
El pasado miércoles se celebró San Antón y muchas iglesias bendijeron a las mascotas de los feligreses, sobre todo perros y gatos, pero también a ... roedores, aves y hasta un toro en Rincón de Soto. San Antón fue un egipcio cuya vida se basó en la oración, el silencio y el ayuno, y parece que su sabiduría la extrajo, en gran parte, de la naturaleza, motivo por el cual fue representado junto a unos cerdos y por el que se le considera patrón de las mascotas y de los animales de granja. No es el único santo al que se considera amigo de los animales, otros ejemplos populares con san Francisco de Asís y san Roque, al margen de otros menos conocidos como el de san Juan Bosco y san Pío.
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Para un creyente y amante de los animales puede que haya pocas cosas tan reconfortantes como que bendigan a su mascota. ¿Pero tiene sentido esta bendición si los animales no creen en Dios? «De la misma forma que bendecimos, que significa 'decir bien', las cosas que Dios nos ha dado (los alimentos, las plantas, la naturaleza...) para cooperar con él, bendecimos a las mascotas», explica Víctor Manuel Jiménez López de Murillas, párroco de la concatedral de La Redonda en Logroño y quien ofició la ceremonia con agua bendita el pasado miércoles ante decenas de dueños con sus mascotas.
«La bendición es una tradición religiosa que surge porque san Antón convivía más con animales que con personas y por esa cercanía. Y la Iglesia, al cabo de los siglos, lo recupera el 17 de enero», señala Víctor Manuel Jiménez, quien también ejerce de vicario de la pastoral de la Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño. Pero hay que aclarar que la bendición de los animales no es igual, no significa lo mismo que para los humanos. «Un animal es un ser viviente con emociones e instintos, su existencia no es espiritual, no tiene capacidad de conexión con Dios, por lo tanto, la bendición no le aporta eso como sí a los seres humanos. Dios bendice a estas criaturas para que nosotros, que somos seres racionales y los cuidamos, los protejamos y hagamos que su vida sea bendita, digna, no sean maltratados y sean unas criaturas de Dios en manos de hijos de Dios», justifica el párroco y vicario.
«La sensibilidad animalista de ahora es la que tuvieron santos como san Francisco de Asís [siglos XII-XIII], cuando los animales sufrirían mayor maltrato», apunta Jiménez. Por otra parte, san Roque está más centrado en los perros pues, se dice, fue alimentado por un can que le llevaba pan durante su cuarentena por la lepra. Por eso la iconografía muestra al santo junto a un perro con un trozo de pan. «Lo más bendito que bendecimos de animales como los perros son las actitudes sensitivas, conductuales, no anímica o espiritual pero sí de su propio mundo interior que conecta muy bien con nosotros», advierte Jiménez.
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«La religión católica considera que estas criaturas forman parte del plan creador en el que todo evolucionó hasta que surge el ser humano a imagen y semejanza de Dios. Pero no por no ser a imagen y semejanza de Dios tienen que ser tratadas con sometimiento, a nosotros nos han dado un don para que les hagamos vivir en plenitud», señala el párroco, destacando el papel de los perros guías, de rescate o los policías. Pero no por ello deben dejar de ser animales. «Hay una frontera entre lo humano y lo animal, no se puede equiparar al 100%. No puede tratar a una mascota como a una criatura humana. El animal debe ser querido y bien tratado como tal. No se puede querer lo mismo a tu padre o a tu hermano que a una mascota», declara el párroco.
Por todo lo anterior, y parafraseando la célebre película de animación, cabe preguntarse, entonces, si ¿todos los perros van al cielo? «La criatura no racional no tiene dimensión sobrenatural, y al no tener facultades de trascendencia, de abstracción, no tiene un lugar en la eternidad, un cielo. El cielo es el lugar de Dios donde van los hijos e hijas de Dios, los seres humanos. Por tanto, ¿dónde van los animales (que, por cierto, la palabra procede de ánima, alma)? Es un misterio. Ya es un misterio el cielo como concepto teológico y realidad espiritual que creemos por la fe...», reconoce Víctor Manuel Jiménez.
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