Nuria Vega
Sábado, 17 de octubre 2015, 07:48
Hace tiempo que el PP trata de dar con la tecla que le permita reconectar con el electorado. En realidad desde que en las elecciones europeas de 2014, el bipartidismo comenzó a retroceder y Mariano Rajoy dijo aquello de "en España ha ganado el PP, ... pero hemos perdido muchos votos y hay que darle la vuelta". Aquel fue, pasado el ecuador de una legislatura de recortes económicos y salpicada por casos de corrupción, el primero de los toques de atención que acabaría recibiendo el partido que sustenta al Gobierno, el mismo que presumía de una mayoría absoluta rotunda y abrumadora.
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Desde entonces, los populares han sufrido cinco golpes de realidad, los mismos que enumeraba el expresidente José María Aznar en el comunicado que terminó por minar la moral de los dirigentes del PP el día después de las elecciones catalanas. La debacle en Cataluña había estado precedida por el desastre en Andalucía y la caída en los comicios europeos, en los municipales y en los autonómicos. Por eso, en el edificio de la sede nacional, en la calle Génova de Madrid, resuena la advertencia de Aznar porque, aunque molesta en las formas, no revela más que lo que piensan los populares: "Ya va el quinto aviso y no se puede desoír".
Noqueado en los territorios y con poca capacidad de reacción desde su cúpula, el partido ha buscado la manera de recomponerse tras cada cita electoral, sin acertar, sin embargo, con la estrategia que haga cambiar la tendencia y le permita la hazaña de no sólo ganar las elecciones, sino tener músculo suficiente para poder gobernar. El sondeo del CIS de esta misma semana reflejaba que en la mayor parte de las comunidades autónomas, los ciudadanos se sienten incluso más alejados del PP que de Podemos, la formación que Rajoy dibuja como "populista y radical". "Nuestra marca cotiza a la baja", resumía un representante de la formación.
En la dirección intentan mantener la calma. En público se sostiene un optimismo que rechina sobre todo entre los dirigentes que tuvieron que abandonar sus puestos en mayo arrasados por los pactos de los partidos de la izquierda. Pero también en privado creen que dos meses en política son un mundo y que queda margen de actuación para reparar algunos daños. En ello se afanan los nuevos vicesecretarios, nombrados tras las elecciones del 24 de mayo, cuando Rajoy recibió la presión del partido para "hacer algo", lo que fuera que pudiese frenar la sensación de caída libre.
Multiplicadas, omnipresentes en los medios de comunicación, las caras jóvenes del PP conceden entrevistas, participan en tertulias, se dejan ver y escuchar. Todo por enmendar los "problemas de comunicación", que en realidad es uno de los pocos motivos de autocrítica que el presidente está dispuesto a reconocer. También el vicesecretario de Acción Sectorial se aplica a fondo en recuperar el tiempo perdido. Javier Maroto ha recibido el encargo de tender puentes con los colectivos que se sintieron olvidados por el Gobierno o que, como los actores, han mantenido una guerra abierta con el Ejecutivo. Es lo que llaman en el PP la "ruta social". Todo combinado con imágenes de Rajoy en plazas, calles y bares, mientras la vicepresidenta se pasea por los programas de entretenimiento de la televisión. "Hay que mostrar cercanía", repiten en el equipo de la Moncloa. Pero, ¿será suficiente para revertir el rechazo de gran parte del electorado?
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El diagnóstico
Fuentes del PP esbozan un diagnóstico que comparten en diversos sectores del partido. La formación afronta las elecciones definitivas con herramientas que adolecen de defectos. Dirigentes populares admiten que cuentan con un candidato, el presidente, que resulta antiguo, con un discurso poco ilusionante y unas organizaciones territoriales debilitadas, que tras ser desbancadas del poder están pendientes de su renovación orgánica.
En este escenario, el relato con el que se pedirá la confianza del votante parece ser lo único modificable, y voces del partido advierten de que el "discurso del miedo" ya no funciona. Más bien, todo lo contrario. "Resultamos antipáticos", concluyen en el PP tras el batacazo en Cataluña. En los mítines, Rajoy continúa alertando de que los adversarios políticos sólo traerán la ruina a España, que la alternativa al PP es una amalgama de radicales a los que se ha sumado el PSOE, y que los socialistas pactarán con el populismo para hacerse con el poder.
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Pero los ciudadanos, al menos según el CIS, no recelan de esa amalgama y aprueban los "pactos de perdedores" que denuncia el PP. "La gente tenía miedo cuando empezó la crisis, pero cuando ya has perdido el trabajo y has hecho sacrificios, no temes lo que pueda venir", reflexiona un cargo popular. "Tenemos que hacer propuestas en positivo porque sólo así podremos movilizar y sumar electores a nuestro proyecto", añade otro dirigente territorial, que concluye que la gestión económica sirve de aval, pero que no puede fiarse todo a lo que se da por hecho que un gobernante debe hacer, garantizar el progreso del país.
El presidente está convencido, sin embargo, de que haber "salvado a España de la quiebra" está entre sus logros y que el Gobierno tiene el deber de explicar a los ciudadanos la evolución de la economía desde que el PP venció en 2011. Más allá de los recortes, o la austeridad si se prefiere, y de controvertidas reformas como la laboral, Rajoy pidió el pasado martes el "reconocimiento" del paso dado del abismo a la "recuperación". Esa gestión y la experiencia en el Ejecutivo son, según fuentes de la dirección del PP, los valores de los populares. De ahí que no se renuncie al discurso económico.
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"Fiabilidad y confianza" frente a "incertidumbre y radicalismo", ese es el planteamiento de la precampaña del PP, que se enfrenta a un rival difuso que avanza por el centro derecha limpio, joven y sin "mochila", el líder de Ciudadanos, Albert Rivera. Rajoy sostiene que, a la hora de la verdad, el electorado se inclinará por lo conocido y no se dejará llevar por experimentos y políticos "amateurs". Pero fuentes populares sugieren que el partido, antes de someterse al examen de las urnas, se renueve a través de las listas electorales y muestre una imagen más atractiva.
En el entorno de la cúpula del PP desconfían de esta posibilidad. "Rajoy está pensando en gobernar y pondrá en las listas a su gente con experiencia", señalan. La catarsis de la formación sólo llegará en caso de que los populares pierdan la Moncloa, algo que cada vez piensa más gente en el partido. Eso obligaría a nombrar un nuevo líder y una nueva dirección que redefiniera las líneas ideológicas del PP y readaptara la formación a la realidad del siglo XXI y a sus formas actualizadas de hacer política.
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Esta vez, por lo tanto, Rajoy se juega su futuro. Va encaminado a las urnas sin atender las advertencias de un partido que se ha encomendado al presidente con escasa confianza y mucho escepticismo sobre sus posibilidades. El debate sucesorio sigue, de hecho, presente en todos los corrillos. Los populares piensan ya en el día después. "El sustituto del presidente no podrá determinarlo Rajoy", especulan en el partido quienes entienden que, se llamen o no primarias, deberá establecerse un sistema para que más de un candidato pueda optar a liderar el próximo PP.
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