Perros y gatos han sido y son, históricamente, enemigos. Pero solo a veces. Muchos perros han sido atropellados mortalmente persiguiendo a un gato porque su instinto les puede y se lanzan a por ellos como un galgo detrás de una liebre. Y más de un ... perro se ha llevado un buen arañazo por molestar a un gato. Aunque no todos los perros ven a los gatos como una presa, también pueden ser compañeros de piso e, incluso, amigos. Para ello hay que trabajar la relación, en ningún caso forzarla. Es posible que lleguen a ser como hermanos, pero depende de muchos factores, desde el carácter de las mascotas hasta su edad. Al fin y al cabo, como casi toda relación entre seres vivos, es todo una cuestión de 'diálogo', respeto y empatía.
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Bien es cierto que la situación ideal es que perro y gato convivan desde cachorros, en tal caso ambos verán al otro prácticamente como un hermano y compartirán muchas cosas, empezando por la edad. Pero esta situación rara vez se da sino que normalmente un gato se introduce en la casa donde hay un perro, o al contrario. En tal caso es cuando hay que trabajar la situación, supervisar los comportamientos y respetar los espacios de cada especie. También hay que tener en cuenta la historia de cada animal y su comportamiento, si tiene miedos o traumas, si es agresivo o con un instinto cazador a flor de piel…
Si es el gato el que llega a casa del perro, hay que procurarle un lugar propio de referencia dentro de la casa y que todos respeten, incluso la otra mascota. «Debemos tener en cuenta que cada caso es diferente y no es lo mismo llevar un gatito de ocho semanas que está en plena etapa de socialización y no tiene miedo a nada, que introducir a un gato adulto que puede sentirse inseguro y desubicado en los primeros momentos», explica Rosa Roldán, educadora canina y felina de Perrygatos. «Todos los gatos son territoriales, nocturnos y cazadores. Teniendo en cuenta esa premisa, prepararemos una habitación segura para el nuevo gato, con su propio 'ajuar' compuesto por comedero, bebedero, cajón de arena, rascador y algunos juguetes que estimulen su conducta de caza y exploración», aconseja Rosa Roldán. Cuando el gato salga de su zona de confort es la confirmación de que allí se siente seguro y comienza a tener curiosidad por lo que hay en el exterior.
«Si el perro no ha convivido anteriormente con gatos y desconocemos su posible reacción, es recomendable controlarlo en los primeros encuentros. Para evitar accidentes es importante preparar zonas elevadas donde pueda refugiarse el gato y, por supuesto, en ningún caso es recomendable cogerlo en brazos para enseñárselo al perro, ya que si se pone nervioso puede arañar en un intento desesperado de huir», advierte Rosa Roldán. Si alguno de los animales se altera, es mejor finalizar la sesión de presentaciones e intentarlo en otro momento. Tampoco podemos aspirar a que sean los mejores amigos, puede ser suficiente con que se respeten. «Si bien hay perros y gatos que viven en una continua y tensa tregua, hay muchos otros que se convierten en excelentes amigos», aclara Roldán, aconsejando supervisar los primeros encuentros ente las diferentes especies hasta que estemos seguros de que no hay peligro para ninguno de ellos.
Si es el perro el que llega a casa de un gato, hay que procurar el respeto de los enseres felinos por la parte canina. Los juguetes, el arenero y hasta la comida del gato pueden ser irresistibles para el perro y si este se los apropia puede alterar al felino, así que hay que intentar evitar esas situaciones. El perro también necesitará su espacio propio de descanso y seguridad, aunque el juego puede ser un nexo de unión. «Si el perro es aún cachorro o sociable y juguetón puede resultar viable crear situaciones divertidas a través de mini sesiones de juego o entrenamiento en las que el perro esté focalizado a nosotros y a una tarea concreta con su correspondiente recompensa, mientras el gato estudia la situación. El dicho popular «la curiosidad mató al gato» trabajará a nuestro favor porque pocos felinos se resisten a participar», expone Roldán.
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La logroñesa María González ha convivido siempre con perras y gatas, entre otros animales, sin problemas. «No solo están en la misma casa sino que se buscan para tumbarse juntas», afirma María. Eso sí, a pesar de que reine la buena convivencia, siempre ha sido precavida. «Cuando ha llegado alguna nueva a casa he estado muy pendiente de sus actitudes, supervisando, sobre todo, donde pueda surgir conflicto, como es la comida o los juguetes, premiando las actitudes correctas, compartiendo todo y que nada sea de nadie», explica María, señalando que ha llegado a notar más complicidad entre perras y gatas que entre mascotas de la misma especie. «Todo empieza con una buena presentación y sociabilización. Sin tensiones ni prisa, permitiendo los espacios y tiempos propios para acostumbrarse a la vida en común», expone María.
Si hay respeto mutuo, normalmente no habrá problema, pero debemos ser cautos. Puede ser recomendable separar a los animales en nuestra ausencia, bien dejando aislado a uno de ellos en una habitación o protegiéndolo en su transportín mientras nos ausentamos. «Antes de dejarlos solos sin supervisión debemos estar totalmente seguros de las reacciones de cada uno de ellos ante diferentes situaciones y estímulos. No debemos perder de vista que estamos ante seres vivos y en ocasiones la convivencia puede resultar complicada por lo que, llegados a un determinado punto muerto, es necesario solicitar ayuda profesional para poder avanzar», advierte Roldán.
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