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eloy de la pisa
Jueves, 5 de junio 2014, 10:39
Mayo de 2001. A mediados. Castillejo de Robledo (306 habitantes en el último censo). Llega un Audi de alta gama: el Rey acude a visitar las instalaciones recién construidas por la Federación Española de Caza en el páramo que domina la localidad. Don Juan Carlos ... fue el primer español en disparar en aquella novedosa instalación. Acompañado por José Luis Garrido, Florencio Lozano, por entonces campeón de España de recorridos de caza, y los responsables de la Federación, pudo practicar una modalidad de tiro que jamás había practicado, y le llamó mucho la atención.
Lozano fue su guía por los entresijos del tiro al plato. Porque los recorridos de caza son eso: un tiro al plato. El veterano cazador recuerda al rey fue la única vez que le vio, como una persona «campechana, cercana, de trato fácil. Quien complicaba las cosas era su séquito, pero a él se le veía muy cómodo y disfrutando. Era un cazador más, una persona normal y corriente disfrutando de un día de campo, al aire libre».
Pero la lección más importante, en cuestiones cinegéticas se entiende, de aquel día fue que Don Juan Carlos se dio cuenta de que el tiro al plato podía ayudarle con el que consideraba su gran problema venatorio: disparar a las perdices en los ojeos. «Tenéis que enseñarme a tirarlas de pico. Cuando me vienen de frente no las meto mano, se me cuelan entre los cañones y se me van vivas. ¿Sería posible tener un par de máquinas de estas para practicar?», cuenta Garrido. «Por supuesto», respondió. Días más tarde llegaba una petición de la Federación Española para que se trasladaran dos lanzaplatos en La Zarzuela. Y allí que se fueron.
Las perdices
No es de extrañar que al Rey le preocupara mucho su escasa pericia para disparar a las perdices en los ojeos. En esta modalidad de caza se da un extraordinario ambiente competitivo, en el que nadie pregunta pero en el que todos saben cuántas perdices s abaten los demás. Y nadie gana, pero siempre hay alguien que pierde. Y al Rey no le hacía mucha gracia quedarse en zonas rezagadas de las nunca elaboradas clasificaciones.
Y es que Don Juan Carlos es, fundamentalmente, cazador de perdices. Es lo que más le gusta cazar. Lozano piensa que no, que a él le va más la mayor, las grandes piezas. Garrido no es de esa opinión. «José, me dijo un día, el año pasado fui tres días a cazar. Este año he ido 30 jornadas, y la Reina se me enfada. No le gusta Y de esos 30, solo dos fueron monterías, así que él iba a cazar perdices de manera habitual. Alguna vez supongo que haría algún rececho a un corzo en verano, pero para mi que lo que le gustaba era cazar perdices».
Y cuando iba a por la patirroja en Castilla y León, sus lugares preferidos eran la finca de los Sánchez-Fabrés en Las Veguillas (Salamanca), y La Rosalía, entre Palencia y Burgos, un predio propiedad Patxi Garmendia, el mayor criador de perdices de Europa.
La mayor
Una persona que también conoció la versión del Rey cazador fue Carlos Chamorro, celador mayor de la cara norte de la Reserva Regional de Gredos. «Fue en 1996, recuerda el agente. Yo lo había visto de chico, cuando vino siendo Príncipe. pero aquella vez no, aquella vez fui con él».
Chamorro recuerda aún aquel ya lejano día como si hubiera pasado hace una semana. «Era muy fácil tratar con él, muy sencillo. Es una gran persona. Recuerdo que cuando llegó, nada más bajarse del coche, se me acercó, me puso la mano sobre el hombro y dijo a los que venían con él: yo me voy con Chamorro, con él me arreglo, los demás me sobráis. Y así fue. Estuvimos todo el día por el monte».
Aquel día el Rey mató un macho montés. Uno grande, viejo, notable en el porte de la cornamenta, pero el celador niega que fueran a buscarle expresamente y que le pusieran el animal a tiro. «No, eso no es verdad. Es cierto que teníamos varios controlados, pero aquel se lo trabajó él de principio a fin. Le buscamos, le encontramos, le hicimos el rececho y le mató».
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