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¿Existe el romanticismo en el mundo del vino? Desde luego en la cabeza de Pilar Fernández Eguíluz, sí: «Intento sacar partido a las pequeñas parcelitas de viejos viñedos de nuestros abuelos y padres, con atención especial a las viejas viuras en blancos y a la maceración carbónica en los tintos». «Los técnicos –continúa– siempre han dicho que la maceración carbónica no es apta para el envejecimiento pero yo siempre he probado en mi casa vinos de antiguas cosechas que estaban espectaculares».
Pilar Fernández Eguíluz, junto con su hermano Carmelo y el enólogo Fernando Vadillo, son Bodegas Fernández Eguíluz (Peña La Rosa), en Ábalos, que el próximo miércoles 16 de noviembre protagoniza una nueva cita del club de catas de lomejordelvinoderioja.com (entradas agotadas). La familia trabaja con 14 hectáreas de viñedo en propiedad en la localidad de la Sonsierra: «En Ábalos no hubo concentración parcelaria y prácticamente todo nuestro viñedo tiene más de 40 años, incluso con varias pequeñas parcelitas centenarias».
La cita Miércoles 16 de noviembre, a las 20 horas en el hotel Gran Vía, con plazas para los primeros inscritos en Oferplan (entradas agotadas)
Los vinos de la cata Peña La Rosa 2021; Peña La Rosa El Secreto del Abuelo 2017; La Cantarada de las Mozas Blanco 2019; La Cantarada de los Mozos San Prudencio 2018; La Cantarada Tempranillo 2018 y Peña la Rosa Grano a Grano 2016.
De ahí particularmente, los Fernández Eguíluz han puesto en el mercado pequeñas producciones, de menos de 1.000 botellas, incluso de 500 en algún caso, sin olvidar Peña la Rosa, su vino principal, un maceración carbónica muy honesto y hecho «como siempre» que la bodeguera defiende a capa y espada: «Ahora lo llaman el vino que abre marca y bodega, pero a mí me gusta llamarlo el referente porque no puede fallar y es con el que empezamos en 1990, cuando comenzamos a embotellar con marca propia».
La bodeguera comenzará precisamente con Peña la Rosa 2021: «Me gusta que anime a terminar la botella y es lo que intentamos hacer con este vino, que no sea pesado y, sobre todo, que tenga fruta y frescura». Esta defensa de la elaboración con uva entera y raspón la ejemplificará también con el segundo vino de la noche, Peña la Rosa El Secreto del Abuelo 2017, con cinco años ya entre barrica y botella: «Lo criamos 12 meses en roble francés y la otra diferencia es que es una selección de los mejores racimos de tempranillo», explica Pilar. «Para mí –continúa–, es un vino para disfrutar de la vida a sorbitos».
La cantarada es el tributo que los jóvenes debían pagar (16 litros) por cortejar una moza de otro pueblo y es también una de las marcas que lanzó a los Fernández Eguíluz a las mesas de algunos de los mejores restaurantes del país. Son producciones muy limitadas y, de hecho, Pilar ha guardado expresamente para la cata las últimas seis botellas de su blanco del 2019: «La Cantarada de las Mozas son 660 botellas y está agotado, pero quería guardar estas pocas botellas para probarlo en casa». «Es de una pequeña parcela de viura (90%) y malvasía (10%) y la producción es la que es, así que no puede haber más». La Cantarada de los Mozos San Prudencio es otro vino de coleccionista, 450 botellas de una miniparcela, preciosa y centenaria, de tempranillo y viura que Pilar y Carmelo vendimian al unísono: «Es un auténtico vino de viñedo, singular los llaman ahora, que plantó nuestro abuelo Baldomero y que probaremos de la cosecha 2018, porque en las dos posteriores se nos adelantaron en la vendimia los topillos y los conejos y, para cuando llegamos, no quedaba nada».
La Cantarada de los Mozos Tempranillo 2018 es otro maceración carbónica con crianza de doce meses en roble francés: «Es una producción algo mayor, 1.770 botellas y, a mi juicio, si algo lo define es la frescura y la elegancia». Y, para el cierre, la bodeguera reserva otra elaboración limitadísima: 570 botellas de racimos despalillados y desgranados uno a uno por la propia familia, con el Peña la Rosa Grano a Grano 2016: «Es la primera añada de este vino que yo digo que es el de la 'paciencia', por el trabajo manual –explica entre risas la bodeguera–, pero también porque pide su tiempo en la copa». «Tiene más intensidad que los anteriores y una buena acidez de dos viñedos de la parte más alta de Ábalos, que lo hace muy característico». Pues lo dicho al principio, artesanía pura.
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Sergio Martínez | Logroño
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