El azúcar del 15M

Se cumplen cinco años de la protesta que marcó un antes y un después en la política española. Tres de sus caras visibles hacen balance: "Aquello inoculó a la gente el virus de la movilización"

CARLOS BENITO

Domingo, 15 de mayo 2016, 12:40

En mayo de 2011, el donostiarra Jon Aguirre Such tenía 26 años, estaba acabando la carrera de Arquitectura en Madrid y era portavoz de Democracia Real Ya, una plataforma que había surgido del descontento generalizado y que exigía un radical cambio de rumbo en la ... política española. A él mismo le gusta decir que le habían propuesto para dar la cara por su probada condición de «sinvergüenza», de persona acostumbrada a decir sin tapujos ni rodeos lo que pensaba, aunque también admite que sus atribuciones tenían un alcance bastante modesto: «La convocatoria de la manifestación no fue nada mediática. Los portavoces habíamos dado tres o cuatro entrevistas: en una radio universitaria de Alcalá, en una radio comunitaria de Carabanchel y poco más». Pero ese domingo 15 de mayo, la fecha que ha quedado para la historia como 15-M, Jon y unos compañeros se subieron a un camión para dirigirse a los congregados y pudieron contemplar la panorámica de la Puerta del Sol abarrotada: «Fue inolvidable ver a tanta gente junta con caras de esperanza», evoca.

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Están a punto de cumplirse cinco años de aquellas jornadas que marcaron un antes y un después en la política española. Al término de la protesta, unas cuarenta personas decidieron quedarse acampadas en la plaza madrileña. El lunes, la cifra de participantes se había elevado ya a más del doble. Pero el martes, ante la inminencia de las elecciones municipales del 22 de mayo, fueron desalojados por la Policía. Y a Jon, el portavoz del bigotillo y las camisas llamativas, le tocó hacer un llamamiento desde la puerta de los juzgados para que se reanudase la concentración en la emblemática plaza. «Tampoco olvidaré el momento de bajar por la calle Carretas y encontrarme con que Sol se había llenado de gente», relata. La acampada, con réplicas por toda España, se convirtió muy pronto en una comunidad insólita e ilusionada, una sociedad a pequeña escala en la que se debatía sin descanso, se trazaban ambiciosos planes de futuro, se acuñaban eslóganes deslumbrantes («no somos antisistema, el sistema es antinosotros») y también se vivía, con iniciativas cotidianas que iban desde el huerto ecológico hasta la comisión de respeto que velaba por la paz.

Protagonistas

  • - Pablo Soto. Actualmente concejal de Madrid "La única bandera era la democracia"

  • - Jon Aguirre Such "Este es un momento fantástico para volver a la calle"

  • - Stéphane Grueso. El cineasta, que ha dirigido el documental Excelente. Revulsivo. Importante sobre el 15-M "Muchos dejamos de ser espectadores"

«La acampada era sorprendente todo el tiempo. En un momento en el que parecía que la Policía podía venir a desalojar, se montó una guardería: eso, que podía parecer absolutamente fuera de lugar, dejaba claro que se trataba de un espacio autónomo. La capacidad de ser imaginativos hacía que la movilización no se pareciese a ninguna otra. También había activistas de toda la vida, pero no ejercieron un papel de protagonismo: se montaban asambleas de miles de personas y esos veteranos daban un paso atrás porque quería hablar una señora con su bolsita de El Corte Inglés», describe Pablo Soto, cuya estampa en silla de ruedas fue una imagen habitual en la Puerta del Sol desde la primera noche. Antes de eso, Pablo (desarrollador de software y creador de varios programas de intercambio de archivos) era un ciberactivista que se recuerda siguiendo desde su ordenador, con el corazón en un puño, cuatro o cinco emisiones simultáneas de vídeo desde la plaza cairota de Tahrir. En vísperas del 15-M, cuando las redes sociales ardían ya de indignación, aún dudaba de si esa incandescencia se podría trasladar a las calles, pero la primera manifestación disipó toda su incertidumbre: «Se había hecho lo más difícil, juntar a cientos de miles de personas en más de cincuenta ciudades con la democracia como única bandera».

Uno de esos miles y miles de españoles movilizados por la convocatoria fue Stéphane Grueso, un cineasta sevillano afincado en Madrid que solo se había manifestado cinco veces en sus 38 años de vida. Acudió a la Puerta del Sol con ánimo de documentalista, para observar e ir contando lo que ocurría, y acabó quedándose e implicándose hasta el cuello: «Muchos dejamos entonces de ser espectadores y empezamos a tomar parte activa. Aquello me transformó totalmente: el 15-M me enseñó a hacer cosas con gente de otra edad, porque me encontraba en una asamblea junto a personas de 20 años y personas de 70. Y también aprendí a respetar el disenso, a escuchar en profundidad a quienes opinan diferente». En un movimiento sin líderes, rabiosamente orgulloso de su horizontalidad, Jon, Stéphane y Pablo estaban llamados a convertirse en tres de las caras más visibles, involuntarios mascarones de proa de una protesta que tenía pendiente a todo el planeta. Los dos primeros incluso aparecieron en Time a finales de aquel año, cuando la revista eligió la figura del manifestante como personaje más representativo de 2011.

¿Cuál fue la aportación más importante del 15-M? «Recuperó la conciencia política de las personas y les inoculó el virus de la movilización, de las ganas de cambio, de protestar pero también de proponer... En definitiva, de hacer política desde la gente. Como dice el lema vamos despacio porque vamos lejos, todos éramos conscientes de que las cosas no se cambian de la noche a la mañana, pero lo cierto es que ya han cambiado un montón», analiza Jon Aguirre Such, en un planteamiento compartido por todos. «Yo veo el 15-M como una tarea generacional expone Stéphane Grueso, así que soy bastante paciente. El 15-M es como un azucarillo que se ha disuelto, y esa agua azucarada ha impregnado muchas cosas, empezando por la política: en su día decidí que el 15-M ya había ganado, a través de la transformación profunda de algunas personas. Es una forma de entender las cosas».

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Las leyes de la física

Su legado político se suele identificar con Podemos y las confluencias en los municipios, pese a que los acampados de 2011 estuvieron siempre de acuerdo en huir de los partidos como si fueran la peste: la nueva política, defendían, emplea otras estrategias menos viciadas. Pablo Soto forma parte de esa oleada salida de la Puerta del Sol que se ha incorporado a las instituciones, como concejal de Participación Ciudadana y Transparencia en el Ayuntamiento de Madrid. ¿Desde dentro se ven las cosas de otra manera? ¿Se aprecian con más claridad los límites de lo posible? «En mi caso no, aunque a lo mejor tengo mucha suerte y no es lo habitual, porque nosotros hemos entrado directamente al Ayuntamiento para gobernar. Estoy pudiendo hacer todo lo que quería, sin cambiar postulados ni volverme pragmático. ¿Por qué va a ser imposible? Mientras no contradigamos las leyes de la física, podemos hacerlo todo: cuando se invierten miles de millones en cosas que la gente no quiere, nadie viene diciendo que es imposible», argumenta.

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