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Mes complicado éste de abril. Como los últimos. Meses y años. Andamos inmersos en las elecciones en el Consejo Regulador, en sus festejos del centenario, ... en la burocracia de una vendimia en verde más corta en euros y, sobre todo, en la incertidumbre. Hace tiempo que debimos sentarnos a reflexionar, a pensar fríamente en el presente y en el futuro. Sentarnos de manera individualizada, sin contaminaciones. No se adivina un horizonte menos complejo. Internamente, Rioja camina desde hace tiempo hacia un mayor poder de la bodega frente al viñedo, poder de voto, de decisión, y no hay que olvidar que unos minutos en el despacho pueden ser, o son, más rentables que una dura jornada a pie de campo. Por eso, y coincidiendo con esta nueva campaña, no está demás pensar qué hacer con tu viñedo.
Este lunes me saltaba en instagram el anuncio de una cata de Berta Valgañón en Madrid. Cuatro vinos maridados con cuatro platos por 40€. Para como cortan el pelo en la capital, un regalo. Berta Valgañón, viticultora de Cuzcurrita, es una de las imágenes y pioneras de esta nueva Rioja del siglo XXI que nos gusta a muchos y en la que el viñedo y la apuesta por el trabajo bien hecho desde la poda hasta el último trago de la botella mandan. Hablo de Berta, pero hay muchos más. Desde los pequeños productores de Menudas Bodegas, con Elena Corzana como figura más reconocible y que comienzan a disfrutar de una merecida visibilidad, hasta el oasis existente en la Sonsierra, con José Gil, la familia Eguíluz (Cupani), Miguel Merino, Ricardo y David Fernández (Abeica), los Moraza y sus vinos biodimámicos, Jade Gross,… y, por supuesto, quien ha sido (y es) rebelde y pionero, Abel Mendoza. No olvido a ese fenómeno que llegó de otro planeta para asentar en tierra diferente, Aldeanueva de Ebro, y que responde al nombre de Carlos Mazo y cuyas garnachas cotizarían a mayor precio con un árbol genealógico más longevo o explotado. Hay más: Víctor Ausejo, Javier Arizcuren, Álvaro Loza, Eduardo Eguren, Roberto Oliván, Diego Magaña, Eva Valgañón, Barbara Palacios,… Seguro que me dejo a alguno por lo que pido perdón por adelantado.
Me gusta esta Rioja, heterogénea, diversa, personal, que demuestra, con enorme sacrificio, que se puede vivir con cinco o seis hectáreas de viñedo trabajadas a diario. Me gusta que tenga visibilidad y reconocimiento. Esta Rioja ha abierto un nuevo camino, compatible con los existentes. Su ventaja es el control absoluto; su riesgo, el mismo, porque el viticultor es a la vez vinicultor, humilde economista, novel abogado, comercial, administrativo en apuros, responsable de enoturismo y, por supuesto, el que limpia la última copa cuando la bodega regresa al silencio, si es que tiene bodega. Lo importante es tener viñedo, no lo olviden.
Qué ofrece esta nueva Rioja. Independencia. Valorar el viñedo, sus uvas y sus vinos. Hace tiempo que vender uva ha dejado de ser rentable, sobre todo si se quiere trabajar bien pensando en la calidad y la longevidad del viñedo, con menores producciones, pero idéntico precio. Tristemente, Rioja ha entrado en un escenario en el que cuantos más kilos recoges más dinero puedes perder. Ahora bien, todas las ideas pueden cohabitar. El tiempo las irá puliendo e incluso reduciendo, si bien esta generación no solo abre un nuevo camino sino que también exporta una idea: control absoluto y si me hundo, que sea por mis decisiones, no por las de otro que no sabe quién soy más allá de un proveedor en un listado o una cartilla en el Consejo. Lo que tengo claro es que en Madrid van a disfrutar con los vinos de Berta. Y de otros muchos con ese ideario.
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