Un sueño robado

«Mira Fernando», se lanza decidido Francisco Ibaibarriaga: «Lo llamamos Las Robadas porque en el fondo está hecho con las mejores uvas que se quedaban en las viñas sin recoger. Robadas es en cierto modo un juego, casi una paranoia, pero así fue en la cosecha 2020. Decidimos dejar los mejores racimos en la viña, esos que los ves y te enamoran. Cuando terminamos de recoger el resto, empezamos una nueva pasada vendimiando los racimos perfectos y parecía que robábamos a cada viñedo un pedacito… Lo hicimos en una docena de parcelas».

Pasa un año, doce meses: «Los primeros 800 kilos fueron a una maceta pequeña y luego a un bocoy. Para 2021 hicimos lo mismo y sacamos otros 500 litros, pero en 2022 únicamente 250 litros. Decidimos mezclarlo todo –el último año sin ver la madera– y lo lanzaremos para estas Navidades como Las Robadas CVC (conjunto de varias cosechas). Una apuesta arriesgada, puesto que los CVC no se relacionan precisamente con vinos top: «Es una auténtica macedonia, pero sobre todo es un vino hecho con enorme cariño y creemos que de verdadero nivel, un vino de Briones».

Echamos la vista atrás y, escuchando a los hermanos, recuerdo esa frase que dice que la costumbre a veces nos hace vivir en una jaula, aun sabiendo que la puerta está abierta. Esa puerta que, con valentía, la traspasaron los de Betolaza en 2015 cuando alumbraron un vino rompedor, Calitrancos. Cayó más de una reprimenda familiar, pero estaban decididos a ir un paso más allá: «Veíamos la uva que estaba entrando y no podíamos dejarla pasar; 2011 fue otro gran año y ahí fue cuando empezamos a enredar, a darle vueltas a la cabeza…».

A salir de la jaula, a pesar de que en casa no lo entendían del todo: «¿Pero estáis locos? ¿Cómo vamos a gastar tanto en barricas para hacer sólo 2.000 litros? Con lo poco que da y encima tiráis uva».

Clara se ríe recordando lo vivido: «Sí, hubo que lucharlo, pero lo más bonito es que ahora mi padre va por todos lados, orgulloso, con una botella debajo del brazo». «En 2016 sacamos un Reserva y un blanco homenaje a mi madre, Magadí. Y luego ya Resaco, una garnacha de un viñedo de 104 años que lo vendimiamos el último y donde vienen a ayudarnos un montón de amigos que nos echan una mano para desgranarlo».

Y en esas estamos cuando aparece Carlos, su padre. «Bueno, nosotros veníamos de otra manera de elaborar, pero en 2006 delegué en mi hijo. Yo soy más de estar en el campo. Ahora me llaman el 'Traedor', en eso me he quedado: papá baja a Haro y tráenos esto, acércate a Logroño y tráenos aquello», explica entre risas. Surgen en la conversación palabras como husillo, agarejo, borracho, morisca, renque, troqueador… «Mi padre y yo», continúa Carlos, «cuidamos y trabajamos durante muchos años Resaco, un gran viñedo y cuando surgió la oportunidad de comprar fue muy bonito. Cuando firmé, recuerdo que pensé: todo el esfuerzo de tantos años ha valido la pena. Ahora es suyo, de mis hijos».

Fue especial la conversación con Carlos porque ves que en Rioja hay relevo. Dos hijos que luchan por su vino de Briones y unos padres que han sabido dar el testigo. Todo está inventado. Me regalan una botella de Las Robadas y se lo agradezco de corazón, sabiendo lo que hay detrás: «Lo que importa nos lo han transmitido los mayores, hay que dar importancia al viñedo y a las cosas antiguas. Con menos medios y estudios, mis abuelos tenían más conocimiento de la tierra y del qué hacer. Estos vinos nuevos son en gran parte suyos». No le quito una coma a lo dicho en la despedida por Clara.

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