Una vieja historia

"Mientras los pueblos mantengan esa efervescencia febril de la vendimia, La Rioja no será como Sudáfrica, Chile o California"

PÍO GARCÍA

Sábado, 22 de octubre 2016, 09:06

De crío me gustaba escuchar las batallitas de los viejos. Recuerdo al señor Sabino, padre de mi tío Paco, sentarse trabajosamente en un banquito de la huerta y suspirar: «¡Harto hemos trabajado tu abuelo Pío y yo juntos en el campo!».

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Me gustaba escucharlos porque ... de sus bocas se descolgaban palabras hermosas y hoy casi olvidadas -corquete, dalle, comportón, majuelo, renque-, vestigios verbales de cuando los vendimiadores (¡también los niños creciditos!) desayunaban orujo, anís o moscatel con galletas y luego doblaban el espinazo, adoptando espantosas posturas de contorsionista, hasta que por el horizonte aparecía una señora con una olla formidable y todavía humeante, una olla de caparrones con tocino o de patatas con chorizo o de bacalao con tomate, una promisoria olla que iba siempre acompañada por una bota de vino a la que todo el mundo le pegaba alegres tientos.

Ahora, en cambio, los tractores tienen radio y aire acondicionado, las bodegas se han convertido en asépticos mundos de acero inoxidable, los enólogos universitarios han sustituido a los viejos alquimistas y los vendimiadores ya no suelen ser mozos del pueblo, sino muchachos que han llegado -vete a saber cómo- del Senegal o de Malí, negros como el tizón, musculosos y probablemente abstemios (al menos de vino); pero mientras se siga cortando uva a mano, haya barricas de roble en los calaos y los pueblos mantengan esa efervescencia febril de la vendimia, La Rioja no será como Sudáfrica, Chile o California, lugares sin duda fecundos, pero en los que el vino, despojado de toda tradición, es solo un negocio de moda.

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