Juanma Mallo
Martes, 24 de junio 2014, 09:31
Las victorias implican felicidad, unidad, cohesión. Todo, hasta esos pequeños encontronazos, esos leves roces producto de días de convivencia y monotonía durante una concentración de varias semanas, queda enterrado por ese dulce sabor que producen los triunfos. Los títulos. Las derrotas, en cambio, provocan que ... cualquier episodio, incluso el más nimio, un pequeño malentendido en un entrenamiento, se convierta en un volcán en erupción. Y 'La Roja', que este martes estará de nuevo en Madrid, personifica a la perfección estas situaciones en el mundo de fútbol. Es un grupo débil cuando los resultados no acompañan. La última ocasión, con el tremendo fracaso que ha enterrado la historia más bella del balompié español: su adiós en Brasil. Sucedió con Cesc Fàbregas, que el pasado sábado, hartó a Vicente del Bosque con sus quejas por la inferioridad de su equipo en un partidillo de entrenamiento. El 'míster' salmantino le retiró el peto de titular. Por cierto, el técnico se lo entregó a Xabi Alonso -que este lunes salió de inicio-, otro que había provocado una polvareda por sus críticas, luego matizadas, sobre la supuesta falta de hambre de sus compañeros. Unas palabras que, a la mayoría, sobre todo a los más jóvenes, sentaron como un tiro, y que fueron gasolina para un equipo que sí, necesitaba combustible, pero no de ese tipo. Como dijo el técnico... «Yo pienso en todos y ellos piensan en ellos, sólo en ellos».
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Algo se ha roto, se ha destrozado, en este grupo maravilloso, quizá irrepetible, entre las exhortaciones a un cambio de ciclo, a una renovación que, para muchos, debería arrancar en el banquillo. Con el último arranque de rabia protagonizado por David Villa, que se 'mosqueó' cuando el cuarto árbitro mostró su número este lunes, en su despedida, y se tuvo que ir al banquillo en el minuto 56.
Pero nada de esto debe extrañar en un combinado, el español, abonado casi siempre al fracaso, a quedarse colgado en las eliminatorias de cuartos de final, e incluso antes, salvo escasas excepciones, como esa final de la Eurocopa de 1984, o el título de 1964. A cada fracaso, un conflicto. Hasta que surgió Aragonés y siguió Del Bosque.
En la era de Javier Clemente, sin ir más lejos, las batallas eran contra el exterior. El técnico y la prensa. Frente a frente. Las polémicas, en cierto modo, no alcanzaban a los deportistas -salvo algunas ocasiones-, sino que tenían como protagonistas al actual seleccionador de Libia -defensor ahora de Vicente del Bosque por los ataques de algunos periodistas-, y a los medios de comunicación. Él era, en cierto sentido, el saco de los golpes, y el último hombre, hasta lo sucedido ahora en Brasil, que se ha encontrado fuera de un Mundial a las primeras de cambio.
El control del '7'
Y antes de los tres éxitos, esa cadena de títulos consecutivos, un futbolista fue el centro de las polémicas. Tanto en la Copa del Mundo de Corea y Japón, como en Alemania: Raúl González. En Asia, con José Antonio Camacho y Fernando Hierro, como actores principales. Luego, con Luis Aragonés en el plano principal. Por partes. Hace doce años, el '7' -llamarle peso pesado entonces, sobre todo en la segunda competición, sería quedarse corto-, arrastraba unos problemas físicos. El técnico le colocó en el campo en el duelo de octavos de final contra Irlanda. Ganó España, en los penaltis. Pero la felicidad no estaba en la caseta. En el vestuario, hubo una tremenda bronca entre el capitán de aquella época, el central malagueño, y el preparador de la que aún no se llamaba 'Roja' por la alineación de Raúl. Se rompió. Y a pesar de que forzó, de que incluso su fisioterapeuta personal, Pedro Chueca, le trató de recuperar para el duelo contra Corea, aquel encuentro de infausto recuerdo, el que lanzó a la fama a Al Ghandour, no participó. Lo pidió, casi exigió a Camacho, que le pusiera en el 'once'. Pero el entrenador se negó, y casi se produce un motín. Dos días después de aquel primer encontronazo, Hierro dejó la selección. Y una semana después de caer del torneo, el murciano siguió la misma senda.
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El ahora futbolista y referencia del Al-Sadd, sin embargo, continuó en ese grupo que fracasó en la Eurocopa de 2004. Y en el torneo de Alemania. Con Luis Aragonés se les tuvo tiesas. Hombre de carácter, el técnico citó a Raúl para el Mundial, pero ya desde el primer encuentro le dejó en el banquillo. Al madridista le molestó. Como al fallecido seleccionador le pareció demasiado que el futbolista tratase de ejercer el control sobre todos los aspectos de la organización del grupo: la comida, las rutinas... Incluso no toleraba que algunos compañeros se retrasaran unos minutos en regresar a la concentración tras un día libre. Le hartó al 'Sabio de Hortaleza' y le arrinconó. Cuentan incluso que Aragonés se lamentaba con frecuencia de alinear a Raúl en octavos -cuando Francia superó a España-, a pesar de los problemas físicos que sufría el madrileño. La relación estaba rota y se destrozó tras una derrota de España en Belfast, en octubre de 2006, en un duelo de clasificación para la victoriosa Eurocopa de 2008. Después de ese partido, Raúl y Míchel Salgado ya no regresaron. Quería el seleccionador savia nueva. Y resistió a todo tipo de presiones para recuperar al '7'. No fue débil, y eso encantó a los más jóvenes. Pero recibió múltiples golpes. Lo habitual en esta selección cuando los resultados borran las sonrisas.
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