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Hay mucha Rioja más allá del crianza, reserva y gran reserva, y también más allá del tempranillo. Así lo demostraron el martes por la noche Francisco Rubio y Javier Fernández, Bodegas Tritium, para el club de catas de lomejordelvinoderioja.com: «Soy agricultor de Cenicero y si algo teníamos claro desde que empezamos es que no podíamos competir con Marqués de Cáceres, así que había que hacer algo diferente», explicó Rubio. La andadura de Tritium comenzó en el año 2005, con un primer vino que elaboraron de alquiler (3.000 botellas), que fueron muy bien acogidas en su primera feria: Prowein, en Alemania.
«Ahí comprendimos que si había un mercado para nosotros tenía que ser la exportación y tres años después, cuando íbamos a levantar una bodega nueva desde cero, nos pilló la crisis y optamos por rehabilitar un calado del siglo XV en Cenicero, donde hoy estamos».
El calado, gracias al enoturismo internacional, ha sido el otro pilar clave para el desarrollo de Tritium, junto con las nueve hectáreas familiares de viejos viñedos que Francisco Rubio conservó en Cenicero: «Soy bastante cabezota y, mientras la mayoría de viticultores de mi pueblo las arrancaban, yo las aguante con lo que hoy tenemos un factor diferencial que nos permite hacer vinos distintos e incluso locuras».
Tritium, con un conjunto de 20 referencias, elabora diez vinos de producciones limitadas y exclusivas en el calado histórico de Cenicero. Casi todos ellos con la base de esos viejos viñedos, sin más límites que la creatividad, tanto en la viticultura, la vinificación y la crianza: «Tritium es mucho ensayo y error y, normalmente, cuando sacamos un vino hemos hecho multitud de pruebas en añadas anteriores».
La cata
Francisco Rubio, con 47 vendimias a sus espaldas, presentó seis elaboraciones, cuatro tintos y dos blancos, de ediciones limitadísimas y que difícilmente pueden encasillarse dentro del Rioja más tradicional. Garnazuelo 2018 es un acrónimo de las dos variedades del vino, garnacha y mazuelo, una mezcla muy poco habitual en Rioja (especialmente el mazuelo, que es una uva muy minoritaria), pero común en zonas como Priorat o el sur de Francia: «Quería hacer un vino fresco, agradable y de trago largo con dos variedades que nos gustan mucho y entendemos que conjuntan muy bien», explicó el viticultor. Objetivo conseguido: la dulzura y la agradable textura de la garnacha combina con la acidez de mazuelo para un conjunto fresco y elegante y con personalidad.
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Matiz 2018 ensambla tres variedades. Por un lado, tempranillo criado en ánfora de barro, con una barrica de 500 litros de mazuelo y otra de garnacha: «Seleccionamos los mejores racimos de las viñas viejas, no le echamos sulfitos y vinificamos y trasegamos de acuerdo con las lunas, con la biodinámica», detalló Rubio. «En un principio -añadió-, pasé bastante miedo y cada quince días iba a analizarlo para ver qué pasaba con la volátil, pero si algo he aprendido es que la viña vieja es un seguro». Y tanto, sin evolución alguna pese a tener ya casi cuatro años, Matiz, se muestra al principio cerrado pero poco a poco va creciendo y la mezcla varietal, prácticamente a tercias, es todo un acierto. Una chulada de vino.
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Tritium Mazuelo 2019 es una auténtica cabezonería del autor, que confesó haber estado diez años haciendo perrerías a la viña hasta conseguir reducir la producción: aclareos, incluso cortes de raíces y, finalmente, deshojados precoces: «Me encanta el mazuelo pero tiene que estar muy maduro y para eso no tiene que haber más de un kilo por cepa». El vino es uno de los que más gustó en la sala, con gran personalidad y con el mérito de domar una variedad de elevada acidez natural y más habitual en los cupajes. El Largo Graciano 2015 es otro vino difícil, de gran trabajo en la viña, hasta el punto de que Francisco Rubio corta los racimos por la mitad antes de vendimiarlos y lleva a bodega únicamente los hombros: «Me pasa lo mismo que con el mazuelo; necesito mucha madurez y, aún cortando los racimos, no la consigo todos los años...» Un vino serio, rotundo, nada evolucionado pese a ser un 2015 con una larga crianza en barrica nueva. Fresco, largo, como el apodo del viticultor de 1.94 metros de altura, y muy, muy graciano.
Tritium Garnazuelo 2019: 14 euros.
Matiz 2018: 48 euros.
Tritium Mazuelo 2019: 140 euros.
El Largo Graciano 2019: 46 euros.
Dualis 2018: 28 euros.
Tritium Esencia Blanca 2018: 38 euros.
La cata concluyó con dos blancos. Dualis mezcla tempranillo y garnacha blanca de un viñedo plantado en Tricio, en altitud y suelos frescos. Criado en barrica de acacia con sus lías, Rubio confesó que se encontró en las dos añadas anteriores con la descalificación del Consejo Regulador por «falta de tipicidad». Un problema de tiempos, seguramente, porque en el momento de la calificación está todavía con sus lías, pero en la cata es un vino absolutamente limpio y delicado. Una gozaba que, por los encorsetamientos oficialistas, es una pena que se etiquete como vino de mesa en lugar de Rioja. Y, para terminar, un orange wine, Tritium Esencia Blanca, un blanco de viejas viuras, poderoso, también en grado alcohólico, criado en ánfora con sus lías, con toques finales amargos y una oxidación provocada con matices ajerazados, que no lo hace para todos los gustos. El vino más friki de la noche y que, curiosamente, sí pasó la Calificada del Consejo Regulador: «Aquí, en Rioja, hacemos vinos desde hace 2.000 años, pero en Georgia hacían vino hace 6.000, con las ánforas, que a mí me encantan porque aportan la microxigenación de la crianza, pero sin notas ni aportes de madera», explicó Francisco Rubio. «En Tritium miramos al pasado para seguir adelante y creo que hemos sabido encontrar nuestro propio camino», concluyó.
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