Fernando Bóbeda
Jueves, 28 de noviembre 2024
Queda lejos aquel bodeguero que dejó Remelluri hace ya unos cuantos años porque «los '80 no era mi momento en Rioja». Pero vio mundo, observó, tomó nota y aprendió que los grandes vinos nacen de los grandes viñedos. «Viajé por España, de Navarra a Galicia, y he conocido Málaga, Ribera, Moncayo, Cebreros, Orense, Toro y Gredos, descubriendo un país lleno de lugares increíbles, pleno de historia y de verdad».
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Buscaba y buscaba, y en ocasiones encontraba, pero siempre con una idea clara: «Mis claves las marcaban los lugares, las parcelas, los pueblos y sus gentes. Pasados los años tenemos 90 hectáreas de viñedos excepcionales, muchos de los cuales estaban abandonados y que pueden dar algunos de los mejores vinos del mundo».
¿Qué queda de aquel Telmo que dejó La Rioja para lanzarse a la aventura de rescatar variedades y viñedos olvidados? ¿Qué queda de aquel hombre que revolucionó la garnacha navarra con Alma en 1994? «Qué recuerdos. En el fondo creo que sigo siendo el mismo porque Alma fue algo parecido a un grito de gente contracorriente que denunciamos lo que creíamos que se hacía mal, fuimos a Navarra cuando se empezó a destruir y recuperamos un viñedo de garnacha que era una joya. Fuimos, y creo que seguimos siendo, coherentes luchando por lo que sentíamos justo».
1.151 hectáreas
de viñedo. 15 bodegas
Con el 'fuimos' surge la figura de Pablo Eguzkiza, personaje capital en el caminar vitícola de Telmo Rodríguez. «Nos conocimos en el pupitre de Burdeos cuando estudiamos Enología. Han pasado un montón de años con muchas alegrías y algunos sinsabores, pero seguimos unidos y formamos un tándem sólido y consistente que continúa soñando y disfrutando con lo que hacemos».
Charlando tranquilamente con Telmo veo a un hombre que ha vivido mucho, pero que sigue abierto a cualquier idea que engrandezca los vinos de su comarca. Quizás, como decía Woody Allen, no conozca la exacta clave del éxito, pero que sí sabe que la clave del fracaso es intentar complacer a todo el mundo. La relación con Francia también ha sido intensa. Allí se formó y trabajó en algunas de sus mejores denominaciones. Y de allí se trajo la convicción de que el respeto al agricultor y al lugar es primordial: «Cuando trabajé en Ródano vi que el vínculo de la gente con el viñedo era especial, trabajé con una familia que llevaba 15 hectáreas de viñedo y era la 18º generación que lo hacía. Francia valora al agricultor como un personaje importante cuando aquí casi se le desprecia».
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Quizás tendremos que mirar al pasado para escribir el presente. «Veo que en muchos lugares el progreso se ha entendido mal, perdiendo arraigo y verdad. Recuerdo a mi padre mano a mano con Paco Ayala, un afinador de vinos de Labastida; ellos sí que sabían dónde compraban. Y de alguna manera aquello lo hemos olvidado, aquella cercanía, una de las grandes pérdidas de Rioja. Eran vinos con cultura del lugar donde nacían y donde se respetaba la viticultura y al viticultor».
La colección nació con dos integrantes: Lindes de San Vicente y Lindes de Labastida. Ahora, la familia ha crecido con Peciña, Salinillas de Buradón, Ábalos y Rivas de Tereso; y a la próxima cosecha se unirá Briñas. Lindes nace porque se quiso separar las uvas de la propiedad de Remelluri de las uvas de los viticultores de siempre de la bodega que suman hasta 25. Una manera de entender los terruños de los pueblos que rodean Remelluri. Añada 2020. 135 €.
«El siguiente drama de Rioja», apunta certero, «puede llegar cuando los grandes grupos quieran comprar las pequeñas viñas de los pueblos porque podrían rematar la vida de la gente joven en donde ha nacido y donde quiere vivir. Eso sería el final. Pensar en ese panorama me entristece porque eso, por ejemplo, es algo a lo que en Francia han puesto coto; hay que poner los medios para ayudar a los jóvenes que quieren defender estas viñas poco productivas pero grandiosas».
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Siempre se ha dicho que en medio de cada crisis se esconde una oportunidad, y posiblemente éste sea un momento perfecto para que Rioja explore nuevos caminos. Veo que he tocado la tecla porque retomo el interés de Telmo: «Sin duda estamos en un momento ideal para cambiar cosas, por ejemplo el movimiento más interesante que se produjo en el Médoc surgió como reacción a los vinos de garaje de Saint Emilion, donde pequeños propietarios empezaron a trabajar mejor que muchas de las grandes bodegas. Aquello empujó a gente como Lafite, Margaux o Latour a pensar en mejorar su manera de hacer viticultura».
«O lo que ocurrió en el Médoc alavés en 1850 en donde la respuesta a la crisis fue 'hagamos el mejor vino del mundo'. En Rioja estamos viviendo ese momento, con jóvenes llenos de desparpajo y con mucho conocimiento abiertos al mundo y eso es una gran noticia. Estos jóvenes van a hacer los mejores vinos de la historia de Rioja, y es un mensaje brutal porque existe un consumidor de alto nivel que entiende este movimiento. Ellos pueden sacar adelante la mejor Rioja».
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No seré yo quien contradiga lo dicho por Telmo, es más, no le quitaría ni una coma porque gente como los chavales de Martes of Wine o los 5 valientes de Labastida suponen un soplo de aire fresco para la denominación. Y hay muchos más. «He sido un luchador por el Rioja, y cuando me preguntaban siempre respondía lo mismo, que había que redescubrir Rioja porque había un vino excepcional esperando a volver a salir a la luz. Volver, en definitiva, a las raíces. Es lo que quisimos comunicar cuando lanzamos en 1998 nuestro Lanzaga, un vino de Lanciego con un mensaje muy claro de que Rioja era un lugar de pueblos».
Telmo Rodríguez
«Nuestro mundo, y eso lo saben en las mejores zonas criadoras de vino, es el mundo del pueblo. Y si encima podemos explicar, como ocurre en Borgoña, Burdeos, Ródano o Loira, los matices, los sabores dispares de cada lugar, el enriquecimiento es total. Es un mosaico mucho más atractivo que cada vez llama más la atención de un nuevo aficionado que demanda variedad y singularidad; además ayudamos a la sostenibilidad de los pueblos: pagando bien las uvas y la buena viticultura protegemos a sus gentes».
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Llevamos dos horas charlando, hemos recorrido los viñedos de la propiedad, incluso el de blanco plantado a casi 800 metros de donde nació un vino rompedor hace casi un cuarto de siglo. Voy recogiendo. Pero Telmo, ajeno a mis cuitas, me despide lanzándome a modo de adiós una pregunta que aún me inquieta más. «Fernando, en serio, ¿tú crees que en pleno 2024 vamos a seguir hablando en Rioja de barricas y de tiempos de crianza?».
Cinco valientes de Labastida, cinco jóvenes que quieren que pequeñas parcelas de enorme valor no caigan en el olvido. Saigoba, Los Herreros, Larrazuri, Espino Bendito y Espirbel, majuelos únicos que estos valientes reivindican y ponen en valor. En 1676 había en Labastida 269 cosecheros que guardaban 465 cubas en 258 bodegas, una diversidad que no podemos permitir que se pierda. Ni en Labastida ni en ningún pueblo de La Rioja. Con el apoyo técnico y de conocimeinto de Telmo Rodíguez hoy, casi 400 años después, Alain Quintana, Alberto Martínez, Iñigo Perea, Jorge Gil y Luis Salazar acaban de presentar cinco vinos irreemplazables, porque nacen de parcelas únicas, elaborados en las instalaciones de Remelluri. Habla el viñedo de siempre. Son jóvenes que opositan al estrellato con pocos medios y mucha ilusión.La Colección Cosecheros de Labastida es el resultado del interés de estos viticultores del pueblo en dar vida a mínimas parcelas de enorme valor que podían perderse. Cada uno escoge su mejor viñedo y lo elabora con la ayuda de Remelluri. Vinos de parajes singulares que alumbran tintos muy dispares tanto por origen como por elaboración. Aunque los vinos conforman una colección, también se venden por separado a un precio de 29,9 euros (todos de la añada 2020).
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