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El día es hoy. Los primeros chavales llegarán al IES de la Glorieta, por la puerta de Duquesa de la Victoria, a las nueve menos cuarto. Serán los de Bachillerato. Los de primero de la ESO están citados a las diez menos cuarto. Los de segundo a las once menos cuarto y ya, a las doce menos cuarto, llegarán los de tercero, cuarto y los de FP Básica. Aún algún grupo tendrá que volver al edificio viejo, en el barrio de San José, a lo largo de la mañana, pero la mudanza entre la sede provisional y la rehabilitada ya se ha producido y el Sagasta recupera así su antiguo centro.
Quienes llegan ahora de nuevas, lo mismo que quienes ya pasaron por el instituto, muchos de los cuales lo están visitando y seguirán haciéndolo en las citas previstas para los sábados, se encontrarán el edificio con un aspecto parecido –salvando muchas distancias– a cómo era, a cómo fue, en sus primeros tiempos, allá por 1900. Este fin de semana, su anterior director, Alberto Abad, en su papel de guía del remodelado inmueble, insistía de entrada en que, a lo largo de los años, el Sagasta ha cambiado muchas veces.
Y ello porque las personas que acuden a conocer las nuevas instalaciones, en la mayoría de los casos antiguos estudiantes, buscan aquellos hitos que mantienen en su memoria. No están los azulejos verdes y marrones que se colocaron en 1952. Ni el frontón en la esquina junto al patio. Ni tampoco el aula de tecnología que después ocupó el hueco de esta dotación deportiva. Allí hay ahora un gimnasio.
Eloy, que fue junto a su mujer y su cuñada, quienes además celebraban su cumpleaños, echó de menos el frontón. Y un aula de bachillerato que estaba al lado, decía su pareja. Ellos se conocieron cuando estudiaban en el Sagasta y sus hijos también son alumnos de este centro.
José María, por su parte, se acercaba al patio rememorando el baloncesto que practicaba allí. Abad destacaba de este espacio la ausencia de barreras arquitectónicas que ahora presenta y también las dificultades que uno de sus antiguos alumnos en silla de ruedas pasaba para entrar al viejo patio y que solo se solventaban con la ayuda de dos fornidos estudiantes que, gustosos, se prestaban a levantar en volandas la silla eléctrica.
Que si medidores de CO2 en todas las aulas de forma que no haga falta abrir las ventanas, que si la puerta de Duquesa como acceso habitual de los chavales porque el inmueble está preparado para más usos como pasó en algún otro momento histórico...
La cuestión es que los alumnos vuelven hoy y el IES, en su web, lo anuncia desde hace unos días con muchas exclamaciones y colores varios. «Regresamos a nuestro Sagasta», celebra el IES en su página oficial a base de mayúsculas y flechas.
Los muebles nuevos que había que colocar ya están en su sitio y los efectos que había que mover de las instalaciones de la calle Luis de Ulloa se trasladaron el viernes. Quedan cosas, pero son las que ya se podrán compaginar con la actividad habitual de profesores y alumnos que, en cualquier caso, hoy vivirán una especie de nuevo primer día de curso, con horario especial y visita a clase, como otras veces solo pasa en septiembre.
En nada empezarán a quedar atrás los seis años –desde septiembre de 2016– que docentes y estudiantes han pasado repartidos en dos edificios del barrio de San José, en la antigua residencia universitaria y en el contiguo inmueble que en su momento fue IES Comercio, acondicionados para la ocasión de forma que pudieran tener su espacio y cursar su Secundaria, Bachillerato y FP sin echar nada en falta. No en vano, en seis años, un grupo de alumnos de la institución ha terminado sin haber pisado el edificio de la Glorieta.
No ha sido la primera vez que la institución educativa ha tenido que cambiar de casa para mejorar. La primera, la mudanza fue en 1895 y a Barriocepo número 13 para propiciar la sustitución del antiguo convento de Carmelitas por el edificio en el que se ha venido mantenido la actividad de forma ininterrumpida desde 1900, obra del arquitecto Luis Barrón.
La rehabilitación realizada en el edificio de la Glorieta ha conllevado una inversión de 22,6 millones y siete años de concurso y obras jalonados de contingencias, que se iniciaron con recursos varios que fueron ampliando los plazos, siguieron con la aparición de diferentes restos arqueológicos que también alargaron los tiempos y que, claro, incluyeron la pandemia.
La institución cumple así 180 años con unas instalaciones renovadas, que incluyen además de la parte de aulas para sus 956 alumnos en medio centenar de grupos, otros espacios deportivos con entrada diferenciada y museísticos con acceso por Muro del Carmen cuyo régimen de uso está por perfilar.
956 alumnos en medio centenar de grupos y 109 docentes conforman la comunidad del Sagasta.
180 años posee la institución educativa y, de ellos, 169 han sido en la misma ubicación.
La emblemática escalera central seguirá dando la bienvenida al instituto a quien entre por la puerta principal, la de Muro de Cervantes, una vez que ha sido rehabilitada tal y como quedó en 1914. Los patios, bajo cúpulas de vidrio y acero, van a ser una de las nuevas señas de identidad del edificio. Blancos, sí. Muy blancos. El guía Abad indicaba en su recorrido cómo antaño se iban encalando cada cierto tiempo y la pintura no es que la vieran con frecuencia.
Hace unos días, el Consejo de Gobierno celebró en el Sagasta su habitual reunión de los miércoles a modo de reconocimiento de la conclusión de la reforma. Su portavoz, Álex Dorado, hacía hincapié poco antes en la apertura del instituto en torno a la festividad educativa de Santo Tomás de Aquino. Ha sido apenas unos días después, pero ya está.
Ahora, a la vez que se instala la comunidad educativa y los afortunados que encontraron hueco cuando se abrió la lista al efecto disfrutan en las visitas de los sábados, otros esperan a tener la oportunidad de poder acudir. Mientras, en el centro calculan cómo articular los nuevos recorridos, sobrepasados, en febrero, por la demanda que se les planteó. En principio, la inscripción podría abrirse nuevamente la última semana de febrero para las visitas del mes de marzo.
La apertura del instituto de la Glorieta ha despertado expectación entre los vecinos, pero especialmente entre los que fueron estudiantes de la institución y, por ella, en tanto tiempo, han pasado cerca de 25.000 riojanos.
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