Mariano Rajoy.

Rajoy se lo juega todo

El líder del PP pone en liza en las próximas elecciones generales su continuidad al frente del Ejecutivo y del partido o su entrada en el club de los expresidentes del Gobierno

Nuria Vega

Domingo, 6 de septiembre 2015, 07:57

"Si hay alguien experto en campañas electorales, ese es Mariano Rajoy". Con cierta sorna, en el PP recuerdan que éstas serán las cuartas generales a las que se presentará su líder. En esta ocasión, sin embargo, el jefe del Ejecutivo se enfrenta al momento ... crucial de su carrera política. Se juega el todo o nada: su continuidad en la Moncloa y en el despacho de la calle Génova o ingresar en el reducido club de los expresidentes del Gobierno. Tres son los escenarios postelectorales que contemplan en el PP. Rajoy gana y forma Gobierno; pierde, deja el Ejecutivo y acepta la renovación de su partido; o gana con tan poco margen que la segunda fuerza, el PSOE, podría sumar los apoyos necesarios para establecerse en la Moncloa.

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A día de hoy, esta última opción se ha convertido, por temida y posible, en el mensaje central de los discursos del presidente, que alerta de una alianza "radical" entre los socialistas y Podemos, cuya sintonía, a juicio de Rajoy, podría ser el desencadenante de todos los males habidos y por haber para España. Para evitar ese pacto, en el equipo del presidente, calculadora en mano, hacen cuentas sobre los votos que necesitarían para gobernar «con cierta comodidad». Creen que un listón razonable rondaría el 33% de los sufragios, once puntos menos que en los comicios de 2011. "Aquella hazaña es imposible de repetir, nos sorprendió incluso a nosotros", asumen en las filas del PP. En los corrillos populares, se ha establecido el objetivo de los 145 a 150 diputados, que aunque quedan lejos de los 176 de la mayoría absoluta, permitirían a Rajoy gobernar en minoría con el respaldo ocasional de Ciudadanos. "Como aprobaremos los Presupuestos, tenemos al menos garantizados dos años de legislatura", se consuelan las fuentes consultadas.

Las encuestas no son tan optimistas. Las más halagüeñas conceden al PP un 31%, el CIS se decantó en julio por un 28,2, y fuentes populares advierten de que nada está decidido porque la volatilidad con la que se han comportado los sondeos durante todo el año impide hacerse una idea fiable de qué ocurrirá. Más aún en un contexto tan ajustado. El panorama, tras el descanso estival, está por definir. Ahora todos tratan de enfocar sus esfuerzos en la primera cita electoral tras el verano, el 27-S catalán, y creen que después de esta fecha el electorado tomará conciencia de que, por fin, ha llegado el momento de votar la nueva composición del Congreso y Senado.

Rajoy se lo juega todo a una carta. Se presenta a las elecciones ofreciéndose como un "gestor sensato". Esa es, según explican los suyos, su principal garantía. Confía en que cuatro años dedicados a la recuperación económica sean un aval suficiente para atraer a los defraudados tras cuatro años plagados de incumplimientos electorales y trufados de escándalos de corrupción. De ahí que en los últimos meses la agenda internacional del presidente cobre una relevancia especial. De momento, se reactiva con la visita mañana a la canciller alemana, Angela Merkel. En el exterior, Rajoy se siente cómodo y su Ejecutivo es visto como sinónimo de estabilidad, más aún con la crisis griega sobre el tapete europeo. El líder del PP confía en que la exhibición de los respaldos de los líderes mundiales engordará la magra bolsa de éxitos y allanará el camino hacia las urnas.

Fuentes del partido sostienen que, en cualquier caso, sigue fallando la gestión emocional. Ese fue el gran logro de las fuerzas emergentes, especialmente de Podemos, y la asignatura pendiente de PP. La única emoción que a día de hoy movilizan los populares es el miedo a que un cambio de Gobierno suponga un retroceso económico para el país. "No hay un proyecto atractivo, no conseguimos despertar ilusión", admiten las mismas voces, que estiman que el partido ha llegado a su primer gran punto de inflexión, tras las etapas de construcción, crecimiento y asentamiento.

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Identidad

El Partido Popular se enfrenta de nuevo a las preguntas fundamentales de siempre: ¿quiénes somos? ¿Qué ofrecemos? ¿Adónde vamos? Gane o pierda, ese será un trabajo que tendrá que hacer antes o después. Si no logra vencer y gobernar, sin embargo, todo se acelerará. En primavera, el PP celebrará su congreso nacional. Será el cónclave del renacimiento, en el que los populares escogerán a otro líder. Será el fin a la era Rajoy, alumbrada en 2004 por designio de José María Aznar.

En el partido no ven que en estos once años alguien haya ha sido promocionado. Rajoy no ha alimentado el delfinario. A lo sumo, ha mostrado su buen entendimiento con el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, al que se apuntan opciones por su cercanía al jefe del Ejecutivo. En los corrillos populares también se habla del ministro de Sanidad, que despierta simpatías en muchos sectores.

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Pero en caso de salir victorioso tras las elecciones de diciembre, la renovación tampoco será menor. Rajoy continuará al frente del PP, pero su número dos, la desaparecida María Dolores de Cospedal, tendrá que ser sustituida por un nuevo secretario general, y, según fuentes populares, sería necesario reestructurar a fondo toda la cúpula.

La dirección tendrá desde entonces por delante la recomposición del esqueleto territorial. Con muchos barones retirados por los ciudadanos tras las elecciones del 24 de mayo, se hace imprescindible reconstruir el partido y que los nuevos dirigentes consigan que todas las estructuras remen en bloque y en una dirección, no como en los últimos tiempos.

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En este momento, ni tan siquiera los discursos del nuevo referente de la formación, la liberal presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, coinciden con los del candidato catalán Xavier García Albiol, designado por ser un "cabeza de cartel conservador e identificable", según los populares. "Necesitamos un proyecto único", demandan fuentes del partido. Un proyecto en el que, además, quede definida la postura del PP en los debates fundamentales, de manera que pasen a la historia las idas y venidas en torno a la ley del aborto, la fiscalidad o la misma reforma de la Constitución, que ha traído de cabeza a los populares en agosto a falta de un mandato claro sobre cómo proceder.

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