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Ramón Gorriarán
Sábado, 27 de junio 2015, 07:45
A finales de los ochenta, cuando Mariano Rajoy era el líder en Galicia de Alianza Popular y del PP después, en el PSOE estaban Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Almunia, Carlos Solchaga y Javier Solana; en Izquierda Unida dimitía Gerardo Iglesias y llegaba Julio Anguita; ... en CiU el dúo de Jordi Pujol y Josep Antoni Duran Lleida ya estaba instalado; y en el PNV Xabier Arzalluz acababa de arrebatar el liderazgo a Carlos Garaikoetxea. En la sala de mando de su partido estaban José María Aznar, Rodrigo Rato, Francisco Álvarez Cascos, Isabel Tocino y Federico Trillo. De todos ellos, solo queda Rajoy en la cresta de la ola.
El presidente del Gobierno ha procedido a una operación renove en su partido que no pasa por él. Sólo disfrutará de la jubilación si pierde las elecciones legislativas de dentro de cinco o seis meses, y si las gana tendrá que esperar a 2019. Y eso que cuando comenzó en política, allá por 1977 en una pegada de carteles de Alianza Popular, ni se planteaba hacer carrera en ella. Lo suyo, pensaba, era ser registrador de la propiedad, que para eso había ganado la oposición con 24 años.
En su larga trayectoria en el PP ha conocido y convivido con innumerables compañeros, y algunos amigos. Por el camino han desaparecido de la escena casi todos. Solo quedan el incombustible Javier Arenas, en un papel secundario, más de hombre de confianza que de líder político, y José Manuel García-Margallo, un camarada de toda la vida, pero sin relevancia en el partido.
Siempre puede decir que ahí sigue Duran Lleida, pero todo apunta a que juega los minutos del descuento en su carrera. Consumada la fractura en CiU, el político democristiano ha dicho que da un paso atrás y deja su partido, Unió, en manos de otros. El resto está retirado, aunque algunos, como González y Aznar, protagonicen de vez en cuando vivos fogonazos de actualidad.
De los suyos, Rato bastante tiene con solventar sus problemas con la justicia; Trillo hiberna en la Embajada de Londres; Tocino aconseja a una firma energética; y Cascos se entretiene desde la segunda fila de Foro. De los otros, Pujol también está enredado en un pleito por dinero negro; Guerra dejó este año el Congreso; Solchaga y Solana hace años que colgaron los hábitos; Almunia no está para nada ni nadie tras su periplo europeo; Anguita, al igual que Arzalluz y Garaikoetxea, está jubilado, aunque aún da algún zarpazo de vez en cuando...
En todo caso, nada que ver con las responsabilidades políticas al frente del Gobierno. La soledad generacional de Rajoy además se vio agravada con la salida más o menos ordenada de los barones del PP. Los hombres y mujeres que le han acompañado en los mejores años de su vida política están de salida. Luisa Fernanda Rudi, Pedro Sanz, Esperanza Aguirre, Ramón Luis Valcárcel, José Ramón Bauzá o Alberto Fabra lo dejan de una u otra forma, y otros como Juan Vicente Herrera o Dolores de Cospedal deshojan la margarita.
Doble legislatura
Rajoy no quiere formar parte del grupo de presidentes de una sola legislatura, club de un solo socio, Leopoldo Calvo-Sotelo. Quiere estar dos, como Aznar o José Luis Rodríguez Zapatero, otro contemporáneo suyo, que aunque no ve pasar las nubes, como dijo que pretendía hacer al dejar la Moncloa, lleva una cómoda vida al margen de la política aunque enrede a menudo en el PSOE. No lo tiene fácil Rajoy porque por segunda vez, la primera fue con Aznar, el PP se arriesga a pasar de la mayoría absoluta a la oposición.
Para evitarlo tendrá que competir con líderes políticos de otra generación. Pedro Sánchez tiene 43 años, Pablo Iglesias, 36, Albert Rivera, 35, y Alberto Garzón, 29. Él tiene 60. Pero la edad no es su principal problema para competir, el lastre es la vejez del PP. El partido no se ha renovado para nada. Es casi el mismo del congreso fundacional en 1989, y en este tiempo se han acentuado los vicios y difuminado las virtudes.
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