josé manuel andrés
Domingo, 9 de agosto 2015, 07:35
El 5 de agosto de 1939 trece mujeres de entre 18 y 29 años fueron fusiladas contra la tapia del cementerio madrileño de La Almudena por su militancia en las Juventudes Socialistas Unificadas y como acusadas por las autoridades franquistas de "adhesión a la rebelión".
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- Carmen Barrero Aguado (20 años, modista)
- Martina Barroso García (24 años, modista)
- Blanca Brisac Vázquez (29 años, pianista)
- Pilar Bueno Ibáñez (27 años, modista)
- Julia Conesa Conesa (19 años, modista)
- Adelina García Casillas (19 años, activista)
- Elena Gil Olaya (20 años, activista)
- Virtudes González García (18 años, modista)
- Ana López Gallego (21 años, modista)
- Joaquina López Laffite (23 años, secretaria)
- Dionisia Manzanero Salas (20 años, modista)
- Victoria Muñoz García (18 años, activist
- Luisa Rodríguez de la Fuente (18 años, sastre)
Habían transcurrido apenas cuatro meses desde el final de la Guerra Civil y el deseo de Julia Conesa, una de aquellas jóvenes -"que mi nombre no se borre en la historia"-, sería una realidad. Desde entonces y para siempre aquellas trece mujeres son 'Las trece rosas'.
Han pasado 76 años desde ese lejano 5 de agosto pero en Aluche vive hoy una mujer de Cuatro Caminos que a los 97 años conserva en la mente y el corazón el recuerdo indeleble de aquel día.
El sueño libertario comenzó muy pronto para Matilde Martínez, con apenas nueve años, cuando en el día de su primera comunión no pudo utilizar un vestido como el de las niñas ricas del colegio. Cuestiones de la España de principios del siglo XX. Corrían los años del Directorio Civil para la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Un preludio de la Segunda República que habría de llegar.
"Fue algo hermoso, una liberación. Yo creo que el 14 de abril de 1931 toda España era republicana", cuenta, contagiada del entusiasmo de la adolescente de 14 años que entonces era. No obstante, aquel proyecto político se truncaría pronto, ahogado bajo la polarización política y los enemigos en la sombra.
España se sumió en 1936 en un sangriento conflicto civil de casi tres años. "Nosotros teníamos la voluntad y ellos las armas", explica entre suspiros. "Tanto en una zona como en otra se hicieron cosas horribles. Si nos hacían daño se devolvía con más daño aún. En el mal nos igualábamos. Aquello era puro odio", reconoce Matilde, cuyo rostro ha cambiado a la par que la conversación.
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"Yo no fui una gran luchadora, simplemente hacía lo que podía. Era secretaria de agitación y propaganda del PCE y me encargaba de transmitir la importancia de involucrarse en el partido a todos aquellos que no acudían a las asambleas. Lavábamos, planchábamos y cosíamos la ropa de los soldados que estaban en el frente y acudíamos a la sede del partido para informarnos de lo que estaba pasando en la guerra", resume.
Apenas dos meses después del final de la Guerra Civil, aquella joven de 21 años fue citada en la checa de Falange, situada cerca del entonces cine Montija, en Chamberí. "Había ido a dar una vuelta con mi novio y al regresar mi madre me dijo que ella misma, mi hermana y yo debíamos presentarnos al día siguiente. Me preguntaron si pertenecía al PCE y lo reconocí", cuenta Matilde, consciente de las torturas que se empleaban para extraer información.
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La prisión de Ventas
Matilde Martínez ingresó en la prisión de Ventas en julio. "La vida allí era muy dura, vivíamos hacinados. Yo dormía entre dos baldosines, sobre una colchoneta que en cierta ocasión presté a una chica recién llegada, a la que habían provocado un aborto de una patada. La mayoría de las chicas, tan jóvenes y guapas, estaban completamente rapadas", explica Matilde, que por primera vez no puede reprimir la emoción del recuerdo.
Días enteros sin comida o agua, golpes e incluso descargas eléctricas en los pezones o entre las uñas formaban parte de aquel entorno hostil, en el que convivían delicuentes comunes, prostitutas e internas políticas. Solo la solidaridad y los sólidos lazos de amistad mitigaban el sufrimiento. "Pasábamos las noches llorando pero los días eran muy diferentes, había momentos en los que bailábamos y reíamos como locas", recuerda con una sonrisa en la cara.
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Allí conoció Matildita -así la conocían sus compañeras- a 'Las trece rosas', con algunas de las cuales había coincidido en la sede del PCE y en Cuatro Caminos. "Cuando llegué me dieron la espalda y eso me molestó profundamente. Con el tiempo supe que en realidad solo querían protegerme. Me recomendaban que no me relacionase con ellas. Aquello fue una cadena. Cualquiera podía ser acusado".
La amenaza de la sospecha
Corrían rumores en torno a un contubernio para matar a Franco y la mera sospecha conllevaba la pena de muerte y como recuerda Matilde, "conducir al paredón a chicas que ni siquiera sabían por qué". "Tenían miedo aunque no habían hecho nada salvo profesar unos ideales. Realmente todos teníamos miedo. Tal día como hoy yo presencié la salida de la cárcel de 'trece rosas' y '42 claveles'. Nos dijeron 'no nos olvideis' y eso es lo que he hecho", cuenta Matilde entre lágrimas.
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Medio año pasó aquella interna en Ventas hasta su puesta en libertad en febrero de 1940. Su suerte fue muy distinta a la de 'Las trece rosas' y hoy puede dar testimonio de lo allí acontecido. "¿Qué queremos todos?", se pregunta Matilde, que responde a su propia cuestión con un firme "libertad". "Dejemos que cada uno exprese aquello que piensa, nadie está en posesión de la verdad. Nadie es más que nadie. Yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos. El yo es lo que nos mata. Nosotros, nosotros", insiste, con una vitalidad asombrosa.
"Muchas personas de mi edad no se acuerdan o no quieren acordarse. Yo no tengo rencor, pero tampoco olvido. Esta es la historia de España", concluye Matilde, tras recordar que la libertad de expresión y la democracia son el bien más preciado y poner de relieve el valor de la palabra. Todo un mensaje de reconciliación.
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