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Eduardo San José, con la placa homenaje de sus compañeros de la Asociación de Hosteleros Laurel JUSTO RODRÍGUEZ

Adiós al Villa Rica: el de las zapatillas se pasa a las chanclas

Eduardo San José baja este sábado la persiana del Villa Rica para retirarse e «irse a la playa», cuenta él

Viernes, 30 de agosto 2024, 13:58

Eduardo San José echará mañana sábado la persiana del Villa Rica, en la esquina de Laurel con Albornoz, y será para siempre. Por eso, este viernes sus compañeros de la Asociación de Hosteleros de la Zona Laurel le han querido homenajear.

El evento iba a ser tan de sorpresa que el interresado no se ha ido al dentista de milagro. Al final, sí ha recogido la placa en la que le recuerdan cuánto les han enamorado sus zapatillas, su gran clásico.

Tras los 25 años detrás de la barra, a sus 67, Eduardo San José dice que, desde ahora, habrá que buscarle en la playa, con su bañador y sus chanclas. De ahí las bromas de sus vecinos de calle sobre ese cambio de las zapatillas por el calzado playero.

Los padres del donostiarra Eduardo San José vivían en Logroño y allí por el año 2000 su padre murió, con lo que la frecuencia de sus visitas a la capital riojana aumentó para ver a su madre. Un día vio que se alquilaba la esquina en la que después ha transcurrido su vida y aquí se quedó.

¿Antes? Había hecho de todo, desde mayorista de frutería en el mercado central a inaugurar Super Amara e incluso Don Serapio, en San Sebastián. «Siempre cara al público», cuenta él, si bien hasta entonces no se había puesto detrás de la barra.

De las zapatillas que tan bien se le han dado, refiere que ya se vendían en el establecimiento antes de su llegada, lo mismo que los matrimonios. En cualquier caso, él las has llevado a otro nivel, según le reconocen sus compañeros de calle. No le es posible hacer números respecto a cuantas zapatillas ha llegado a vender. Cuatrocientas, mil, hasta tres mil algún día de cohete mateo.

La ventaja es que, si la zapatilla la haces bien, gusta a todos los públicos, comenta este hostelero a punto de dejar de serlo. No pasa igual con la anchoa de los matrimonios, por ejemplo, que a los más pequeños se les resiste un poco.

Durante el acto de entrega de la placa, Adolfo Sáenz, de El Muro, ha recordado los momentos pasados juntos en la calle, muchos buenos, pero también algunos muy difíciles, como los de la pandemia.

En principio, el local no tiene quién lo lleve. Si bien si se han pasado distintos interesados, las gestiones no han prosperado, ha contado San José. De momento.

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