El viticultor trabajando en su viñedo. :: FERNAND BÓBEDA

Hornillo | San Vicente

El maestro peina canas

Abel es inflexible en su forma de entender el viñedo. Se le iluminan los ojos cuando le sugiero ir a una viña: es su mundo y el territorio que mejor controla. Es ahí donde realmente disfruta de la vida

Fernando Bóbeda

Domingo, 19 de noviembre 2023, 20:10

No tardo más de un minuto en sacar la cámara de fotos y montar el teleobjetivo, suficiente para Abel. Él ya se ha olvidado del periodista y está con la morisca dale que te pego. Maite, su mujer, se ríe con ganas: «Es así Fernando, pisa la viña y se transforma».

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¿Que peina canas? Sin duda, y le sientan de maravilla porque, de aquel viticultor que hacía rabiar a su padre cuando iba al Bardallo para tirar uva, queda la convicción en sus ideas y el amor a la comarca y a su tierra. Otras cosas han quedado por el camino...

Abel Mendoza 5v

  • 2022 Ensamblaje de viura, malvasía, garnacha, tempranillo y torrontés. Fermentado en barrica de roble francés donde permanece con sus lías. 35 euros.

  • Dirección Paseo de Logroño, 7, C.P 26338

  • Año de fundación 1988

  • Contacto 941 308 010/jarrarte.abelmendoza@gmail.com

Sus Riojas sabían diferentes, jugaban en otra liga, y el tiempo le ha dado la razón. Peina canas, sí señor, pero ese espíritu inconformista sigue dando guerra, haciendo que vuelva la cara con una leve sonrisa cuando algo no le gusta demasiado. Las de verdad las guarda para los jóvenes viticultores que vienen a pedir consejo al maestro, la puerta siempre está abierta.

Le pido a Abel que eche la vista atrás y recuerde alguno de esos viñedos que marcaron la identidad de su bodega. «Hay dos que fueron los que despertaron la curiosidad que luego siempre me ha acompañado por las variedades. Uno se llama Hornillo, que plantó mi bisabuelo en 1928, de unas 28 áreas y donde había malvasía, garnacha y tempranillo. De ahí hicimos la primera malvasía con un escurreverduras en el año 1992, apenas 200 botellas. Fue el inicio por intentar recuperar todo aquello que se dejó de cultivar porque las grandes bodegas querían uniformidad».

Ése, está claro, no era tu camino, le pincho a Abel: «De ninguna manera, a mí lo de sota, caballo y rey no me iba. Yo quería saber qué pasaba con variedades como el torrontés o la garnacha blanca y gris, que fuimos recuperando con las pequeñas cepas que había perdidas en los viñedos viejos». Dichos, como «aquello ni lo vendas ni lo des, que el torrontés para el agua bueno es», no cuadraban para el de San Vicente. «Realmente en aquellos tiempos yo no sabía ni lo que era ni lo que podía dar ni mucho menos cómo trabajarlo. Pero me podía la curiosidad por ver hasta dónde se podía llegar con todas estas variedades». Queda claro que tampoco comulgaba con ese otro dicho aún más hiriente que hasta hace poco sostenía que «en Rioja no se pueden hacer blancos».

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El viñedo de su padre

Y la pareja de viñedos se completa con El Bardallo. «Mi padre, generación de la posguerra, lo que quería era darnos de comer. Era un gran trabajador del campo y con la 'equinotracción' –una mula– y horas y horas de trabajo eran capaces de producir hasta 19.000 kilos en secano. 'Mil kilos el obrero', era la máxima de aquellos años. Él me enseñó todo de la tierra: si no hay vida en el suelo de aquí no puede salir nada bueno». «Pero mi padre –continúa Abel recordando– veía en El Bardallo las pesetas para hacerse su futura casa y yo una parcela de enorme calidad que supuso un cambio de ciclo en mi vida: de un viñedo productivo, conmigo se convirtió en una de mis mejores parcelas con rendimientos que nunca pasan de 5.000 kilos y del que sale el Grano a Grano».

Es la moral que siempre ha dirigido el quehacer de Abel Mendoza, una moral que él encuentra lógica. Ha sido, de alguna manera, un ciclo iniciado por su padre que tenía tierra pobre y buscaba terrenos más generosos y cerrado por el hijo y la nuera, volviendo a los terrenos pobres y de calidad para la viña. «Arrancar en la ribera y plantar en las terrazas. Reivindico con ello toda una armonía entre el paisaje, el paisanaje y las variedades», sostiene el viticultor.

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Las historias se suceden. Como aquella de la cuba buena, la cuba media y la cuba mala. O aquella de cuando puso la primera botella de malvasía a 1.800 pesetas y su padre le dijo: «¿Piensas tú que alguien te va a pagar eso?».

Pero al despedirme me quedo con la frase que el maestro suelta a bocajarro a los chavales que empiezan y buscan consejo: «¡Que sí, que sí se puede, venga que si queréis sí se puede!». Al fondo Maite asiente, y yo, humildemente, me sumo a lo dicho.

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