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Alfonso R. Aldeyturriaga
Sábado, 6 de febrero 2016, 07:42
«¿Quién es ese rubio?». Hasta que se topó de bruces con Iñaki Urdangarin, en los Juegos Olímpicos de Atlanta del 96, a la infanta Cristina no se le había conocido ninguna relación seria. Sí se había publicado que el hoy rey Alberto de los ... belgas llegó a pretenderla, también que la afición por la vela podría haber llegado a unir al príncipe Alberto de Mónaco con la hija menor de los reyes de España. Pero no. Ella no apuntó tal alto. Se conformó con un deportista de élite, reconocido y admirado. Vivieron un romance a escondidas. Dicen que fue ella quien tomó la iniciativa, que él dejó a su novia de años por doña Cristina. Barcelona fue testigo mudo, y cómplice, del inicio de una historia casi de cuento de hadas. La infanta 'catalana', como se la llegó a rebautizar desde que se instaló allí tras los Juegos de Barcelona, estaba decidida a casarse con este jugador de balonmano, vasco para más señas, que, por entonces, había invertido en un restaurante junto a un par de amigos. Doña Cristina tenía la aprobación del rey Juan Carlos, y también del pueblo llano. Eran años de vino y rosas, con un país en línea ascendente, por momentos de excesos, en los que la Monarquía no tenía tacha.
Cristina e Iñaki representaban la modernidad, el triunfo de lo cotidiano. Jóvenes, guapos y. emprendedores. Antes de la boda, el 4 de octubre de 1997, les colmaron de atenciones. Don Juan Carlos les cedió el ducado de Palma, la capital balear les dedicó su Rambla, Barcelona impuso a la infanta Cristina la medalla de oro y obsequió a los novios, en la víspera del gran día, con un espectáculo pirotécnico solo comparable al que se brindó en los Juegos Olímpicos de 1992. Todo se hacía poco para la pareja de moda, de la que la Casa Real hizo su mejor carta de presentación. Hasta que se convirtió en su cruz.
Catorce años y cuatro hijos después, ricos a los ojos del mundo, con palacete propio en Pedralbes y unos negocios que iban viento en popa, saltó el escándalo. El 'caso Nóos' les estalló en la cara, viviendo en Washington, donde Urdangarin ocupaba despacho de alto rango en Telefónica. El chico de oro, el yerno soñado, el marido ejemplar, el padre inigualable, ya no era un ejemplo a seguir. La Casa Real lo apartó, también a ella, de cualquier actividad de la Familia. Su último acto público fue el 12 de octubre de 2011. Regresaron a Barcelona precipitadamente para, se dijo, que Urdangarin pudiera defenderse. Pero al escándalo aún le quedaban varios capítulos.
Imputada, desimputada después, otra vez llamada por la Justicia, inicio del juicio oral, recurso y resolución final, la infanta Cristina representa hoy la imagen de una mujer denostada por su familia, despojada por su hermano -una vez convertido en Rey- del título de duquesa de Palma, despreciada por el Ayuntamiento de Barcelona y también por el de Palma, al ver cómo se le retiraba la medalla en la Ciudad Condal y la placa en la capital balear; incluso La Bañeza anunció ayer que desposeía a la hija de don Juan Carlos y doña Sofía del título de hija adoptiva.
Sin pasaporte diplomático
Ya sin pasaporte diplomático, del que gozan los miembros del Familia Real -ella pasó a ser Familia del Rey con la abdicación de su padre en junio de 2014-, a lo único que se aferra es al sexto puesto en la línea de sucesión. Ni Felipe VI se lo puede arrebatar. Va en su ADN, como el título de infanta y el tratamiento de Alteza Real con distinción de Grande España. Y parece que por muchas presiones que se ejerza desde Zarzuela, la infanta Cristina sigue agarrada a la línea dinástica. Tal parece su empeño, su venganza personal por el ostracismo al que se ha visto sometida desde que tuviera el dudoso honor de convertirse en el primer miembro de una Familia Real europea en ser imputado por su dudoso comportamiento.
Sólo la reina Sofía y la infanta Elena siguen mostrándole su apoyo público, con viajes puntuales a Ginebra, donde doña Cristina se desplazó con toda la familia en el verano de 2013 para tratar de proteger a sus vástagos de lo que se les venía encima. Ahora, todo hace indicar que ese cambio de residencia temporal lleva camino de convertirse en su destierro.
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