Maceración carbónica con romanticismo

Pese a haberse criado entre depósitos y viñas, Pilar Fernández Eguíluz no probó el vino hasta que dejó Ábalos para marcharse a estudiar y trabajar fuera. Ligada en su juventud al sector textil, recuerda que «en Valencia tenía unos clientes que siempre me ponían una copa cuando les visitaba, y yo pensaba '¿cómo les voy a decir que no me gusta, que no bebo?' Bueno, pues desde entonces hasta hoy». Y eso implica un camino de vuelta a casa, de cambiar la moda por la enología, de una reinvención en paralelo a la de la bodega familiar que se basó en la tradición de la maceración carbónica y en la riqueza de sus microparcelas de viñedo antiguo para ampliar horizontes.

Pilar y su hermano Carmelo gestionan desde hace años la bodega que fundó su padre Julián en Ábalos a finales de los ochenta y que hoy lleva el nombre de Fernández Eguíluz. Entonces el enfoque era otro:el granel. «Era el modelo de casi todos. Tienes viña, haces el vino, los cosecheros de toda la vida, y se lo llevaban», comenta Pilar, recordando cómo, llegó un momento en el que unos amigos le dijeron a su padre:«Con lo bueno que está el vino tendrías que hacer una marca».

Nació así Peña La Rosa, el primer sello de la bodega, todo un éxito que sigue ofreciendo –«pese a que su mercado ha caído»– vinos jóvenes populares y de referencia. «Ha sido nuestro buque insignia. Es uno de los mejores maceración carbónica que hay. Y no lo digo yo, lo dice la gente», presume Pilar Fernández Eguíluz. Sin embargo, su inquietud, esa que le animó a dejar su carrera en el sector textil y estudiar enología y que todavía se mantiene tan viva, le llevó también a sacudir los cimientos de la bodega familiar. «Volví un poco como elefante en cacharrería», recuerda, «sentía que había mucho por hacer en el mundo del vino».

Hace una década llegó el paso al frente que pretendía con el nacimiento de la nueva línea: La Cantarada de los Mozos y de las Mozas. «Empezamos a diversificar un poco y a subir el precio. Necesitábamos un producto que marcara un valor añadido», comenta Pilar Fernández Eguíluz sobre la creación de esta marca diferencial. «No era cuestión de más o menos calidad, sino de proyectos especiales y, mientras, mantener al Peña como lo que ha sido y representado toda la vida».

Las 'Cantaradas' son un juguete en las manos de Pilar, que disfruta entre sus trece hectáreas de viñedos viejos que salpican el paisaje de Ábalos. Fincas como San Prudencio, «la viña de mi abuelo, chiquitita, de más de cien años», que «dan más trabajo pero también más diversidad, eso es lo chulo, porque cada parcela tiene su carácter». Recuerda entre sus 'entretenimientos' cuando elaboró el turruntés:«Me fui a la viña y lo hice a ojo, a lo que me parecía turruntés, le ponía un lazo para luego cogerlo. Me lo pasé pipa. Todo no era, seguro, habría algo de malvasía, de viura... Salió un vino espectacular».

Un hilo conductor de Bodegas Fernández Eguíluz es el viñedo viejo, el otro, la maceración carbónica: «En mi casa siempre se ha hecho. Escuchas que los vinos tienen que ser frescos y yo siempre digo lo mismo, qué hay más fresco que un maceración carbónica. Nos da mucha fruta, son menos tánicos, menos cañeros, pero no dejan de tener estructura... Y siempre hemos defendido sus crianzas, nunca he entendido porque se reniega de ello. Nosotros tenemos cuatro cosas diferentes con maceración carbónica».

Pilar, incontenible, ni mucho menos se conforma, tiene muchos más proyectos en la cabeza y entre manos. Algunos han salido de forma efímera, otros, son sueños de vendimias futuras. «A la gente siempre le preguntan, ¿que harías si te toca la lotería?Seré boba porque estoy cansada de trabajar, pero yo abriría otro agujerito, una lonjita para meter más depósitos y hacer esto o lo otro. Estos proyectos no los puedes tirar para adelante sin romanticismo», reflexiona Pilar Fernández Eguíluz.

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