Las viñas que prestan su identidad al vino, las bodegas que se esconden bajo tierra y los grandes templos vinícolas son el eje del suplemento 'Lo mejor del vino de Rioja' de Diario La Rioja'
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Vino y tierra, tierra y vino son dos conceptos que mantienen una correspondencia biunívoca, una relación entre iguales y de ida y vuelta. En el caso de Rioja este apareamiento se sublima en una suma indisoluble que, como referencia, inspira el veterano suplemento 'Lo mejor del vino de Rioja', de Diario LA RIOJA, que propone esta vez un nuevo viaje para sobrevolar la región vitivinícola conjugando esos elementos, la tierra y el vino.
Sin embargo, en esta ocasión es el vino, en tanto que hijo de la tierra, es el que se somete, reconoce y exhibe con orgullo el nombre del espacio de donde surge. La tierra entendida como el espacio de cultivo pero también como ese lugar que esconde en sus entrañas, en forma de calado o de cueva, la cuna donde la uva se hará mosto y el mosto mutará a vino en la quietud y el reposo de semejante seno. O la tierra vista también como la unidad geográfica urdida entre las grandes bodegas, muchas ya centenarias, de Rioja, templos y catedrales, que son ya también esencia de la Denominación que tomó el nombre de esta tierra generosa, singular y magnífica donde el vino es una religión y las viñas sus altares.
En las páginas del suplemento 'Lo mejor del vino de Rioja', que alcanza ya el cuarto de siglo aportando distintas miradas de la realidad de la Denominación, el lector encontrará esta vez viñas de hermosa estampa que ocupan valles y llanos; y otras menores de dimensión que con apenas algunos celemines embellecen con veterana hidalguía cerros y altozanos y se adueñan a veces de terrazas imposibles en territorios que hasta hace no demasiado se antojaban imposibles. Junto ellas, descubrirá páginas llenas de bodegas mágicas, algunas inabarcables y otras diminutas, que convierten el esfuerzo de los viticultores en un homenaje a la tierra que presta su propio nombre a sus vinos. Y se entretendrá visitando bodegas que entendieron que tanto el vino como la arquitectura que representa su marca han de pretender la excelencia y han dado así lugar a grandes templos del vino, desde Riscal en Elciego hasta a FyA en Navarrete, que son lugares de cultivo y de culto, dos conceptos que comparten una misma raíz y, por tanto, se aliemtan de la misma tierra.
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