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Carlos Serres es una de las quince bodegas centenarias que existen en Rioja, aunque su trayectoria ha quedado un tanto diluida por sus cambios de propiedad, incluso de ubicación, en la propia localidad de Haro. La adquisición de la familia Vivanco a principios de este siglo supone un punto de inflexión para la bodega, con la adscripción de una finca de viñedo, El Estanque, de 60 hectáreas en el entorno de la misma bodega y, sobre todo, con la recuperación de la identidad clásica en la elaboración de vinos, aunque actualizada al siglo XXI. De hecho, la familia Vivanco ha hecho también un extraordinario trabajo de archivo y documentación sobre la figura del empresario francés que, por cierto, fue uno de los pocos negociant bordeleses que vino a Rioja por la filoxera francesa para quedarse y fundar, con un grupo de pioneros, el primer Sindicato de Exportadores de Vino de Rioja, germen del actual Consejo Regulador.
Roberto de Carlos, enólogo de la casa, cerró el jueves por la noche la temporada de catas de lomejordelvinoderioja.com con la presentación completa de la gama Onomástica ('top' de la casa), en la que lleva más de una década trabajando, así como en la actualización del resto del vinos de Carlos Serres consciente de que en este sector las cosas van despacio: «Carlos Serres no hace grandes volúmenes, sino que se ha centrado en vinos de producciones limitadas, caracterizadas por largas crianzas, y en vinos muy de Rioja Alta, con tempranillo, graciano y mazuelo como variedades principales, que son las que históricamente hemos cultivado en Haro», avanzó De Carlos. Las 60 hectáreas de la finca El Estanque son el corazón principal de Carlos Serres: un viñedo plantado a principios de los años ochenta que, en plena madurez, ofrece el abastecimiento para los vinos Onomástica y para los reservas y grandes reservas de Carlos Serres.
Roberto de Carlos comenzó con Onomástica Segundo Año 2015: «Hace 50 años no existían las categorías actuales de crianza, reserva y gran reserva y los vinos salían como de segundo, tercer o quinto año», recordó el enólogo. «Este vino es un homenaje a aquellos primeros que se criaban en bodega para un consumo relativamente rápido». Un crianza, muy actual, fresco y elegante, con un 10% de graciano añadido al tempranillo, y del que Serres elabora unas 15.000 botellas al año.
Onomástica Reserva 2014 es el 'hermano mayor' del anterior. Más potente, con una crianza en barrica de 24 meses y otros tantos en botella tras un periodo de afinamiento intermedio en hormigón, es un clásico elegante, con un cierto fondo mineral y una mayor complejidad. Perfecto para consumir ahora, aunque con recorrido por delante y con un 10% de mazuelo adicional al tempranillo y graciano para garantizar la longevidad perseguida.
De Carlos intercaló el Carlos Serres Gran Reserva 2011 entre los Onomásticas. 30.000 botellas de una añada excelente para un vino delicado, con aromas terciarios por encima de la fruta madura, y de los que llevaron el nombre de Rioja por todo el mundo: «Son vinos que ya solo piden clientes específicos, pero que son nuestra identidad histórica y que no todo el mundo puede hacer», apuntó el enólogo.
Algo similar ocurre con los dos siguientes Onomástica Reserva Blanco y Rosado –este último se probó en primicia incluso antes de salir al mercado–. Dos vinos sorprendentes, que fueron elaboraciones históricas de Rioja y que, prácticamente, se han abandonado:«Ahora –explicó De Carlos– son un poco 'rarezas', especialmente el rosado, pero son vinos de gran personalidad, en el primer caso de viura, una variedad extraordinaria para el envejecimiento, y, en el segundo, con un 40% de mazuelo sobre el resto de tempranillo que da un resultado de gran personalidad». Espectaculares ambos vinos, con grasa e untuosidad en la boca y un muy buen trabajo de integración de la madera.
Onomástica Segundo Año 2016. 14 euros.
Onomástica Reserva 2014. 21 €.
Carlos Serres Gran Reserva 2011: 18 €.
Onomástica Reserva Blanco 2014. 21 €.
Onomástica Reserva Rosado 2014. 21 €.
Marysol Semidulce 2018: 8 €.
La cata concluyó con Marysol Semidulce 2018, una especie de 'pirueta' en una bodega centenaria con una espectacular y rompedora etiqueta, para un semidulce que, en todo caso, también fue una elaboración histórica de Serres y de Rioja a principios del siglo XX: «Es un vino más sencillo, que quisimos recuperar para buscar un público más joven y al que, sobre una base de viura, incorporamos sauvignon blanc».
Objetivo conseguido y que demuestra, como todos los vinos de la cata, que la innovación también es posible desde el origen y que, mucho de lo que hoy se presume moderno, ya fue inventado hace décadas por los elaboradores 'clásicos'.
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