

Secciones
Servicios
Destacamos
ANTONIO PALACIOS
LOGROÑO.
Miércoles, 2 de mayo 2018, 09:23
Se dice que los niños, los locos y los borrachos no escatiman con la verdad. También que una cierta dosis de vino elimina inhibiciones y permite que las opiniones fluyan sin censura. Sin embargo, no podemos llevarnos a engaño: no es el alcohol la fuente de inspiración de opiniones certeras o atrevidas, sino las situaciones exentas de censura que permiten expresar la experiencia acumulada con cierta madurez y soltura. Viene entonces a colofón recordar esa frase tan elocuente de Shakespeare: «El alcohol provoca el deseo, pero frustra su ejecución».
«In vino veritas» es un proverbio latino que traducido dice: «En el vino está la verdad». En realidad la frase completa sería «In vino veritas, in aqua sanitas» («en el vino está la verdad, en el agua la salud»).
El autor de la frase es Cayo Plinio Cecilio Segundo, más conocido como Plinio el Viejo, escritor, científico, naturalista y militar que realizó estudios biológicos, etnográficos y geográficos (recopilados en su obra 'Naturalis historia'). Sus obras inspiraron a exploradores como Marco Polo, Cristóbal Colón, Fernando de Magallanes y al propio Hernán Cortés. La frase tiene implícita la idea de que las personas cuando están ebrias pierden las inhibiciones y se expresan más libremente diciendo la verdad. Referencia de ello es que ya Herodoto (famoso historiador griego) apuntaba en sus escritos que los persas si tomaban una decisión en sobriedad, debían repensarla estando ebrios. Otro historiador, en este caso romano llamado Tácito, describía cómo los pueblos germánicos tenían por costumbre beber durante las reuniones de los consejos, pues consideraban que en estado de ebriedad nadie podía mentir de forma efectiva.
Lo cierto es que nuestro apasionante viaje vital nos va enriqueciendo con experiencias en forma de actos sociales, reuniones familiares, trabajo, lecturas, conversaciones, canciones, viajes, películas; multitud de estímulos imposibles de resumir que van dejando una impronta que tarde o temprano regulará nuestro comportamiento y emociones. Todos los estímulos que vamos recibiendo a lo largo de nuestra vida hasta alcanzar la madurez van generando un espíritu criterio propio gracias a la reflexión que nos da la experiencia acumulada, nos hacemos poco a poco más reflexivos, más sensatos y sobre todo más cautos y menos comunicativos, comportándonos de una forma mucho más defensiva alrededor de nuestro entorno humano.
No cabe duda de que en ocasiones la desinhibición que produce la inocencia de la inmadurez, el estado excitado del enfado o la ira, la ansiedad o la ingesta de alcohol pueden hacernos revelar verdades que no deseamos expresar cuando dominamos nuestra consciencia. Lo que sí está claro es que en ese estado de liberación exteriorizamos cosas que hubiésemos preferido guardar en la intimidad al olvidar por un rato un posicionamiento que ya habíamos elaborado, interiorizado, madurado y reflexionado, lo que nos puede situar en una posición peligrosa o dañina. Es por eso que a medida que maduramos nos vamos añadiendo límites, acotando situaciones, definiendo circunstancias y tomando decisiones más o menos acertadas sobre cómo actuar, qué decir, qué hacer en función de quiénes somos y qué queremos conseguir teniendo en cuenta cuáles son nuestros valores e imagen frente a los demás. De este modo, el cerebro funciona en constante conflicto entre la verdad y la mentira cuando socializamos y lo falso siempre va cuesta abajo, así que si nos dejamos llevar por el efecto de la gravedad, ya sabemos dónde vamos a parar.
Bien, hasta ahora tenemos muy claro porque el niño y el borracho suelen decir la verdad, ¿y los locos? ¿Por qué los reyes en la antigüedad los usaban como consejeros de la Corte? El discapacitado al igual que el bufón es un marginado social, pero mientras que los primeros son ingenuos y bienintencionados, el bufón es inteligente, ácido y hasta cruel. Utilizando el humor podían burlarse, aconsejar, criticar, cuestionar y hasta restregar las miserias humanas de su interlocutor. En plena Edad Media el bufón cumplía una función social muy importante, despertando la consciencia real en temas que podrían repercutir negativamente en la sociedad, pues eran los únicos en atreverse a cuestionar leyes o advertir metafóricamente de su desnudez; lejos del comportamiento general de vulgares cortesanos y ministros, dispuestos a adular y vanagloriar al poderoso hasta la saciedad y, en su ausencia, a confabular contra él a sus espaldas.
Los bufones debían ser exagerados y extraños, tener deformidades físicas y/o mentales; contar con habilidades especiales, ser muy torpes o sumamente ágiles; ser graciosos en definitiva. Además de ser un actor, era un consejero y crítico a tener en cuenta. Como además provienen generalmente de un estatus social y político inferior, raramente están en posición de plantear una amenaza al poder, así que se ganaban su confianza.
Ellos tenían poco que ganar con la precaución y poco que perder con la franqueza. En esta época existía el concepto del tonto sabio; se pensaba que todos los bufones y tontos eran casos especiales a quien Dios había tocado con un regalo de locura infantil. Una de las técnicas más eficaces del bufón para indicar la estupidez de su maestro era permitirle verla por sí mismo a través de una ridícula imitación, que, si es acompañada por un bien vino, aún más eficaz será su acometido, pues el imitado lejos del enfado mostraba su mejor sonrisa.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.