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Mateo Balín
Lunes, 22 de febrero 2016, 20:56
A Francisco Granados le llaman en su pueblo Chirrín. A David Marjaliza le conocen como Mortimer. El primero es hijo de un agricultor. El segundo, de un guardia civil. El político de 52 años lleva 16 meses en prisión preventiva tras su detención en la ... operación Púnica; el constructor, de 48, disfruta de la libertad desde diciembre después de que decidiera colaborar con la Justicia para desenmarañar esta «gigantesca red de trafico de influencias», según el juez.
Chirrín y Mortimer se conocen de sus tiempos de estudiantes en el colegio de Valdemoro, municipio del sur de Madrid de 72.000 habitantes. Hacen buenas migas, comparten gustos y con otros jóvenes forman un grupo al que todos empiezan a conocer como los villanos. En 1995, Granados, que había estudiado económicas, trabajaba en Societé Generale como broker. Marjaliza, que había salido mal de Nuevas Generaciones del PP y del Ayuntamiento, donde llegó a ser concejal, ya tenía un par de pequeñas empresas inmobiliarias en Valdemoro (por aquella época el broker ya tenía una cuenta en Suiza con 340.000 euros, según declaró al juez).
Los dos se presentan en 1995 para ser alcalde de su pueblo. Marjaliza, por un partido al que llamó Independientes por Valdemoro; Granados, como jefe del PP. Ganó Granados, pero los más de 450 votos que obtuvo su amigo le impiden gobernar. Ese fue el penúltimo desencuentro entre ambos.
En 1999, Granados repite como candidato y Marjaliza ya no se presenta. El hijo del agricultor barre con mayoría absoluta y ahí se da el pistoletazo de salida a una década de vino y rosas; de corruptelas, lujos, mordidas, control del suelo municipal, construcción, favores, cohechos, Marbella y, como no, cuentas en Suiza -hasta 18 tuvo abiertas el empresario y su mujer- y también en Singapur a espaldas del fisco.
El ascenso de los villanos llegó a alcanzar los 11 millones de euros. Aunque los investigadores están convencidos de que Granados oculta mucho más. Sobre todo el dinero que se apropió de la trama y escondió en cajas fuertes o escondrijos de allegados, como el maletín aparecido en casa de sus suegros con 922.000 euros. Un personaje «anónimo» dio el chivatazo. Ahora se sospecha que eran pagos de un empresario para financiar al PP de Madrid a cambio de contratos de administraciones populares.
"El monstruo crece"
La ecuación es sencilla. La red tejida por los dos amigos de Valdemoro, con ramificaciones en toda la Comunidad de Madrid, Murcia, Valencia y León, y con más de un centenar de investigados ya, tenía los roles definidos: Marjaliza pagaba el alto tren de vida del político y le llenaba los bolsillos (ahora se sabe que Granados solo pagó una mensualidad de su casa de Marbella, por ejemplo). A cambio, el que fuera secretario general del PP de Madrid de 2004 a 2011, cuando Esperanza Aguirre lo fichó tras repetir triunfo en Valdemoro, usaba su creciente poder para abrir más puertas al constructor y comisionista. Cuanto más subía el político, más se expandía la red corrupta y mayores beneficios obtenían. Todo iba sobre ruedas hasta que la relación se enfrió.
«Estimado Paco. A mi (sic) me enseñaron de pequeñito que cuando haces un favor lo primero es dar las gracias. Parece mentira que después de estar tantos años a tu servicio y sabiendo lo que sabes me puedes tratar a mi tan despectivamente. Ya veo que el monstruo que hemos ido creando entre todos sigue creciendo, cada vez te estás deshumanizando más con tanta gente que tienes alrededor que te ensalza y al final te lo estás creyendo en exceso. El tiempo nos pone a todos en nuestro sitio y ya veremos quién estará a tu lado cuando caigas en el cargo».
Como si fuera una premonición, Marjaliza le advirtió esto a Granados por una deuda de 300.000 euros en un correo incautado en el ordenador del político en Génova 13. Era verano de 2010. Un año después Aguirre prescindiría de sus servicios para sorpresa de todos en una remodelación de gobierno. Entonces era consejero de Presidencia. La caída de los villanos se estaba gestando.
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