los infartos que originarían una abstención sorpresa de los socialistas, a los que el ministro en funciones José Manuel García-Margallo ha solicitado que abandonen su autismo moral.
El formato elegido para la investidura ha sido el mismo que el PP criticó tanto en su día para Pedro Sánchez por dar inicio a la sesión a las 16.00 horas. El inicio ha sido de lo más organizado. Cada uno de los principales líderes entrando en el momento justo para no pisarse con los otros. Solo Rivera, el primero en llegar, ha corrido el riesgo de arrollar al convergente Francesc Homs en su intento de regatear a los medios de comunicación que le esperaban. Tras el líder de Ciudadanos, el siguiente ha sido Pablo Iglesias, quien ha accedido al hemiciclo arropado por la cúpula de Podemos y Alberto Garzón. En Mareas y En Comú, eso sí, han entrado por su cuenta y riesgo. Pedro Sánchez ni ha tenido que sonreír a unos periodistas entretenidos con el jornalero Diego Cañamero, ataviado con una llamativa camiseta estampada con un privilegios cero. Rajoy ha sido el último. El candidato ha llegado serio y con mirada alta al frente. Si había nervios, no ha dejado traslucir ni uno.
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